La Odisea (Antonio de Gironella)/Canto Sexto

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La Odisea (1851) de Homero
traducción de Antonio de Gironella
Canto Sexto
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
CANTO SEXTO.

LLEGADA DE ULISES AL PAIS DE LOS FACIOS[1]


Por el sueño oprimido y la fatiga
Dormia Ulises cuasi sin sentidos.
Minerva, sin embargo, á Facio vuela.
Un tiempo fuera en que sus moradores
Habitaban los llanos de Hiperea,
Vecinos de los Cíclopes feroces,
Raza dura y cruel, que de sus fuerzas
Fatal abuso haciendo, les llenaba
De injusticias atroces y de ultrages.
Nausitúo, á los Dioses semejante

Por sus altas virtudes, los llevara
Lejos de los tiranos opresores,
Y en Esquería feliz, que el mar círcunda,
Su imperio estableció prudente y sabio.
Levantó una ciudad con sus moradas;
Dedicó templos alos Dioses sacros
Y dividió las tierras con justicia.
Mas Nausitúo, al Hado en fin cediendo,
Entre las sombras ya bajado había,
Y ora Alcinó su cetro sustentaba
Llevando en si la inspiracion divina.
La sacra mente siempre á Ulises vuelta
Y en tomarle á sus lares ocupada,
Minerva vuela al techo del monarca;
Entra en el quieto asilo do reposa
Su hermosa hija, que en beldad y hechizo
Á una inmortal semeja. En los portales
De su estancia dos vírgenes vigilan
Que parecen hechura de las Gracias.
La puerta está cerrada. Como el aire
La Diosa entra invisible, transformada
En la hija de Dimas, compañera
Y la mas tierna amiga de su infancia.
Llega al lecho, y al rostro el labio unido:
«Náusica, dice ¿cuál es tu indolencia?
Tus trages algun día tan brillantes
Ora incurados, en el polvo yacen;
Y sin embargo, el dia no está lejos
En que será deber engalanarte,
Pues que joya has de ser del venturoso,
Priadilecto mortal que te obtuviere;
Tal es tu fama y de tus deudos gloria.
Al conducir la aurora el claro día
Es fuerza dar su lastre á tus vestidos,
Y yo misma ausiliando tu tarea,
Para darte mas prisa iré contigo.
En las vírgenes ya no estarás mucho:

Mira como sus votos te dirigen
Nuestros jóvenes Facios mas ilustres
Mañana al alba pedirás al padre
Que un carro con sus mulos te conceda
Para llevar con ellos tus cinturas,
Tus velos y tus mantos y tejidos.
Muy lejanos estan los lavaderos
Y de Alcinó la hija no pudiera .
Cansar el pié para llegar á ellos.»
Al acabar, la Diosa desparece
Y otra vez sube á la morada etérea
Donde seguridad y paz se encuentra;
Donde el mas sútil viento no penetra,
Que la luvia no altera, que las nieves,
Ni las escarchas nunca afligir pueden
Allí siempre sin nubes está el cielo,
Siempre es pura la luz y siempre abundan
Gozo y felieidad sin mezcla alguna.
La aurora sale y Náusica dispierta;
Llena de su vision corre á sus deudos
Y en la interior estancia los encuentra
Junto al hogar la madre, con sus siervas,
Girar hace una rueca que enroscada
Tiene en su centro purpurina lana;
Alcinó se dispone con premura
Para ir de su estado á los consejos.
«¡Oh padre, dice Náusica, no quieres
Que un carro con sus mulos se me apreste
Para llevar al rio nuestros trages
Llenos de negro polvo y suciedades?
No puedes al consejo presentarte
Con desaliño tú, ni olvidar puedes
Que son cinco tus hijos, dos ya esposos
Y padres á la par; mas los tres otros,
Libres aun, brillar en los festines
Anhelan, ni les gusta presentarse
Con vestidura sucia y descompuesta,

