Decí al príncipe, señor,
que si supiera el contento
que mi grosero sustento
y estado de labrador
me causó siempre, y lo poco
en que estimo los blasones,
noblezas y pretensiones
que llama honra el mundo loco,
yo quedara disculpado
y tuviera su grandeza
más envidia a mi pobreza
que yo a su soberbio estado.
Que no el tener cofres llenos
la riqueza en pie mantiene;
que no es rico el que más tiene
sino el que ha menester menos.
Si Sabina me creyera,
ni el príncipe se quejara,
ni nuestro estado sacara
de su humilde y pobre esfera.
Era mujer, y heredó
de la primera mujer
el ser fácil de creer;
pero pues que la engañó,
decid, que de qué provecho
darla a otro esposo será,
ni quien deshacer podrá
lo que Dios y el cielo ha hecho.