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La escuela moderna/Apéndice/La Educación

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La Escuela Moderna: Póstuma explicación y alcance de la enseñanza racionalista (1912)
de Francisco Ferrer Guardia
La Educación

La Educación

La escuela verdaderamente emancipada y libre de la antigua servidumbre no puede tener franco desarrollo más que en la naturaleza.

El arte de la educación, como todas las demás artes, es de invención prehumana. En todas las conquistas del ingenio, el hombre ha sido precedido por los animales, y ha seguido falsa via siempre que se ha separado del ejemplo recibido. La educación, tal como se comprende por nuestros hermanos inferiores », ha conservado su carácter normal, eficaz, en tanto que entre los humanos ha degenerado frecuentemente en pura rutina y a veces ha obrado en sentido inverso de su objeto: no es raro que se convierta en verdadero embrutecimiento. Una avecilla enseña graciosamente a sus polluelos el arte de evitar a su enemigo y de buscarse el sustento; después, gorjeando, le recita lo que podríamos llamar aires nacionales, le enseña a sostenerse en el vacío aparente, le hace remontar su vuelo a distancias cada vez mayores de su cuna natural, y cuando ya nada puede enseñar a su progenitura y la igualdad es completa en fuerza, en destreza y en inteligencia, se retira, abdicando su función de educadora. Los animales en contacto con el. hombre, como el zorro, el perro y el gato, dirigen sus crías ejercitándoles en saltos y en juegos de fuerza y agilidad en los momentos en que los tiernos animalillos tienen a su disposición un excedente de energía que derrochar.

Pero esa excedencia enérgica se emplea siempre de la manera más seria, aunque con todas las demostraciones de la alegría, porque los juegos tienen por objeto, consciente entre los padres, aunque insconsciente entre los hijos, acomodarlos a todas las obras y a la conducta de la vida que va a comenzar pronto con todo el séquito de trágícos peligros. Según fa clasificación de Groos, los juegos consisten en el examen de las cosas, la observación de los movimientos que diferencian las especies diversas, la caza a la presa viva, muerta o imaginaria, la lucha, la construcción de las cabañas, la investigación de las actitudes y de las acciones de los adultos, que, para la especie humana se refleja principalmente en los cuidados que se aplican a la muñeca como símbolo del hijo futuro: lecciones todas que son para los pequeños un ensayo de la vida.

Así es la educación entre los primitivos. Los niños permanecen cerca de los padres, de quienes imitan el fenguaje, los ademanes y las aciones, haciéndose honibres sobre el modelo del padre, mujeres sobre el de la madre, pero siempre en plena naturaleza, en el mismo círculo de trabajo que habrán de ocupar cuando los viejos ya no existan. Todo progreso depende de su propio genio, de su más estricto talento de adaptación al ambiente que han de utilizar para la conquista del bienestar. La escuela es para ellos lo que fué para los helenos libres, la hora del recreo y del reposo para los padres, el descanso de la tarea diaria, y, por extensión, el período de las agradables conversaciones, de la amistad que reconforta, del paseo en que se hace exposición de las ideas. Pero en aquella época de la civilización las exigencias rompían ya la unidad primitiva de las familias y obligaban a colocar los hijos bajo la dirección de educadores especiales. Asf nació la escuela. A lo menos el constraste que presentaba el tratamiento de los escolares en los diferentes países indica qué naciones se hallaban en un período de progreso y qué otras en una vía regresiva. Las esculturas y los cánticos representan a los niños griegos jugando, danzando, coronándose de flores, mirando gravemente a las mujeres y a los ancianos, en tanto que los documentos egipcios muestran con insistencía el palo que el maestro hacía resonar sobre las costillas del alumno.

También usaba mucho el vergajo el educador hebreo, y de él, por mediación de los libros «santos nos viene el dicho tan funesto para tantas generaciones de niños: Quien bien ama bien castiga ».

Durante el período histórico actual, tan notable por la amplitud del teatro en que se debaten los problemas vitales de la humanidad, se emplean a la vez todos los métodos de educación. La mayor parte han admitido por punto de partida que el maestro reemplaza a los padres, especialmente al padre, que le déelega todos sus poderes como director, maestro y propietario de su hijo. Pero el padre no es el único poseedor de su hijo: la sociedad, representada según la lucha de los partidos, sea por la Iglesia, sea por el Estado laico, se considera también como propietaria del alumno y manda que se le enseñe según el uso a que se le destine en el curso de su vida ulterior. Al fin, apoyada sobre las reivindicaciones espontáneas de los mismos niños, comienza a vislumbrarse la idea de que son seres iguales en derechos a las personas mayores y que su educación ha de corresponder, no a la voluntad del padre, ni a las exigencias de la Iglesia o del Estado, sino a las necesidades y a las conveniencias de su desarrollo personal. Débiles y pequeños, los niños son por eso mismo sagrados para los mayores que los aman y los protegen. Las escuelas, escasas aún, en que ese principio de la pedagogia se practica estrictamente, son lugares de alegre y fructífero estudio, merced a esa ereverencia extrema a que el niño tiene derecho y le profesan sus maestros.

