La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto XXI
CANTO XXI.
He visto alguna vez á la caballería levantar el campo, empezar el combate, pasar revista, y á veces batirse en retirada; he visto ¡oh, aretinos! hacer excursiones por vuestra tierra y saquearla; he visto luchar en los torneos y correr en las justas, ya al sonido de las trompetas, ya al de las campanas[1], al ruido de los tambores, con las señales de os castillos, y con todo el aparato nacional y extranjero; pero lo que no he visto nunca, es que tan extraño instrumento de viento haya indicado la marcha á ginetes ni peones; jamás, ni en la tierra, ni en los cielos, guió semejante faro á ningun buque.
Marchábamos juntamente con los diez demonios (¡oh terrible compañía!); pero en la iglesia con los santos, y en la taberna con los borrachos[2]. Sin embargo, mi atencion estaba concentrada en la pez para distinguir todo lo que contenia la fosa y los que se abrasaban dentro de ella. Así como saltan los delfines fuera del agua, indicando á los marinos que precavan la nave de la tempestad, así tambien al- gunos condenados, para aliviar su tormento, sacaban la espalda y la volvian á esconder más rápidos que el relámpago; y lo mismo que en un charco las ranas sacan la cabeza á flor de agua, aunque teniendo dentro de ella sus patas y el resto del cuerpo, así estaban por todas partes los pecadores; pero en cuanto Barbariccia se aproximaba, volvian á sumergirse en aquel hervidero.
Yo ví, y aun se estremece por ello mi corazon, á uno de aquellos que habia tardado más tiempo en hundirse, como sucede con las ranas, que una queda fuera del agua, mientras otra se zabulle; y Graffiacan, que estaba más cerca de él, le enganchó por los cabellos enviscados de pez, y lo sacó fuera como si fuese una nutria. Yo sabia el nombre de todos aquellos demonios, por haberme hecho cargo de ellos cuando los eligió Malacoda.
—«Rubicante, plántale encima tu garfio y desuéllalo,»—gritaban á un tiempo todos aquellos malditos.
Yo dije:—Maestro mio, si puedes, procura saber quién es ese desgraciado que ha caido en manos de sus adversarios.
Mi Guia se le acercó, y le preguntó de dónde era; á lo que respondió:—Yo nací en el reino de Navarra[3]. Mi madre me puso al servicio de un señor: ella me habia engendrado de un pródigo, que se destruyó á sí mismo y disipó su fortuna. Despues fuí favorito del buen rey Tebaldo, y me lancé á comerciar con sus favores; crímen de que doy cuenta en este horno.
Y Ciriatto, á quien salia de cada lado de la boca un colmillo como el de un javalí, le hizo sentir lo bien que uno de ellos heria. Entre malos gatos habia caido aquel raton; porque Barbariccia lo sujetó entre sus brazos, diciendo:—«Quedaos ahí mientras que yo le ensarto.»—Y volviendo el rostro hácia mi Maestro, añadió:—«Pregúntale aun si deseas saber más, antes que otros lo destrocen.»
Mi Guia preguntó:—Dime, pues, si entre los otros culpables que están sumergidos en esa pez, conoces algunos que sean latinos[4]. A lo que contestó:—Acabo de separarme de uno que fué de allí cerca. Así estuviera, como él, bajo la pez; no temeria ahora ni las garras ni los garfios.
Y Libicocco:—«Ya hemos tenido demasiada paciencia,» dijo: y le enganchó por el brazo con su harpon, arrancándole de un golpe todo el antebrazo. Draghignazzo quiso tambien cogerle por las piernas; pero su Decurion se volvió hácia todos ellos lanzando una mirada furiosa. Cuando se hubieron calmado un poco, mi Guia no tardó en preguntar á aquel que estaba contemplando su herida:—¿Quién es ese de quien dices que te has separado, por tu desgracia, para salir á flote?—Y le respondió:—Es el hermano Gomita[5], aquel de Gallura, vaso de iniquidad, que tuvo en su poder á los enemigos de su señor, é hizo de modo que todos le alabasen. Aceptó su oro y los dejó libres, segun él mismo dice; y con respecto á los empleos, no fué un pequeño, sino un soberano prevaricador. Con él conversa á menudo D. Miguel Zanche de Logodoro[6], y sus lenguas no se cansan nunca de hablar de las cosas de Cerdeña. ¡Ay de mí! Ved á ese otro cómo aprieta los dientes. Aun ha- blaria más, pero temo que se prepare à rascarme la tiña.
