La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto XXVI
continuar el viaje, que apenas los hubiera podido detener despues. Y volviendo la popa hácia el Oriente, de nuestros remos hicimos alas para seguir tan desatentado viaje, inclinándonos siempre hácia la izquierda[1]. La noche veia ya brillar todas las estrellas del otro polo, y estaba el nuestro tan bajo que apenas parecia salir fuera de la superficie de las aguas[2]. Cinco veces se habia encendido y otras tantas apagado la luz de la luna desde que entramos en aquel gran mar, cuando apareció una montaña oscurecida por la distancia, la cual me pareció la más alta de cuantas habia visto hasta entonces. Nos causó alegría, pero nuestro gozo se trocó bien pronto en llanto; pues de aquella tierra se levantó un torbellino que chocó contra la proa de nuestro buque: tres veces lo hizo girar juntamente con las encrespadas ondas, y á la cuarta levantó la popa y sumergió la proa como plugo al Otro[3], hasta que el mar volvió à unirse sobre nosotros.»
CANTO XXVI.
Habíase quedado derecha é inmóvil la llama para no decir nada más, y ya se iba alejando de nosotros con permiso del dulce Poeta, cuando otra que seguia detrás nos hizo volver la vista hácia su punta, á causa del confuso rumor que salia de ella.
Como el toro de Sicilia que, lanzando por primer mugido el llanto del que lo habia trabajado con su lima[4] (lo cual fué justo), bramaba con las voces de los torturados en él de tal suerte, que á pesar de estar construido de bronce, parecia realmente traspasado de dolor, así tambien las palabras lastimeras del espíritu contenido en la llama, no encontrando en toda la extension de ella, ninguna abertura por dónde salir, se convertian en el lenguaje del fuego[5]; pero cuando consiguieron llegar á su punta, comunicándole á esta el movimiento que la lengua les habia dado al pasar, oimos decir:—¡Oh tú, á quien me dirijo, y que hace poco hablabas en lombardo, diciendo:—«Vete ya, no te detengo más!»—Aun cuando yo haya llegado tarde, no te pese permanecer hablando conmigo; pues á mí no me pesa, no obstante que estoy ardiendo[6]. Si acabas de caer en este mundo lóbrego desde la dulce tierra latina, donde he cometido todas mis faltas, dime si los romañolos están en paz ó en guerra; pues fuí de las montañas que se elevan entre Urbino y el yugo de que el Tíber se desata.
Yo escuchaba aun atento é inclinado, cuando mi Guia me tocó, diciendo:—Habla tú; ese es latino[7].—Y yo, que tenia la respuesta preparada, empecé á hablarle así sin tardanza:—¡Oh alma, que te escondes ahí debajo! Tu Romanía no está ni estuvo nunca sin guerra en el corazon de sus tiranos; pero al venir no he dejado guerra manifiesta: Rávena está como hace muchos años: el águila de Polenta anida allí, y cubre aun á Cervia con sus alas[8]. La tierra que sostuvo tan larga prueba, y contiene sangrientos montones de cadáveres franceses, se encuentra en poder de las garras verdes[9]; y el mastin viejo y el jóven de Verrucchio, que tanto daño hicieron á Montagna, siguen ensangrentando sus dientes donde acostumbran[10]. La ciudad del Lamone y la del Santerno están dirigidas por el leoncillo de blanco cubil, que del verano al invierno cambia de partido[11]; y aquella que está bañada por el Savio[12], vive entre la tiranía y la libertad, así como se asienta entre la llanura y la montaña. Ahora te ruego que me digas quién eres: no seas más duro de lo que lo han sido otros; así pueda tu nombre durar eternamente en el mundo.