Y aqueste cargo sabes que en mi pesa.»
El nombre de Himeneo de su boca
No se atrevió á salir; mas cauto el padre
Lo adivinó y le dijo: «No rehuso,
Hija amada, ni el carro ni los mulos,[2]
Ni cosa alguna que apetecer puedas;
Lo que mas rico tengo en cosas tales
Al instante tendrás á tu albedrío.»
Al acabar ordena lo preciso.
Sale al instante el carro de su asilo
Y la princesa en él por propia mano
Coloca lo dispuesto al lavadero.
La reina trae en anchuroso cesto
Provisiones selectas, dulce vino
Y perfumado aceite en frascos de oro
Para que al baño sirva de la hija
Y de las siervas que allí van con ella.
Ya en el carro está Náusíca: una mano
La rienda tiene, el látigo la otra;[3]
Este chasquea, y relinchando el tiro,
El paso suelta, y con su igual carrera,
Carro, ropas, princesa y siervas lleva.
A la orilla del rio encantadora
Ya llegaron. En ella estan situados
Anchos algibes donde siempre mana
Una agua cristalina que, sin pena,
Las manchas todas dejará eclipsadas.
Desenganchados pacen ya los motos

Por los prados que estan en la ribera.
Náusica, con sus cándidas doncellas,
Va sacando del carro los vestidos,
Los mantos y tejidos que trajeron,
Y todas, afanadas, los aprietan,
Los mojan, los estrujan y refriegan.
En fin, ya limpios y purificados
Los tienden en el campo con cuidado
Sobre pedriscos que las aguas dieran,
Y mientra el sol las humedades sorbe
Se bañan ellas; en los süaves miembros
Vierten dulocs aromas y en seguida
En las orillas á comer se sientan.
Dejan despues sus cintos y sus velos
Y se divierten un balon tirando
Que vuela, cae, y sobre el césped salta;
Náusica con su acento el juego anima;
Tal se muestra ea las cimas elevadas
Del Taygete y del rápido Erimanto
Diana siguiendo el jabalí ó el ciervo;
Las ninfas de los montes van con ella;
Al verlas goza de Latona el pecho,
Cuya frente divina sobresale
Ofuscando á las tiernas compañeras;
Todas hermosas son; mas su hermosura
Ante aquella se pierde y desparece
Tal Náusica brillaba entre sus siervas.
Mas ya dieron las horas del regreso,
Minerva, á sus proyectos siempre atenta,
A mover se prepara otros resortes
Invisibles y ciertos: de su sueño
A Ulises sacará y hará que vea[4]

A Náusica y que visto sea de ella;
En sus ojos piedad encontrar debe
Al pueblo de los Facios por su mano
Entrar y de su rey ver el palacio.
Tira el balon airosa la princesa,
Dirigiéndole á una de sus siervas;
Mas se desvía, vuela y va perdido
A un abismo insondable. Agudos gritos
Alzan todas, y á ellos dispertado,
Ulises en su lecho se incorpora,
Y á tristes reflexiones se abandona
«¡Ay! dice ¿en dónde estoy y qué hallar debo
En este sitio incógnito? ¿salvages,
Hombres sin ley y sin justicia, ó pueblos
Que los Dioses respeten? mas, acentos
Mugeriles alcanzan mis sentidos.
Serán sin duda Ninfas de estos montes,
De aquestas aguas ó del valle umbrío
Hay acaso aqui seres que hablar puedan,
Que sepan espresar sus pensamientos?
La esperanza apuremos ó el recelo.»
Dice, y luego con mano vigorosa
Una rama destronca de hojas llena,
Su desnudo rubor con ellas cubre
Y del follage sale. Ver parece
El leon de los montes, que fiado
En su indomable fuerza, por las lluvias
Y los vientos y el hambre perseguido,
Va buscando las timidas manadas
De bueyes, ó corderos, ó del bosque
El venado fugaz. Sus ojos fieros
Centellas van lanzando. Al crudo impulso
Del hambre que le acosa, se arrojara
Hasta del hombre en el tranquilo techo
Tal Ulises, desnudo, solo escucha
Su necesidad fiera y se presenta
Sin pensar, á esas timidas bellezas

