Un limpio honor del ánimo ofendido
jamás puede olvidar aquella afrenta,
trayendo al hombre siempre así encogido,
que dello sin hablar da larga cuenta;
y en el mayor contento, desabrido
se le pone delante, y representa
la dura y grave afrenta, con un miedo
que todos le señalan con el dedo.
Si bien esto los nuestros lo miraran
y al temor con esfuerzo resistieran,
sus haciendas y casas sustentaran
y en la justa demanda fenecieran;
de mil desabrimientos no gustaran
ni al terrero del vulgo se pusieran;
del vulgo, que jamás dice lo bueno,
ni en decir los defetos tiene freno.
Pero de un bando y de otro contemplada
la diferencia en número de gentes,
la ciudad sin reparos descercada,
con otra infinidad de inconvenientes,
y el ver puestas al filo de la espada
las gargantas de tantos inocentes,
niños, mujeres, vírgines sin culpa,
será bastante y lícita disculpa.
Si no es disculpa y causa lo que digo,
se puede atribuir este suceso
a que fue del Señor justo castigo,
visto de su soberbia el gran exceso,
permitiendo que el bárbaro enemigo,
aquel que fue su súbdito y opreso,
los eche de su tierra y posesiones
y les ponga el honor en opiniones.
Bien que en la Concepción copia de gente
estaba a la sazón, pero gran parte
de barba blanca y arrugada frente,
inútil en la dura y bélica arte,
y poca de la edad más suficiente
a resistir el gran rigor de Marte
y a la parcial Fortuna, que se muestra
en todos los sucesos ya siniestra.
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