Cuando el fuego hubo producido su acostumbrado rumor, movió de una parte á otra su aguda punta, y despues habló así:—Si yo creyera que dirijo mi respuesta á una persona que debe volver al mundo, esta llama dejaria de agitarse; pero como ninguno pudo salir jamás de esta profundidad, si es cierto lo que he oido, te responderé sin temor á la infamia. Yo fuí hombre de guerra y luego franciscano, creyendo que con este hábito expiaria mis faltas; y mi creencia hubiera tenido ciertamente efecto, si el gran Sacerdote[13], á quien deseo todo mal, no me hubiese hecho incurrir en mis primeras faltas. Quiero que tú sepas cómo y por qué. Mientras conservé la forma de carne y hueso que mi madre me dió, mis acciones no fueron de leon, sino de zorra. Yo conocí toda clase de astucias, todas las asechanzas, y las practiqué tan bien, que su fama resonó hasta en el último confin del mundo. Cuando me ví cercano á la edad en que cada cual deberia cargar las velas y recoger las cuerdas, lo que antes me agradaba me disgustó entonces; y arrepentido, confesé mis culpas, retirándome al claustro. Entonces, ¡ay! infeliz de mí! pude haberme salvado: pero el príncipe de los nuevos fariseos estaba en guerra cerca de Letran[14], (y no con los sarracenos ni con los judíos; pues todos sus enemigos eran cristianos, y ninguno de ellos habia ido á conquistar á Acre, ni á comerciar en la tierra del Sultan)[15]: no tuvo en cuenta su dignidad suprema ni las sagradas órdenes de que estaba investido, ni vió en mí aquel cordon que solia enflaquecer á los que lo llevaban; sino que, así como Constantino llamó á Silvestre en el monte Soracto, para que le curase la lepra[16], así tambien me llamó aquel para que le curara su orgullosa fiebre[17]: pidióme consejo, y yo me callé, porque sus palabras me parecieron las de un hombre ébrio. Despues añadió:—«No abrigue tu corazon temor alguno: te absuelvo de antemano; pero me has de decir cómo podré echar por tierra los muros de Preneste[18]. Yo puedo abrir y cerrar el cielo, como sabes; porque son dos las llaves á que no tuvo mucho apego mi antecesor[19].»—Estos graves argumentos me impresionaron, y pensando que seria peor callar que hablar, dije:—«Padre, puesto que tú me lavas del pecado en que voy á incurrir, para triunfar en tu alto sólio, debes prometer mucho y cumplir poco de lo que prometas[20].»—Cuando ocurrió mi muerte, fué Francisco[21] á buscarme; pero uno de los negros querubines le dijo:—«No puedes llevártelo; no me prives de lo que es mio: este debe bajar á lo profundo entre mis condenados, por haber aconsejado el fraude, desde cuya falta le tengo cogido por los cabellos. No es posible absolver al que no se arrepiente, como tampoco es posible arrepentirse y querer el pecado al mismo tiempo, pues la contradiccion no lo consiente.»—¡Ay de mí desdi- chado! ¡Cómo me aterré cuando me agarró, diciendo:—«¡Acaso no creerias que fuera yo tan lógico!»—Me condujo ante Minos, el cual se ciñó ocho veces la cola en derredor de su duro cuerpo, y mordiéndosela con gran rabia, dijo:—«Ese debe estar entre los culpables que esconde el fuego.»—He aquí por qué estoy sepultado donde me vés, y por qué gimo al llevar este vestido.»
Cuando hubo acabado de hablar, se alejó la plañidora llama, torciendo y agitando su aguda punta.
Mi Guia y yo seguimos adelante, á través del escollo, hasta llegar al otro arco que cubre el foso donde se castiga á los que cargaron su conciencia introduciendo la discordia.
CANTO XXVII.
¿Quién podria jamás, ni aun con palabras sin medida, por más que lo intentase muchas veces, describir toda la sangre y las heridas que ví entónces? No existe ciertamente lengua alguna, que pueda expresar, ni entendimiento que retenga lo que apenas cabe en la imaginacion.
Si pudiera reunirse toda la gente que derramó su sangre en la afortunada tierra de la Pulla[22], cuando combatieron los romanos durante aquella prolongada guerra en que se
- ↑ Hácia el Sur; al Ecuador. Parece estar aquí trazando el rumbo que siguió Colon.
