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La esclavitud de los negros

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La esclavitud de los negros (1870)
de Teobaldo Nieva
Nota: «La esclavitud de los negros» (1870) Anuario Republicano Federal pp. 477-486.
LA ESCLAVITUD DE LOS NEGROS.
dedicado a la memoria imperecedera del reden-
tor y mártir de la humanidad, Lincoln

Hay un libro que ha sido el rico manantial de donde ha sacado el poeta y el filósofo sus inspiraciones y sus sentencias, aunque erróneas; pero de él han salido tambien todas las crueldades, todos los grandes crímenes que han manchado con negros borrones a la humanidad. Este libro es la Biblia.
Abrid sus hojas, y vereis a los descendientes del segundo hijo de Noé, malditos por el crímen de su padre. Su cútis negro es el sello eterno de su condenación, la marca indeleble de su esclavitud.
En el Génesis, capítulo 9°, leereis quizás sin estremeceros: «¡Maldito sea Canaan! Serán esclavos de los esclavos de sus hermanos.»
A ese libro le llaman «¡La Santa Biblia!. .»
No es extraño; al tribunal de la Inquisicion tambien le llamaban el «Tribunal santo.»
Hé ahí los doctores, los teólogos, citando, argumentando, maldiciendo; hé ahí las cadenas, la esclavitud, los mercados, la abyeccion de toda una raza, justificada por el pecado de Cham.
Sin embargo, con el libro de la Naturaleza, más santo aún que el de la Biblia, destruimos esta bárbara preocupacion, desbaratamos esa maldicion injusta.
No estais condenados, no, pobres africanos: si esos teólogos infames os maldicen, la Naturaleza os bendice; si lamentables preocupaciones hacen de vosotros una excepcion del linaje humano, la santa Naturaleza, cual tierna madre, os distingue con solícito cuidado.
Observando la Naturaleza, vemos que á medida que disminuyen las escarchas, las flores van tomando un color más oscuro, y en los calores del verano las vemos á todas vestidas de colores fuertes.
Así en todas partes el blanco está opuesto á las escarchas, el moderno, el rojo y el negro, al calor.
Esta ley general se perpetúa en el color de la raza humana; negro en las regiones tropicales bajo los ardientes rayos del sol, blanco en las regiones templadas.
Todas estas observaciones nos enseñan que los colores tienen la propiedad de retener, ó de dejar pasar el calor, segun su mayor o menos densidad: lo blanco retiene el calor, lo negro lo deja pasar libremente: luego el blanco es un vestido caliente, y el negro un vestido fresco; ambos dados por la Naturaleza, segun la necesidad de las estaciones y de los climas, claro y magnífico testimonio de su sabia prevision. Segun esto, si la Naturaleza no hubiera ennegrecido el cútis de esa raza que ha surgido bajo el sol abrasador del Africa, la habria condenado á un suplicio contínuo que hubiera realizado la peregrina idea del infierno.
Ved aquí ya otra vez destruido con el libro de la Naturaleza el libro de la Biblia: «Esto matará á aquello,» como ha dicho Victor Hugo.
Pues bien; explotadores de la humanidad, mercaderes impíos de carne humana, han acallado el grito de su conciencia en ese libro, y han autorizado con él el robo, la crueldad, el crimen.
¿Qué es lo que se observa dentro de la bodega de ese buque que velero camina impasible, sin temer á la inconsciente cólera celeste, donde van hacinadas unas sobre otras, y aherrojadas con fuertes ligaduras, multitud de criaturas robadas de su tierra, arrancadas brutalmente de los brazos de sus padres, de sus esposos, tal vez de sus hijos que quedan desamparados en la mayor desolacion, destinadas á morir la mayor parte en tan horrorosa navegacion, donde solamente les dan de comer lo indispensable para que no perezcan, calculando con minuciosidad las ganancias?
Ese es un barco negrero, que hace el negocio de vender hombres. ¡Vender á sus semejantes! ¡Comerciar con su propia sangre! Hay crímenes que pesan sobre la humanidad como una mancha indeleble que alcanza a todos.
