La lucha por la vida I: 049

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La lucha por la vida I Segunda parte Pío Baroja


-Pues yo te digo que no pue ser -contestó el otro.

-Es que esos cabayeros quien hablar con eya.

Bueno... pues que me pidan a mí permiso.

El Pastiri acercó su cara a la del matón, y mirándole a los ojos, gritó:

-¿Sabes, Valencia, que te estás poniendo más patoso que Dios?

-¡Mentira! -replicó el aludido, continuando tranquilamente su juego.

-¿Sabes que te voy a dar dos trompás?

-¡Mentira!

El Pastiri se retiró un poco, con la torpeza de un borracho, y comenzó a buscar la navaja en el bolsillo interior de su chaqueta, entre las risas burlonas de todos. Entonces, de pronto, con una decisión repentina, Leandro se levantó con la cara inyectada de sangre, agarró al Valencia por las solapas de la chaqueta, y lo zarandeó y le golpeó contra la pared rudamente.

Todos los jugadores se interpusieron: cayó la mesa y se armó un estrépito infernal de gritos y vociferaciones. Manuel se despertó despavorido. Se encontró en medio de una trapatiesta horrorosa; la mayoría de los jugadores, con el hermano de la tabernera a la cabeza, querían echar fuera a Leandro; pero éste, apoyado en el mostrador, recibía a patadas a todo el que se le acercaba.

-Dejadnos solos -gritaba el Valencia con los labios llenos de saliva y tratando de desasirse de los que lo sujetaban.

-Sí; dejadlos solos -dijo uno de los jugadores.

-Al que me agarre lo mato -exclamó el Valencia, y apareció armado con un cuchillo largo, de cachas negras.

-Eso es dijo Leandro con sorna-,que se vean los hombres.

-¡Olé! -gritó el Pastiri, entusiasmado, con su voz ronca.

Leandro sacó del bolsillo interior de la americana una navaja larga y estrecha; todo el mundo se acercó a las paredes para dejar sitio a los contendientes. La Paloma se desgañitaba gritando:

-¡Que te pierdes! ¡Que te pierdes!

-Llevad a esa mujer -gritó el Valencia con voz trágica-. ¡Ea! -añadió, haciendo un molinete con su navaja-. Ahora veremos los hombres de riñones.

Avanzaron los dos rivales hasta el centro de la taberna, lanzándose furiosas miradas. El interés y el espanto sobrecogió a los espectadores.

El primero que atacó fue el Valencia, se inclinó hacia adelante, como si quisiera saber dónde le heriría al contrario, se agachó, apuntó a la ingle y se lanzó sobre Leandro; pero viendo que éste le esperaba sin retroceder, tranquilo, dio un rápido salto hacia atrás. Luego volvió a los mismos ataques en falso, intentando sorprender al adversario con sus fintas, amagando al vientre y tratando de herirle en la cara; pero ante el brazo inmóvil de Leandro, que parecía querer ahorrar movimiento hasta tener el golpe seguro, el matón se desconcertó y retrocedió. Entonces avanzó Leandro. Se adelantaba el mozo con una sangre fría que daba miedo; se veía en su cara la resolución de clavar al Valencia. En la taberna reinaba silencio angustioso, y sólo se oía el hipo de la Paloma en el cuarto de al lado.

El Valencia palideció de tal modo al comprender la decisión de Leandro, que su cara quedó azulada, los ojos se le dilataron y le castañetearon los dientes. Al primer envite retrocedió, pero quedó en guardia; luego el miedo pudo más que él y huyó, sin pensar ya en atacar, derribando los bancos, y Leandro, ciego, con sonrisa de crueldad en los labios, le persiguió implacablemente.

El espectáculo era triste y penoso; todos los partidarios del matón comenzaron a mirarle con sorna.

-Menúo canguelo ties, gachó -gritó el Pastiri-. Pareces un saltamontes.

¡Anda ahí, barbián! ¡Que te la diñan! Si no te retiras pronto, te meten un palmo de jierro en el cuerpo.

Uno de los golpes de Leandro rasgó la chaqueta del matón.


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