Al mirarle cubierto de vil cieno
Horrible les parece: todas huyen
A tal vista espantadas; sola queda
La hija de Alcinó, porque Minerva
Noble seguridad diera á su pecho,
Alejando del alma un temor vano:
La vista fija en él, y quieta espera.
Ulises titubea, no sabiendo
Si debe á sus rodillas arrojarse
O si será tal vez mejor partido,
En actitud humilde, desde lejos
Dirigirle modestos homenages,
Y suplicarla que le enseñe el pueblo
Donde fijado está el poder supremo,
Y que ropas le otorgue su clemencia
Con que cubrir sea dado su miseria.
Al fin resuelve, estándose apartado.
Las señas ostentar de su respeto,
dirigirle asi sus pobres votos;
Teme que si á sus plantas se arrojase
Ella le rechazara con enojo.
De aquesta suerte pues, con sutileza,
Le dirige su acento lisonjero:
»¡Oh soberana de estos dulces sitios![5]
Seas diosa ó mortal, á ti me postro.
Deidad eres sin duda del Olimpo,
Que á tu porte, á tus lúcidas facciones,

A tu beldad magestuosa y grave
Desconocer no puedo que eres Diana
Hija del gefe eterno de los Dioses.
Si asi no fuese; si mortal esencia
Te animase... oh tres veces venturosos
Tus padres y tus inclitos hermanos!
¡Cuál ha de ser su cándida alegría
Al ver como en los coros y festines
A todas sobresales! mas ¡mil veces
Sobre todos feliz aquel que pueda
A la suya juntar tu hermosa mano,
Aunque de cuanto tenga á costa sea!
Nunca ví una mortal tan adornada
De gracias y beldad. Al contemplarte
Ciega el ojo y se pierden los sentidos.
Tal en Delfos ví un dia una palmera
Salir airosa de la madre tierra.
Allí seguido fuí de hueste inmensa;
Fatal andanza donde empezar pudo
De mis largas desdichas la carrera!
Al ver aquella planta, largo espacio
Quedé de admiracion absorto y mudo;
La tierra nunca prenda igual produjo
Igual sorpresa al contemplarte pruebo;
Besar tus pies quisiera, pero tiemblo
Porque me oprime de infortunio el peso[6]
Salí de la isla Oygia ha veinte dias

Y del viento y del mar al albedrío
Anduve errante y prófugo. Ayer solo,
Escapando del golfo á los abismos,
Un Númen me arrojó sobre esta orilla
Sin duda á padecer nuevas desdichas.
No hay para mi descanso ya, y los cielos
Me preparan aun mayores pruebas.
Ten piedad ¡oh princesa ! de mi suerte;
A ti primera imploro en mis afanes;
A ningun ser conozco en estas playas;
Muéstrame la ciudad donde reside
El que aquí impera, y dame compasiva
Algun harapo que mi cuerpo vista.
Así el cielo tus votos y deseos
Colme piadoso siempre, sin medida;
Te de un esposo que de tí sea digno
Y que prole dichosa te asegure
Con ventura sin fin. No hay en la tierra
Fortuna igual al bien de dos esposos
Que un solo gusto y un pensar enlazan;
La envidia son de sus contrarios todos
Y la gloria de aquellos que les aman;
Pues su dicha y virtud todos alaban.»
—«¡Oh estrangero, cualquiera que tú seas,
Náusica le responde, nó, tú no eres
Un ser vulgar de mérito privado.
Júpiter distribuye á su albedrío
Las dichas al honrado y al perverso.
Él tu suerte ha medido y á tí toca
Completa sumision. Mas, pues pudiste
Esta tierra pisar, todo lo espera.
En ella encontrarás cuanto en la pena
Un suplicante prometerse deba
De la piedad de los demas mortales.
Nuestra ciudad y el pueblo que la habita
Pronto conocerás; esta comarca
Pertenece á los Facios, y es mi padre

