La escuela moderna/Apéndice/La Educación de los Padres
La Educación de los Padres
Los miles de seres muertos prematuramente, los miles y miles que viven arrastrando saludes debilitadas, los millones que crecen con constituciones menos fuertes que las que debieran tener, tanto y tanto infeliz nos dan idea del mal ocasionado por padres que ignoran las leyes de la vida. Piénsese que ef régimen a que los niños son sometidos tiene una influencia buena o mala sobre todo su porvenir, que sobre veinte maneras de engañarse hay una sola de no engañarse, y podrá medirse la extensión de las miserias que introduce en el mundo nuestro sistema aventurado e irreflexivo de educación. Deciden los padres, por ejemplo, que un niño vista una chaquetilla corta, flexible y li gera, y que vaya así a jügar al aire libre, con los miembros enrojecidos por el frío, y no se tiene idea de que esa decisión ejercerá una influencia sobre toda su vida, por la enfermedad o por la debilitación del cuerpo; cuando menos tendrá una edad madura más débil, y esa circunstancia puede ser impedimento al logro de sus propósitos y a su felicidad. Sométese a los niños a un régimen alimenticio no variado y escasamente nutritivo, y de ello se resentirán hasta el último día, y su actividad como hombres o como mujeres disminuirá por ello más o menos. Se le prohibe los juegos ruidosos o, a causa de sus vestidos demasiado ligeros no se les permite salir por el frío, obligándoles así a ser inferiores al grado de fuerza y de salud que les correspondería. Cuando los hijos se ponen débiles o enfermizos, sus padres llaman a eso una desgracia, una prueba que les envía la Providencia, y la verdad es que el caos que reina en su cabeza, como en la de los otros, les hace suponer que los efectos se producen sin causa o por causas sobrenaturales, desconociendo que si bien en ciertos casos esas causas se transmiten por herencia, lo más frecuente es que se hallen en prácticas absurdas seguidas respecto de los niños.
La responsabilidad de tantos sufrimientos, debilidad, abatimiento y miseria incumbe generalmente a los padres, que son los encargados de examinar hora por hora todo lo que se refiere a la existencia de sus vástagos, que, por una ligereza cruel, han descuidado el conocimiento de las leyes del desarrollo vital que contrarían a cada momento con sus mandatos o con sus prohibiciones. En su completa ignorancia de las primeras leyes fisiológicas, han minado diariamente la constitución de sus hijos, y les han infligido de antemano la enfermedad y la muerte prematura, no sólo para sus propios hijos, sino también para sus descendientes. del punto preciso en que cesan de ser saludables para convertirse en nocivas: cree que existen sentimientos absolutamente buenos a cualquier grado que se les lleve, lo que no es verdad respecto de ningún sentimiento; cree que existen sentimientos absolutamente malos, lo que es también un error. Desconociendo el organismo que tiene ante sí, desconoce igualmente la influencia que puede ejercer sobre ese organismo tal o cual tratamiento. Cómo evitar los desastrosos resultados que presenciamos diariamente ? Ignorando, como ignora, los fenómenos mentales, sus causas y sus efectos, su intervención suele ser más perjudicial que lo que sería la abstención absoluta. A cada momento dificulta el juego regular y bienhechor de las facultades de su hijo, perjudicando con ello su felicidad y su porvenir, falseando su carácter como falsea el suyo propio, enajenándose además su afecto. Por motivos inspirados en el temor, en el interés y en el orgullo, le inclina a las acciones que cree deber inclinarle, cuidándose poco del móvil, siempre que el acto exterior sea conforme a su idea del bien, desarrollando asi la hipocresía, la poltronería y el egoísmo en vez de los buenos sentimientos. Mientras recomienda la sinceridad, le da constantemente el ejemplo de la mentira, profiriendo amenazas que no ejecuta, y en tanto que le predica el dominio sobre sí mismo, le regaña por cosas que no lo merecen. No sabe que en la cámara de la nodriza como en todo el mundo, la única disciplina saludable es la experiencia de las consecuencias buenas o malas, agradables o penosas que se desprenden naturalmente de nuestros actos. Desprovista de toda luz teórica, incapaz de guiarse por si misma por la observación de los hechos de desarrollo que se cumplen en su hijo, la joven madre sigue la impulsión del momento de una manera ligera y funesta. El gobierno maternal sería casi siempre funesto si no fuera porque la tendencia superior del espíritu joven que le fleva a revestir el tipo moral de la raza triunfa generalmente de todas las influencias secundarias.