¿Qué bullicio reina en aquella plaza, qué sordo rumor es ese que se levanta, semejante al ruido de las olas del mar cuando rugen embravecidas desafiando la furia de los elementos? Penetrad entre esos grupos de gentes que van y vienen con actividad creciente, y presenciareis un espectáculo horrible, un espectáculo que os hará agolpar toda la sangre de vuestras venas al rostro, y que oprimirá angustiosamente vuestro corazon si sois sensibles. Mirad aquel hombre que se levanta sobre todas aquellas cabezas animadas, en cuya mano está el martillo que decide la suerte de miles de criaturas. Observad esos grupos interesantes y conmovedores en que se ven séres humanos, aunque de distinto color, mirando con ansiedad á la multitud que los examina, con rostro frío y sereno, que los toca, que les hace levantar los brazos y estirar las piernas para juzgar de su utilidad. Mirad aquellas jóvenes con los ojos inyectados de lágrimas, que oprimidas unas contra otras, parece como que tratan de evitar miradas lascivas y provocadoras. Séres raquíticos y miserables las miran, las examinan, las palpan, contemplando para qué pueden hacerlas servir, juzgando únicamente el provecho que pueden sacar de ellas.
Tended la vista á aquellos inocentes niños, que juguetones y con la sonrisa en los labios reciben impasibles los cachetes de todos aquellos mercaderes que comercian con sus semejantes, con sus hermanos.
¿Mas qué alaridos han venido á turbar aquella réproba reunión? Volved, volved la cabeza, y vereis un cuadro desgarrador. El cruel martillo ha caido, y su agudo y metálico sonido acaba de herir el corazon de una madre que tiene encadenado en sus crispados brazos al hijo de sus entrañas, que un blanco vil pugna por arrancárselo. El niño llora asustado abrazando á su madre para que lo salve, la multitud se apiña en derredor y prorrumpe en horrible carcajada, y la ley, ¡oh! ¡la ley no favorece á aquella madre desventurada que le roban el hijo! la ley protege el derecho del mayor postor, porque aquel lugar de horrores y de crímenes es la Plaza del mercado humano, la pública subasta de los esclavos (1).
Apartaos, apartaos de ese sitio infame, donde el cielo debía dirigir sus rayos vengadores; dirigíos á las campiñas, á aquellas inmensas arboledas donde se respiran auras más puras, donde el aire impregnado con los ayes del dolor y de la opresion, no dañe los pulmones de nuestro pecho honrado y libre.
Aquí reina la calma de la Naturaleza; aquí no se oye más que el canto de pintadas y galanas aves, que con sus diversos y extraños plumajes excitan la admiracion del europeo que cruza el privilegiado país que descubrió Colón.
Pero nuevos alaridos y sollozos hieren vuestros oidos. Os acercais, palpitantes de dolor, y veréis atada á uno de aquellos árboles corpulentos una infeliz joven de diez y ocho años, que desnuda de medio cuerpo arriba, descubre sus robustas y contorneadas formas, negras como el ébano, pero sombreada sus espaldas con manchas rojas. Un verdugo inhumano y fiero, de blanco color, azota sin compasion y cobardemente á aquella criatura que pertenece al sexo débil. Anhelante, suplicareis á aquel tigre con rostro de hombre civilizado, que cese en su inhumana flagelacion. Mas él os responderá con cínica crueldad que la Ley ordena que se castigue á aquella esclava. La desventurada ha tenido que cuidar á su padre enfermo, y ha llegado tarde a la plantacion, más tarde de la hora marcada para comenzar el trabajo. Este ha sido su grave delito. No le han escuchado las excusas que diera anegada en lágrimas, porque la explotacion del hombre es bárbara y cruel, y el amo se perjudica si no trabajan todas las horas sus esclavos.
Huid, huid de aquel país que la civilizacion ha hecho maldito; allí no se albergan más que séres envilecidos que se enriquecen á costa de lágrimas, lamentos, sangre, muertes y crímenes.
Allí no se ve más que azúcar, café y tabaco; allí no se mira al hombre.
Esta es la civilizacion que han ido á llevar allí los europeos.
Esa civilizacion la hacen consistir en la prostitucion de la mujer á vista de sus propios maridos o amantes, y de sus padres. Esa civilizacion está reducida á apoderarse de infelices criaturas, hacerlas trabajar sin descanso, y hacerse poderosos y magnates, vivir en el lujo y en la opulencia á costa de su sudor, sin pagarles siquiera un triste salario, y sin darles otra manutencion que la necesaria para que no acabe su mísera existencia, para poderles sacar toda la ganancia que calculan de sus fuerzas productoras, cual si fuesen máquinas.
¡Cuándo llegará la hora de que la noble nacion española, que proclama el derecho y la libertad, no permita ese escándalo del mundo, ese ultraje á la humanidad!
¡Abajo la esclavitud! ¡Libertad para los negros, nuestros hermanos, que tienen los mismos derechos que nosotros, y que han vivido tantos años en la desnudez, en el hambre, en un tormento siempre creciente bajo el duro látigo siempre, produciendo pingües riquezas, levantando soberbios edificios para la comodidad y el lujo de sus explotadores, de los blancos sus implacables verdugos! ¡Piedad para tantas victimas!