Alcinó fuerte que sobre ellos manda.»
Dice, y llamando luego á sus doncellas
Esclama: «¿A dónde huïs de un estrangero?
¿Pensais que acaso un enemigo sea?
No puede haber ni habrá jamás mortales
Que á llevar se atreviesen la atroz guerra
A la feliz comarca de los Facios.
De los Númenes somos predilectos;
Del mundo nos separa un mar inmenso
Y con sus pueblos trato no tenemos.
Este es un infelice que el acaso
Arrojó á nuestras playas; nuestro esmero
Y el mayor interes le son debidos.
El estrangero siempre y el mendigo
De Júpiter estan bajo el amparo.
Por mas que leves sean las ofrendas
De la piedad, en recompensa llevan
La gratitud de aquel que las recibe
Y de los sacros Dioses el agrado.
Dadle sustentos y bebidas dadle,
Y conducidle á retirado sitio
En la orilla, del viento recogido,
Donde en su dulce paz pueda bañarse.»
Al oir la princesa, se detienen,
Se aquietan y se animan, y sin pausa
Al héroe un sitio indican en la orilla
Donde esté de los vientos guarecido.
Sobre la arena ponen un ropage
De lana, y una túnica y un manto,[7]
Dejándole iambien un frasco de oro.
Con aceite aromático, y le invitan
A que tome en el río un süave baño.

Él con modestas voces, y bajando
Los ojos, dice : «¡Oh jóvenes beldades!
De mi apartaos, mientras estos lodos
Que el cuerpo cubren, anheloso lavo,
En mis miembros vertiendo los aromas
Que brío y sutileza le devuelvan.
¡Oh, mucho ha ya que se perdieron ambos!
Bañarme ante vosotras no es posible,
Que el rubor no consiente á vuestros ojos
Seguir mostrando mi presente estado.»
Las doncellas se alejan á sus voces
Dando á Náusica parte de sus hechos.
Ulises en las aguas entra luego,
Dejando en ellas el fangoso cieno
De que estan las espaldas y hombros llenos;
La espuma lava que su sien deslustra,
Y viste en fin las ropas que le diera
La piadosa princesa. En sus facciones
Minerva imprime mas grandeza y brillo.
A la flor del jacinto semejantes,
Sus rizados cabellos van bajando
Sobre la airosa espalda; de igual modo
Entre las manos del artista sabio
Que Palas y Vulcano amaestraron,
Esmaltado entre plata, brilla el oro.
En tal disposicion el héroe sale
De marcial hermosura fulgurante,
Y sentado se está en remota parte.
Náusíca fija en él la vista atenta,
Y á sus doncellas dice: «Oidme todas:
Sin consentir los Dioses no habrá sido
Que este estrangero á nuestras playas venga;
Primero, al verle, me pareció horrible;
Mas ora contemplar presume el ojo
Un Dios sublime del Olimpo sacro.
¡Oh si hallarse un mortal aquí pudiese
Cual el, que en nuestros climas se fijara

