La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto XXII
CANTO XXII.
Solos, en silencio y sin escolta, íbamos uno tras otro, como acostumbran ir los frailes menores. La riña que acabábamos de presenciar me trajo á la memoria la fábula de Esopo, en que habló de la rana y del topo[1]; pues las partículas mo é issa[2] no son tan semejantes como estos dos hechos, si atentamente se consideran el principio y el fin de entrambos. Y como un pensamiento procede rápidamente de otro, de este nació uno nuevo, que redobló mi primitivo espanto. Yo pensaba así:
—Esos demonios han sido engañados por nuestra causa, y con tanto daño y escarnio, que les creo muy ofendidos. Si á la malevolencia se añade la ira, nos van á perseguir con más crueldad que el perro que sujeta á la liebre por el cuello.
Ya sentia que se erizaban mis cabellos á causa del temor, y miraba hácia atrás atentamente, por lo que dije:—Maestro, si no nos ocultas á los dos prontamente, temo á los demonios que vienen detrás de nosotros; y tan así me lo imagino, que ya me parece que los oigo.—A lo que él contestó:—Si yo fuera un espejo, no verias en mí tu imágen tan pronto como veo en tu interior. En este momento se cruzaban tus pensamientos con los mios bajo la misma faz y aspecto, de suerte que he deducido de ambos un solo consejo. Si es cierto que la cuesta que hay á nuestra derecha está tan inclinada, que nos permita bajar á la sexta fosa, huiremos de la caza que imaginamos.
Apenas habia concluido de decirme su parecer, cuando ví venir á los demonios con las alas extendidas y muy cerca de nosotros, queriendo cogernos. Mi Guia me agarró súbitamente, como una madre que, despertada por el ruido y viendo brillar las llamas cerca de ella, coge á su hijo y huye, y teniendo más cuidado de él que de sí misma, no se detiene ni aun á ponerse una camisa. Desde lo alto de la calzada, se deslizó de espaldas por la pendiente roca, uno de cuyos lados divide la quinta de la sexta fosa.
Jamás corrió tan rápida el agua por la canal de un molino, cuando más se acerca á las paletas de la rueda, como descendió por aquel declive mi Maestro, llevándome sobre su pecho, cual si fuese hijo suyo y no su compañero. Apenas tocaron sus piés al suelo del profundo abismo, cuando los demonios aparecieron en la roca sobre nuestras cabezas: pero ya no nos inspiraban temor; porque la alta Providencia que los habia designado para ministros de la quinta fosa, les quitó la facultad de separarse de allí.
Abajo encontramos unas gentes pintadas[3], que giraban en torno con bastante lentitud, llorosas y con los semblantes fatigados y abatidos. Llevaban capas con capuchas echadas sobre los ojos, por el estilo de las que llevan los monges de Colonia[4]. Aquellas capas eran doradas por de fuera, de modo que deslumbraban; pero por dentro eran todas de plomo, y tan pesadas, que las de Federico á su lado parecerian de paja[5]. ¡Oh manto fatigoso por toda la eternidad! Nos volvimos aun hácia la izquierda, y anduvimos con aquellas almas, escuchando sus tristes lamentos. Pero las sombras, rendidas por el peso, caminaban tan despacio, que á cada paso que dábamos cambiábamos de compañero.
Yo dije á mi Guia:—Procura encontrar á alguno que sea conocido por su nombre ó por sus hechos; y mira al efecto en derredor tuyo mientras andas.—Y uno de ellos, que entendió el idioma toscano, exclamó detrás de nosotros:—Detened vuestros pasos, vosotros que tanto correis á través del aire sombrío: quizá podrás obtener de mi lo que solicitas.—En seguida, mi Guia se volvió y me dijo:—Espera, y modera tu paso hasta igualar al suyo.—Me detuve, y ví dos de aquellos, que en sus miradas demostraban gran deseo de estar conmigo; pero su carga y lo estrecho del camino les hacian tardar. Cuando se me hubieron reunido, me miraron con torvos ojos y sin hablarme: despues se volvieron uno á otro diciéndose:—Ese parece vivo, á juzgar por el movimiento de su garganta[6]; pero si están muertos, ¿por qué privilegio no llevan nuestra pesada capa? Despues me dijeron:—¡Oh toscano, que has venido á la mansion de los tristes hipócritas! dígnate decirnos quién eres.—Les contesté:—Nací y crecí junto á la orilla del hermoso Arno, en la gran ciudad[7], y conservo el cuerpo que he tenido siempre. Pero vosotros, á quienes, segun veo, cae tan doloroso llanto gota á gota por las mejillas, ¿quiénes sois, y qué pena padeceis que tanto se hace ver?—Uno de ellos me respondió:—¡Ay de mí! Estas doradas capas son de plomo, y tan gruesas, que su peso nos hace gemir como cargadas balanzas. Fuimos hermanos Gozosos[8] y boloneses. Yo me llamé Catalano y este Loderingo[9]. Tu ciudad nos nombró magistrados, como suele elegirse á un hombre neutral para conservar la paz; y la conservamos tan bien como puede verse aun cerca del Gardingo.