La educación intelectual se conduce de la misma manera. Si se admite que el espíritu humano tiene leyes, y que la inteligencia del niño se conforma a ellas, hay que reconocer que la educación no puede ser bien dirigida sin el conocimiento de esas leyes. Suponer que se podrá regular la formación y acumu- lación de las ideas sin saber cómo se forman las ideas es un absurdo. ¡Cuánto diferirá la enseñanza actual de lo que debería ser, cuando casi no hay padres y pocos son los maestros que tengan la menor noción de psicologia ! ¡ Ni qué puede esperarse con el sistema establecido, tan gravemente defectuoso en el fondo y en la forma !.Bajo el dominio de esa idea estrecha que hace ver que toda la educación consiste en el estudio de los libros, los padres se apresuran a poner los abecedarios en manos de los niños. Por no conocer esta verdad: el uso de los libros es suplementario, son un medio indirecto de aprender cuando falta el medio directo, un medio de ver por ojos ajenos lo que no po- demos ver por nuestros propios ojos, nuestros educa- dores están siempre dispuestos a darnos hechos de segunda mano, en lugar de hacerlos adquirir directa- mente. Por no comprender el inmenso valor de esta educación espontánea, fruto de nuestros primeros años, y que la observación incesante a que se entrega el niño, lejos de ser desechada por molesta, ha de ser diligentemente secundada para que resulte tan exacta y completa como sea posible, los educadores se obsti- nan en ocupar los ojos y la inteligencia de los nifños con cosas e ideas ininteligibles y repugnantes en esa época de la vida. Poseídos de la superstición que hace adorar los símbolos de la ciencia en lugar de la ciencia misma, no ven que únicamente cuando los objetos de la casa, de la calle, del jardin, estén casi agotados es cuando llega el caso de facilitar a los niños en los libros nuevas fuentes de información : y esto no sólo porque el conocimiento inmediato es preferible al me- diato, sino también porque las palabras que contienen los libros no hacen nacer ideas sino en proporción de la experiencia adquirida de las cosas. Nótese además que esa instrucción de fórmulas se comienza dema- siado pronto y se dirige con desconocimiento de las leyes de nuestro desarrollo mental: nuestra inteligen- cia va necesariamente de lo concreto a lo abstracto, y sin consideración a este hecho, estudios abstractos, como la gramática, que debiera venir al fin de los estadios, se colocan al principio; la geografia política, cosa muerta y sin interés para un niño y que debiera ser un apéndice de la sociología, siempre se empieza demasiado pronto, en tanto que la geografia propiamente dicha, cosa comprensible y agradable para él se descuida casi por completo. Casi todos los asuntos abordados lo son en un orden anormal: las definiciones, las reglas y los principios se ponen en primer término, en lugar de ser expuestos poco a poco a su conocimiento como deben serlo naturalmente por la observación de los casos. Además, en el fondo de todo el sistema, hay la enseñanza que consiste en hacer aprender de memoria, por rutina, sacrificando el espíritu a la letra. Por último, se embotan las percepciones al principio por el empeño que se pone en contrarrestar la naturaleza y en forzar la atención del discípulo fijándola sobre los libros; se confunde su espíritu queriendo infundirle cosas que no puede recibir y presentándole las generalizaciones antes que los hechos; se hace del alumno un recipiente para las ideas ajenas, en vez de hacer de él un investigador activo de hechos y de ideas; se recarga excesivamente su cerebro y se llega a que muy pocas inteligencias produzcan lo que podían dar de si. Una vez pasados los exámenes se arrinconan los libros: las nociones adquiridas, por falta de orden y coordinación, se desvanecen, y lo restante queda casi siempre en estado inerte por no haber cultivado el arte de aplicar esos conocimientos y por no haber desarrollado el poder de observar con exactitud y de pensar por si mismo.
Añádase a esto que mientras una gran parte de las cosas que se enseñan son relativamente de poco valor, una masa de conocimientos importantísimos y necesarios quedan en el más completo olvido.
Los hechos son así : la educación fisica, moral e intelectual de la infancia es terriblemente defectuosa, y lo es en gran parte porque los padres son extraños a la ciencia, única guía que podria instruirlos en esta obra. Qué ha de resultar cuando se ve emprender la solución de uno de los problemas más complicados que existen a personas que jamás han pensado en estudiar sus principios fundamentales ? Para hacer un zapato, para construir una casa, para maniobrar un barco, para conducir una locomotora se necesita un largo aprendizaje, iy puede creerse que el desarrollo corporal e intelectual de un sér humano sea cosa comparativamente tan sencilla que pueda encomendarse sin estudio previo a un cualquiera ? Si eso no está en orden, si se concede que el proceso de ese desarrollo es, salvo pocas excepciones, el más complejo que existe en la naturaleza, y la tarea de secundarle es de extrema dificultad, no es una locura no preparar al hombre para cumplirla ? Sería preferible sacrificar la adquisición de los talentos que suprimir esa preparación absolutamente necesaria. Cuando un padre, que ha obrado siguiendo falsos principios aceptados sin examen, se ha enajenado el afecto de sus hijos, los ha impulsado por su severidad a la rebeldía y a la ruina moral y ha causado su propia desgracia, podría hacerse esta reflexión: más hubiera valido el estudio de la etiología que el de las obras de Esquilo. Cuando una madre Ilora la muerte de su hijo, que sucumbi6 a consecuencia de la escarlatina y oyó a un médico sincero que le dijo, lo que ella ya sospechaba, que su hijo hubiera curado si su constitución no hubiera sido de antemano debilitada por el abuso del estudio; cuando queda rendida bajo el doble peso del dolor y del remordimiento, es un miserable consuelo decirle que su hijo podía leer el Dante en el original.
Vemos, pues, que para regular la actividad humana en la tercera de sus grandes divisiones, es necesario cierto conocimiento de las leyes de la vida; es indispensable conocer los primeros principios de la fisiologia y las verdades elementales de la psicología. Estamos seguros que esta aserción será acogida con desdeñosa sonrisa : pedir que los padres adquieran conocimientos tan ocultos parecerá absurdo, y lo sería si se exigiera que todos los padres y madres tuvieran conocimientos profundos en esas materias; pero no es esa nuestra pretensión: basta inculcar a los alumnos los princípios generales, acompañándolos con algunos ejemplos para facilitar su inteligencia, y podrán ser enseñados de una manera dogmática si no pueden enseñárseles de una manera racional.
Como quiera que sea, he aquí los hechos, que son irrecusables: el desarrollo fisico e intelectual de los niños está sometido a leyes; si los padres no se sujetan a esas leyes, la muerte es inevitable; si sólo se sujetan hasta cierto punto, resultan de ello serios defectos corporales y morales; únicamente sujetándose a ellas por completo llegan los niños a madurez perfecta. Júzguese, pues, si los que un día han de ser padres no deben conocer esas leyes.
(De l'Education)