A la mia enlazando su existencia!
Mas dénsele bebidas y manjares.»
Esto manda y lo cumplen sus doncellas.
Hambriento Ulises pio, y sitibundo,
El sustento devora que le ofrecen,
Apurando tambien á un golpe solo
La copa que en su seno brío vierte.
Náusica en tanto atiende á otros objetos:
Dobla ella misma y en el carro manda
Cargar las ropas que lavadas fueron;
Enganchados los mulos, salta airosa
En el carro y á Ulises esto dice:
«¡Oh tú noble estrangero! te levanta,
Hora es ya que volvamos al poblado;
Allí te indicaré la mansion mia,
Dó el padre hallar podrás, que juntos tiene
Los gefes mas ilustres de los Facios.
Mas antes mis consejos no desdeñes:
Un ánimo ingenioso cual el tuyo,
Sin duda alguna, su importancia siente.
Mientras la vía por el campo corra
Con mis mulos, mi carro y mis mugeres
Seguir podrás; mas al llegar al pueblo
Iré yo tus pisadas precediendo.
Sin pena la ciudad conocer puedes
Al ver las altas torres que la cercan.
Angosta via te conduce á ella;
Un puerto en ambos lados se dilata
Y en ambos se presentan fuertes naos
Que su marcado sitio tienen todas.
En la pública plaza te hallas luego,
Y verás que la forma enorme muro
De piedras entre sí muy enlazadas.
Se eleva en medio el templo de Neptuno.
Allí es donde se tuerce el duro cable,
Se entreteje la soga y pule el remo;
Es donde, en fin, se ve lo necesario

Para el uso y buen porte de las naves.
Desdeña el Facio el arco y la saeta;
Su mas grata afícion son los bajeles,
En los cuales, altivo, retar sabe
El mar y las tormentas; mas en cambio
Es satírico siempre, muy chancero,
Y sus sarcasmos ásperos recelo.
Basta que juntos ambos hoy nos vea,
Para que diga una intencion maligna:
¿Quién este mortal es, bello y gallardo,
Este que á la Princesa va siguiendo?
¿Dónde la hallara? ¿acaso es un esposo
Que destinado tiene, ó aventurero
Venido de recónditas comarcas
Que, ella misma, en su nao á buscar fuera?
Aquí no hay nada que se le parezca.
Tal vez cediendo á sus ardientes votos
Un Númen de los cielos ha bajado
Y ella la dicha de atraerie tiene.
¿Será cierto que, al fin, sus correrías
Un estrangero esposo le procuren?
Nuestros Facios desprecia, y sin embargo
Muchos los nobles son, sobresalientes,
Que con afan aspiran á su mano.
Esto fuera; y mi fama vulnerada
Podría al fin quedar, que hasta yo misma
No perdonara á otra que escuchase,
Sin que el paterno asenso la escudara,
De amor la voz, y sin que el himeneo
La pira á su querer tuviese ardiendo.
Oye ora, sin contraste, mis consejos
Si quieres que mi padre te procure
De una vuelta feliz seguros medios:
Pronto en nuestro camino encontrarémos
Una selva de álamos que á Palas
Consagrada está; luego una gran fuente
Que tiene en derredor un verde prado;

Mas lejos, un dominio de mi padre
Y un vergel delicioso. Cuando estemos
Del pueblo á tal distancia que pudiera
En él la voz de un hombre ser oida,
Detente hasta que juzgues que llegado
Hayamos ya nosotras al palacio.
Camina entonces; en la ciudad entra
Y de Alcinó pregunta la morada;
Fácil es conocerla, que ninguna
Ni se asemeja á ella ni se iguala.
Cuando el primer recinto hayas pasado
De mi madre penetra hasta la estancia.
Junto al hogar sentada hallarla debes,
Arrimada por uso á una columna
Hilando siempre purpurinas lanas,
Mientras estan tras ella sus doncellas.
Inmediato á su silla brilla el trono
Donde mi padre á veces con su copa,
Del real cargo olvida los enojos.
Preséntate á mi madre; á sus rodillas
Suplicala que tus venturas labre
Y en volver á la patria te proteja.
Si interesar su compasion alcanzas
No dudes que verás sin gran retardo
Tus deudos y la patria de tus ansias.»
Dice, y el tiro airosa castigando
Le obliga á desplegar el pie ligero
Dejando en breve el río muy lejano.
Mas, modera despues aqueste esfuerzo
Para que seguir pueda el estrangero.
Al océano el sol se iba acercando[8]
Cuando al bosque llegaron de Minerva.
En él se sienta Ulises, y á la Diosa

