La Odisea (Antonio de Gironella)/Canto Octavo

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
CANTO OCTAVO.

ULISES Y LOS FACIOS.


A los primeros rayos de la aurora
Los dos reyes el lecho abandonaron.
Alcinó guía a Ulises sin demora
A la pública plaza, desde donde
El puerto se descubre y sus bajeles.
Sobre asientos de mármol se colocan
Y sentados se estan lado por lado.
Para servir de Ulises la partida
En heraldo Minerva transformada,
Por el pueblo afanosa va diciendo:

«Id todos sin tardanza á la asamblea
Allí, allí veréis á un estrangero
Que el mar á nuestras playas ha arrojado,
Y que Alcinó custodia en su palacio;
Veréis en él de un Dios supremo el brillo.»
Un curioso deseo á tales voces
Se apodera de todos: Corren, vuelan
A la pública plaza atrepellados;
Al hijo de Laërtes buscan todos.
Y atónitos, en él la vista clavan.
Mayor talla la Diosa le ha prestado,
Un ademan mas grave, derramando
Una gracia divina en sus facciones;
Quiere que alto respeto ipfundir pueda
Y que brille en los juegos de los Facios.
Dispuesta la asamblea, Alcinó esclama:
«Oïd todos, vosotros que conmigo
El cargo compartís del mando escelso;
Oïd lo que anunciaros aqui debo:
Un estrangero cuyo nombre ignoro
Sin tampoco saber cuál es su patria
Un estrangero á mi paiacio vino.
A mi piedad ausilios ha pedido
Queriendo que á sus lares le volvamos.
A los usos vetustos siempre fieles,
Corresponder sepamos á sus votos.
Jamás á los umbrales del rey vuestro
Estrangero legara cuyo llanto
Naciera de no haberle complacido
O de haber sido lentos en su amparo.
La nave que partir deba primero,
Lancémosla á la mar. Alistad luego
Cincuenta y dos mancebos, los mas aptos
Entre los Facios nueslros; que la equipea
Y vuelvan en seguida á mi palacio
A compartir la fiesta que hoy celebro
Vosotros que sois siempre del Estado

Los apoyos mas firmes; mis leales,
Mis sabios consejeros; hoy conmigo
Venid, y los deberes cumplirémos
De la hospitalidad. Venid; no pienso
Que ninguno se niegue a tal mandato.
Llámese á Demodocio sin tardanza,
El cantor por los Dioses inspirado,
Que sabe dominar á su albedrío
Nuestros pechos á un tiempo, y ensalmarlos.»
Cesa y al punto de la junta sale.
Los gefes de los Facios tras de él parten
Un séquito formándole vistoso.
Va un heraldo á buscar á Demodocio,
En tanto que los mozos navegantes
Ya en la ribera estan. Al mar arrojan
La nao, el palo en ella enderezando;
Los remos han y la vela ensanchan,
De modo que la nave, que llevaron
A una altura mayor, espera solo
La señal de partir. Dispuesto todo,
De Alcinó vuelven ledos al palacio.
Todos van acudiendo: ancianos, mozos,
El recinto y el pórtico llenando
Y hasta los mas remotos aposentos.
Inmola el rey doce corderos mansos,
Dos toros y ocho fieras jabalíes.
Debajo del caldero arde la llama
Y en los hornillos chilla; en breve todo
El dulce aroma del festín respira.
Protonio, heraldo, á Demodocio guía
El vate de las musas protegido
Que de bienes y angustias le colmaron:
Ellas el don sublime le cedieron
De hechizar á la vez almas y oidos
Con sus tiernas canciones; mas en cambio
De la vista del día le privaron,
Y sus errantes ojos van buscando

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Tanto el dolor te oprime, por que el llanto
Tu rostro inunda al escuchar de Grecia
La proeza y de Troya los estragos.
Estas fieras catástrofes son obra
De los Dioses, que llevan por intento
Dar leccion á los siglos venideros
Y ser de nuestros cantos el objeto.
¿Acaso de Ílion bajo los muros
Un deudo hayas perdido, un suegro, un yerno?
¡Dulces nombres y siempre dulces lazos,
Despues de los de sangre los mas caros!
¿Acaso, en fin, perdiste un compañero
De tu juventud tierna, ó confidente
De tus mas encubiertos pensamientos?
¡Ah! un amigo cauto y virtuoso,
Cual un hermano, está en el alma puesto.»