El gran jefe de los demonios se dirigió á Farfarelo, que movia sus ojos en todas direcciones buscando donde herir, y le dijo:—Quítate de ahí, pájaro malvado.
—Si quereis ver ú oir à toscanos y lombardos, empezó á decir en seguida el desgraciado pecador, haré que vengan. Pero que esas malditas garras se mantengan un poco apartadas, á fin de que ellos no teman sus venganzas: yo, sentándome en este mismo sitio, por uno que soy haré venir siete, silbando como acostumbramos cuando uno de nosotros saca la cabeza fuera de la pez[7].
Al oir estas palabras, Cagnazzo levantó el hocico meneando la cabeza, y dijo:—¡Oigan el medio malicioso de que se ha valido para volver á sumergirse!—A lo cual, contestó aquel, que tenia abundancia de extratagemas:—¡En verdad que soy muy malicioso, cuando expongo á los mios á mayores tormentos!—No pudo contenerse Alichino, y en contra de lo dicho por los otros, respondió:—Si te arrojas en la pez, no correré al galope detrás de tí, sino que emplearé mis alas para ello. Te damos de ventaja la escarpa, y el ribazo por defensa, y veamos si tú solo vales más que todos nosotros.
¡Oh tú, que lees esto, ahora verás un nuevo juego! Todos los demonios se volvieron hácia la pendiente opuesta, y el primero de ellos, el que se habia mostrado más renitente[8]. El navarro aprovechó bien el tiempo; fijó sus piés en el suelo, y precipitándose de un solo salto, se puso al abrigo de los malos propósitos de aquellos. Contristados se que- daron los demonios ante esta treta, pero mucho más el que tuvo la culpa de ella; por lo cual se lanzó tras de él gritando:—«Ya te tengo.» Pero de poco le valió, porque sus alas no pudieron igualar en velocidad al espanto de Ciampolo: este se lanzó en la pez, y aquel cambió la direccion de su vuelo, llevando el pecho hácia arriba.
No de otro modo se sumerje instantáneamente el pato cuando el halcon se aproxima, y este se remonta furioso y fatigado.
Calcabrina, irritado contra Alichino por aquel engaño, echó á volar tras él, deseoso de que el pecador se escapara para tener un motivo de querella. Y cuando hubo desaparecido el prevaricador, volvió sus garras contra su compañero, y se aferró con él sobre el mismo estanque. Pero este, gavilan adiestrado, hizo uso tambien de las suyas, y los dos cayeron en medio de la pez hirviente. El calor los separó bien pronto; pero todo su esfuerzo para remontarse era en vano, porque sus alas estaban enviscadas. Barbariccia, descontento como los demás, hizo volar á cuatro desde la otra parte con todos sus harpones, y bajando rápidamente hácia el sitio designado, tendieron sus garfios á los dos demonios, que estaban medio cocidos en la superficie de aquella fosa.
Nosotros los dejamos allí enredados de aquella manera.
- ↑ Los florentinos solian llevar sobre un carro un castillo de madera con una campana, y al son de esta guiar los combatientes.
- ↑ Proverbio italiano, que significa que el hombre debe amoldarse á la compañía que encuentra.
- ↑ Se llamaba Giambolo ó Ciampolo.
- ↑ Quiere decir italianos.
- ↑ Religioso sardo, que siendo favorito de Nino de Visconti, de Pisa, señor de Gallura en Cerdeña, abusó del favor de este, vendiendo dignidades y empleos, y ejerciendo otros actos fraudulentos, por lo que fué ahorcado.
- ↑ Miguel Zanche, senescal de Enzo, señor de Logodoro, de cuyo estado se apoderó, casándose con Blanca Lanza, madre de Enzo, mientras este se hallaba prisionero de los boloneses.
- ↑ Supone Dante que cuando alguno de los que están sumergidos en la pez saca fuera de ella la cabeza y observa que no están presentes los demonios, acostumbra avisar á los que con él están, dando un silbido, para que salgan á reponerse un poco.
- ↑ Esto es: Cagnazzo.