Invoca fervoroso: «¡Oh tú, la dice,
Hija de Jove! mi plegaria escucha:
En mi largo infortunio, desde el día
En que Neptuno me lanzó sus iras,
Nunca mas he sentido tu presencia.
Haz ahora que al menos estos pueblos
Me otorguen interes y piedad tierna.
Calla y la Diosa le oye. No se muestra,
Que á Neptuno tributa este homenage;
Honrando asi al hermano de su padre,
Que al triste Ulises sus rencores guarda
Hasta verle otra vez en sus hogares.



  1. Facio, Phaecio, es el nombre antiguo de la isla de Corcira, hoy llamada Corfú, en la costa de Albania, á la entrada del Adriático. Su superficie es de 46 leguas cuadradas, y tiene 57 mil habitantes que todavia ahora gozan fama de muy flojos y dados á los placeres, pero muy vengativos y rencorosos. He juzgado que el diptongo de este nombre era de mal efecto en nuestro idioma, y por eso le he suprimido.
  2. Parece que en Homero hay dos especies de carros; unos para la guerra y otros para los viages. Este iba siempre tirado por mulos, tenia cuatro ruedas y un gran canasto ó caja donde se ponia lo preciso para la jornada.
  3. Permitaseme aqui hacer reparable la vuelta de todo lo antiguo. Por el Prado de Madrid, los Campos Elíseos de París y el St.-James-Park de Lóndres se ven otra vez las Náusicas guiando elegantemente sus corceles; lo que prueba que, si se indaga bien, en el mundo no se hallará cosa alguna nueva.
  4. Aunque tal vez esta observacion sea tardia, porque solo ahora se me ocurre, y porque diflriéndola lo seria mas, recordaré que Ulises en griego es Odusseus, lo que ha ocasionado que el poema se llame Odisea, por etimologia, y nó Ulisea, como deberia llamarse en español, sin una razon tan poderosa.
  5. En todo el poema descuella esta astucia de Ulises, que à veces es en perjuicio de su dignidad. Ya para no ir á la guerra de Troya, se habia fingido demente; pero Palamedes, rey de Eubea, hoy dia Negroponte, para asegurarse de ello, mientras el falso rate estaba arando, puso al niño Telémaco debajo del surco, y Ulises desvió los bueyes, con lo que quedó descubierta su treta. Mas adelante se verá cuánto le sirvló ese fecundo ingenio para recobrar sus estados, y solo se desmintió cuando, habiendo abdicado en favor de Telémaco, para salvarse del oráculo que le habia dicho que el hijo le mataria, pereció á manos de Telegonio que le mató en una lid sin conocerle; el triste habia olvidado que mentiras llo- raba amargamente á su esposa en brazos de Circe, la Ninfa le daba este mismo matador, que era el hijo que designaba el Oraculo. A haberse acordado mas de sus mocedades, es probable que hubiera conservado por mas tiempo la vida y la corona; pero todos somos lo mismo, y si Ulises no hublese sido como todos la ley divina no se hubiera podido cumplir, lo que, solo el insinuarlo, es una blasfemia.
  6. Esta isla se supone situada frente del Lacinio, ó Grecia grande; su existencia es muy problemática, pues no se halla rastro de ella; es regular que el Poeta que inventó la Diosa, inventase tambien su morada.
  7. Es digno del mayor elogio el ingenio con que el Poeta, desde tan lejos, le trae á Ulises los medios de cubrir su desnudez, haciendo que la princesa vaya a lavar las ropas de su padre. ¡Cuán poco sabemos nosotros en el día combinar nuestros planes con tal acierto!
  8. Debe entenderse que no era aun de noche; pues sin esto, la precaucion que toma Minerva en el canto siguiente de taparle bajo una densa nube seria una ridiculez.