- ↑ Se hallaban cerca del Ecuador: por eso dice que se veian las estrellas del polo antártico, y que la del Norte apenas salia de la superficie de las aguas.
- ↑ Esto es, como plugo á Dios. Ulises calla el nombre, ó porque así lo requiere su condicion de condenado, ó porque no conoció al verdadero Dios.
- ↑ Perilo, artifice ateniense, inventó un toro de bronce, dispuesto de tal modo que introduciendo en él á un reo, y puesto sobre las llamas, los gritos de la víctima sonaban como los bramidos de un toro verdadero. Habiéndolo presentado á Faláris, tirano de Agrigento, este ordenó que el inventor fuese el primero en sufrir sus efectos.
- ↑ En el murmullo que hace la llama al ser agitada por el viento.
- ↑ Este espíritu es el conde Guido de Montefeltro, ciudad situada en un monte entre Urbino y la cumbre del Apenino, donde nace el Tiber.
- ↑ Hace Virgilio esta advertencia á Dante, porque así como antes no permitió que dirigiera la palabra á los griegos por temor de que estos le desdeñaran, tratándose ahora de latinos ó italianos, no abrigaba el mismo temor, por lo mismo que Dante era su compatriota.
- ↑ Toma el águila, armas de los Polentinos, por la familia que dominaba en Rávena y en Cervia.
- ↑ Del leon verde, que Sinibaldo Ordelaffi, señor de Forli, llevaba en sus armas. La ciudad de Forli, bajo las órdenes del conde Guido, había rechazado con grandes pérdidas un ejército de franceses que la sitió por órden dl papa Martin IV.
- ↑ El viejo mastin es Malatesta el padre, señor de Rimini; el jóven mastin de Verrucchio, Malatesta el hijo: Montagna, jefe del partido gibelino en Rimini, á quien Malatestino el joven hizo morir.
- ↑ La ciudad de Faenza y la de Imola, situadas junto á los rios Lamone y Santerno, son gobernadas por Mainardo Pagani, cuyas armas eran un leon azul en campo blanco.
- ↑ Cesena.
- ↑ Bonifacio VIII, á quien luego llama «príncipe de los nuevos fariseos.»
- ↑ En Roma misma, con los Colonnas, que habitaban cerca de S. Juan de Letran. Se refiere al papa Bonifacio VIII.
- ↑ Ninguno de sus enemigos, despues de abjurar la fé cristiana, habia ido á atacar á Acre en compañia de los sarracenos, ni habia proporcionado á estos, por el deseo del lucro, viveres ni municiones.
- ↑ Así como Constantino pidió al papa S. Silvestre, que estaba oculto en una cueva del monte Soracto por huir de la persecucion que se hacia á los cristianos, que le curara la lepra. Este hecho, atribuido á Constantino, es falso; pero se creia en tiempo del Poeta. El Soracto, hoy monte de San Orestes, está situado en la Etruria meridional, á la derecha del Tiber, y á 50 kilómetros al N. de Roma: tiene 1737 m. de elevacion, y suele estar cubierto de nieve en su cima. Hubo en él un templo de Apolo, y Carlomagno fundó en su vertiente oriental un convento de San Silvestre, por lo cual tambien se da á dicho monte el nombre de este santo.
- ↑ El ódio mortal que tenia á los Colonnas, originado por su soberbia.
- ↑ El papa Bonifacio VIII habia sitiado en vano y por largo tiempo la antigua fortaleza de Preneste, hoy Palestrina; y en último extremo determinó apoderarse de ella for traicion.
- ↑ El papa Celestino V, que renunció el Pontificado.
- ↑ El Papa, siguiendo este consejo, fingió que le movia á piedad la suerte de los Colonnas, y les prometió que, si se humillaban, los perdonaria. Habiéndose acercado los cardenales Jacobo y Pedro á pedirle perdon, se lo concedió con tal de que le entregasen la fortaleza: y apenas lo consiguió, mandó arrasarla y edificarla de nuevo en el llano, llamándola Ciudad del Papa.
- ↑ San Francisco.
- ↑ Afortunada: antiguamente significaba combatida de borrascas.