Yo repuse:—¡Oh hermanos! Vuestros males... Pero no pude continuar; porque ví en el suelo á uno crucificado en tres palos[10]. En cuanto me vió, se rotorció, haciendo agitar su barba con la fuerza de los suspiros; y el hermano Catalano, que se apercibió de ello, me dijo:—Ese que estás mirando crucificado aconsejó á los fariseos, que era necesario hacer sufrir á un hombre el martirio por el pueblo. Está atravesado y desnudo sobre el camino, como ves; y es preciso que sienta lo que pesa cada uno de los que pasan. Su suegro está condenado á igual suplicio en esta fosa, así como los demás del Consejo que fué para los judíos orígen de tantas desgracias.
Entonces ví á Virgilio que contemplaba con asombro á aquel que estaba tan vilmente crucificado en el eterno destierro. Luego se dirigió al fraile en estos términos:—¿Querríais decirnos si hácia la derecha hay alguna abertura por donde podamos salir los dos, sin obligar á los ángeles negros á que nos saquen de este abismo?—Aquel respondió: Más cerca de aquí de lo que esperas, se levanta una peña que parte del gran círculo y atraviesa todas las terribles fosas; pero está cortada en esta y no continúa sobre ella. Podreis subir por las ruinas que existen en el declive de su falda y cubren el fondo.—Mi Guia permaneció un momento con la cabeza inclinada, y despues dijo:—¡Cómo nos ha engañado aquel que ensarta con su garfio á los pecadores!—Y el fraile repuso:—He oido referir en Bolonia los numerosos vicios del demonio, entre los cuales no era el menor el de ser falso y padre de la mentira[11].
Entonces mi Guia se alejó precipitadamente con el rostro immutado por la cólera; y en consecuencia, me alejé tambien de aquellas almas que soportaban tanto peso, y seguí las huellas de los piés queridos.
- ↑ Cuenta Esopo, que, queriendo una rana ahogar á un topo, se brindó á llevarlo sobre sí á través del agua, hasta llegar á la otra parte de un foso; pero, mientras lo atravesaban, descendió un milano de los aires y los devoró.
- ↑ Mo é issa, voces que significan ahora en lombardo.—Mo, del latin modo, que es ahora; issa, elipsis del latin hac, ipsa hora, es tambien ahora.
- ↑ Porque los hipócritas, con los bellos colores de la virtud, encubren sus repugnantes vicios.
- ↑ Cuéntase que hubo en Colonia un abad tan ambicioso é insolente, que pidió permiso al Papa para que sus monges pudieran usar capas de escarlata, cintos, espuelas y estribos de plata sobredorada. Esta peticion desagradó tanto al Pontifice, que dispuso que en adelante el abad y sus monjes usaran capas negras y mal hechas, y cintos y estribos de madera.
- ↑ El emperador Federico II encerraba á los culpables de lesa majestad en capas de plomo, y luego los arrojaba al fuego.
- ↑ Por el movimiento de la respiracion.
- ↑ Florencia.
- ↑ Hermanos de una órden de caballería instituida para combatir contra los infieles y los que violáran la justicia. Se les llamó gozosos (gaudenti) por la vida licenciosa qué llevaron.
- ↑ Fueron nombrados en 1266 podestás de Florencia; gobernaron algun tiempo sȧbiamente; pero despues se vendieron á los güelfos, é incendiaron los palacios de Uberti, construidos en un barrio de la ciudad llamado el Gardingo.
- ↑ Segun el poeta, Caifás, su suegro Anás, y todos los que asistieron al Consejo en que se decretó la muerte de Jesucristo, están crucificados en el Infierno.
- ↑ Diabolus... mendax est et pater mendacii. (S. Joan. cap. VIII, v. 44.) Esto es como decirle á Virgilio, que no debió creer al Diablo; y la advertencia hace que el poeta se enfade, porque comprende que ha sido engañado.