A cada fase de la sociedad corresponde una concepción particular de la educación, conforme a los intereses de la clase dominante. Las civilizaciones antiguas fueron monárquicas o teocráticas y su supervivencia se prolongó en las escuelas, porque, en tanto que en la vida activa del exterior los hombres se desprenden de las opresiones antiguas, los niños, relativamente sacrificados, como las mujeres, en razón de su debilidad, han de sufrir por más tiempo la rutina de las prácticas antiguas. Ei tipo de nuestros manuales de educación existe hace ya miles de años, y se repíten aún casi en los mismos términos los preceptos « moralizadores » que en ellos se hallan. «Obedecer I»

tal es en el fondo la única moral predicada en un libro del príncipe Phalh-Hotep, redactado, quizá solamente reproducido, al fin de la quinta dinastia, es decir, hace más de cincuenta siglos, conservado en la Biblioteca Nacional de París. En obedecer, para ser recompensado por una larga vida y por la benevolencia de fos que mandan, consiste toda la sabiduría, de lo que el mismo príncipe autor se ofrece como ejemplo : « Àsí he llegado a la ancianidad en la Tierra; he recorrido ciento diez años de vida con el favor del rey y la aprobación de los ancianos, cumpliendo un deber con el rey en el lazo de su gracia », que es exactamente la misma moral reproducida después en el mandamiento puesto por Moisės en la boca de Dios: «Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados sobre la tierra que el Eterno tu Dios te da .

La duración tenaz de las preocupaciones, que induce a confundir las relaciones afectuosas de la familia con los supuestos deberes de severidad de una parte y de estricta obediencia de otra, perturba la claridad de juicio relativamente a la dirección de las escuelas. Si la libertad ha de ser completa para cada hombre en particular, parece que los padres son perfectamente libres de dar a sus hijos la educación tradicional de castración y sumisión, lo cual no es exacto, porque el padre no puede atentar contra la libertad del hijo.

En sus relaciones sociales con sus semejantes, los hombres libres no pueden admitir en el padre un propietario legítimo de su hijo y de su hija, como, desde Aristóteles a san Pablo y desde los padres de la Iglesia a los Padres de la Constitución americana, se consideraba al amo como poseedor natural del esclavo.

Los confesores de la moral nueva han de reconocer el individuo libre hasta en el recién nacido, y le defienden en sus derechos contra todos y ante todo contra el padre. No hay duda que esta solidaridad colectiva del hombre de justicia con el niño oprimido es cosa muy delicada, pero no por eso deja de ser un deber social, porque no hay término medio: o se es campeón del derecho o cómplice del crimen. En esta materia, como en todos los asuntos morales, se plantea el problema de la resistencia o de la no resistencia al mal, y si no se resiste, se entrega de antemano los humildes y los pobres a los opresores y a los ricos.

Algunos educadores comprenden ya que su objetivo consiste en ayudar al niño a desarrollarse conforme a la lógica de su naturaleza, en hacer que florezca en la joven inteligencia lo que ya posee en forma inconsciente y en secundar estrictamente el trabajo interior, sin precipitación, sin conclusiones prematuras. No ha de abrirse la flor a la fuerza ni cebar el animal o la planta dándole antes de tiempo un alimento demasiado substancial. El niño ha de ser sostenido en su estudio por la pasión, y ni la gramática, ni la literatura, ni la historia universal, ni el arte pueden todavía interesarle; sólo puede comprender esas cosas bajo una forma concreta: la feliz elección de las formas y de las palabras, las relaciones y las descripciones, los cuentos, las imágenes. Poco a poco lo visto y oido le suscitará el deseo de una comprensión de conjunto, de una clasificación lógica, y entonces será tiempo de hacerle estudiar su lengua, de mostrarle el encadenamiento de los hechos, de las obras literarias y artísticas; entonces se apoderará de las ciencias de una manera diferente a la de la memoria y su naturalea misma solicitará la enseñanza comparada. Como los pueblos niños, la infancia ha de recorrer la carrera normal representada por la gimnasia, los oficios, la observación, los primeros experimentos. Las generalizaciones vienen después. De lo contrario, es de temer que se desflore la imaginación de los niños, que se gasten antes de tiempo sus facultades mentales, y que se les haga escépticos y estragados, que es el mayor de los males. El amor y el respeto del maestro al niño deben prohibirle en su trabajo de tutela y de enseñanza el empleo del procedimiento sumario de los antiguos déspotas, la amenaza y el terror: no tiene a su disposición más fuerza que la superioridad natural asegurada al educador por el ascendiente de su estatura y de su fuerza, de su edad, su inteligencia y sus adquisiciones científicas, su dignidad moral y su conocimiento de la vida. Ya es mucho, siempre que el niño conserve el pleno dominio de sus facultades, y no se disminuya por el exceso de trabajo.

Elíseo Reclus

(De El Hombre y la Tierra, t. VI, c. XI.)