No, mil veces no; decís que los negros son holgazanes y que es necesario el látigo, que son estúpidos y salvajes y que es precisa la fuerza, que son sanguinarios y crueles y que es necesaria la esclavitud.
Mentís vil y descaradamente, crueles verdugos de la humanidad; los holgazanes sois vosotros, que medrais con lo que ellos trabajan; los estúpidos sois vosotros, pues á ellos debeis el progreso en vuestras artes é industrias; vosotros sois los sanguinarios y los que llevais vuestra atroz crueldad hasta marcar con un hierro candente en la frente coronada de martirio de vuestros iguales, de vuestros hermanos, de vuestros semejantes; mas ¡qué digo! de vuestros semejantes no, porque ellos son hombres dotados de razón y de gratitud, y vosotros sois peores que los tigres y las feroces panteras!
¡Que son holgazanes decís! mentira; el escaso momento que les dejais de solaz y que debieran emplear en el descanso, lo consagran al trabajo para ganar el oro que ha de hacerlos libres!
¡Que son vengativos y feroces decís! mentira tambien; miles de esclavos viven oprimidos, impulsados al crímen por vuestras maldades, y gobernados sólo por cinco ó seis blancos. ¿Cómo es que no los exterminan? ¿cómo es que no los destrozan en su justa ira?
Callad, impostores, que azotais impunemente á la negra que cria vuestro hijo á sus pechos, y se lo entregais acto continuo para que lo alimente, robándole los suyos. Esta madre desventurada, derrama, sin embargo, ardientes lágrimas sobre la cabeza de vuestro hijo, y lejos de ahogarlo en sus brazos, le prodiga miles de caricias, recordando las gracias infantiles de los suyos, de que vosotros la habeis separado por un acto despótico de egoismo.
Y luego añadís que los negros están contentos con su esclavitud, porque con ella comen, ¡Malvados! ¿por qué se suicidan con tanta frecuencia, para concluir de una vez las penalidades de que sembrais su odiosa vida? ¡Vosotros sois sus asesinos! Vosotros sois los responsables de su crimen!
Hombres de la «Junta Cubana,» que en medio de los gritos de libertad lanzais al mundo el aullido salvaje de «¡viva la esclavitud!» porque temeis perder el botin que os engrandece, la civilizacion y el progreso de la humanidad lanzan á vuestro manchado rostro la maldición y el anatema que es deshonra.
Basta de horrores, basta de atrocidades, basta de crueldad, basta de privilegios, no más explotaciones del hombre por el hombre, no más trabajadores de balde.
Pero era natural, la Revolucion de España no ha venido, ni mucho ménos, a completar el sér humano por la consagracion de los derechos cimentados en la verdadera igualdad; por eso el negro borrón de la esclavitud continúa en aquellas Antillas.
La Revolucion de España no ha sido impulsada más que por las ambiciones de unas pandillas de merodeadores políticos; por eso reflejan tambien allí las mismas injusticias, la misma idea de robo; de despojo, la más inicua y sangrienta usurpacion, continuando esa atroz e inhumana explotacion de la sangre, del sudor, de la vida del sér, que sólo en el color se diferencia de los demás.
Afortunadamente, si se establece la República social, Cuba será una federacion de España, y los negros bendecirán la República democrática social española, que no quiere la esclavitud de sus hermanos de color, para escarnio de esa religion cristiana y baldon de esos católicos que consienten la esclavitud y repugnan la libertad de cultos.
Los intereses de la humanidad están por encima de los intereses de unos viles egoístas explotadores.
Nosotros no creemos justa la indemnizacion: ¿indemnizacion de qué? ¿de la expropiacion? Es propiedad no es sagrada, no es legítima: es la propiedad del crímen. El hombre no es propiedad de otro hombre. En caso de indemnizar á alguien; la justicia reclama que se indemnice á los negros, á quienes se les ha robado impunemente tanto tiempo su salario.
¡Abajo la esclavitud! repetimos y clamaremos sin cesar. ¡Rómpanse todas las cadenas, remunérese con justicia al trabajador, que sean libres los hombres, que sea libre el trabajo, y entonces el hombre ensanchará el círculo de su inteligencia pensadora; el hombre no será máquina, y producirá más maravillas, elevará sus obras, esas obras y esas maravillas que aumentar el esplendor de la creacion, y que lo elevan al rango de creador, porque su espíritu libre llega hasta dominar y perfeccionar la Naturaleza!

Teobaldo Nieva.