La lucha por la vida I: 035

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La lucha por la vida I Segunda parte Pío Baroja


-Tú -dijo Leandro a la gitana, ofreciéndole la copa-. ¿Quieres?

-No.

La gitana puso sus manos sobre la mesa, manos cortas, rugosas, incrustadas en negro.

-¿Quiénes son estos payos? -preguntó a Leandro.

-Son amigos. ¿Quieres o no? -Y le volvió a ofrecer la copa.

-No.

Luego, con voz aguda, gritó:

Apóstol, ¿quieres una copa?

Se levantó del grupo de los jugadores el Apóstol. Estaba borracho y no podía andar; tenía los ojos viscosos, de animal descompuesto; se acercó a Leandro y tomó la copa, que tembló entre sus dedos; la acercó a los labios y la vació.

-¿Quieres más? -le dijo la gitana.

-Sí, sí -murmuró.

Luego se puso a hablar, enseñando los raigones de los dientes amarillos, sin que se le entendiera nada; bebió las otras copas, apoyó la mano en la frente, y despacio fue a un rincón, se arrodilló y se tendió en el suelo.

-¿Quieres que te la diga, princesa? -preguntó la gitana a Fanny, agarrándole la mano.

-No -replicó secamente la dama.

-¿No me darás unas perrillas para los churumbeles?

-No.

-Escarríá, ¿por qué no me das unas perrillas para los churumbeles?

-¿Que son churumbeles?-preguntó la dama.

-Los hijos -contestó riendo, Leandro.

-¿Tienes hijos? -le dijo Fanny a la gitana.

-Sí.

-¿Cuántos?

-Dos, Míralos aquí.

Y la gitana vino con un chiquitín, rubio, y una niña de cinco o seis años.

La dama acarició al chiquitín; luego sacó un duro del portamonedas y se lo dio a la gitana.

Ésta comenzó a hacer aspavientos y zalamerías y a mostrar el duro a todos los de la taberna.

-Vamos -dijo Leandro-,sacar aquí un machacante de ésos es peligroso.

Salieron los cuatro de la taberna.

-¿Quieren ustedes que demos una vuelta por el barrio? -preguntó Leandro.

-Sí; vamos -dijo la dama.

Recorrieron juntos las callejuelas de las injurias.

-Tengan ustedes cuidado, que en medio va la alcantarilla -advirtió Manuel.

Seguía lloviendo; se internaron los cuatro en patios angostos, en donde se hundían los pies en el lodo infecto. Sólo algún farol de petróleo, sujeto en la pared de alguna tapia medio caída, brillaba en toda la extensión de la hondonada, negra de cieno.

-¿Volvemos ya? -preguntó Roberto.

-Sí -respondió la dama.

Tomaron por el arroyo de Embajadores y subieron por el paseo de las Acacias. Arreciaba la lluvia; alguna que otra luz mortecina brillaba a lo lejos; en el cielo, oscurísimo, se destacaba, de una manera vaga, la silueta alta de una chimenea...

Acompañaron Leandro y Manuel hasta la plaza del Rastro a Fanny y a Roberto, y allí se despidieron, cambiando un apretón de manos.

-¡Qué mujer! -exclamó Leandro.

-Es simpática, ¿eh? -preguntó Manuel.

-Sí es. Daría cualquier cosa por tener algo que ver con ella.


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