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La lucha por la vida I Tercera parte | Pío Baroja |
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-¡Oh, son los hechos! Aquí están -y Roberto sacó un papel doblado del bolsillo-. Es el árbol genealógico de mi familia. Este círculo rojo es don Fermín Núñez de Letona, cura de Labraz, que va a Venezuela, a fines del siglo XVIII. Hace, no se sabe cómo una inmensa fortuna, y vuelve a España en la época de Trafalgar. En la travesía, un barco inglés aborda al español en donde viene el cura, y a éste y a los demás pasajeros los apresan y los llevan a Inglaterra. Don Fermín reclama su fortuna al Gobierno inglés, se la devuelven, y la coloca en el Banco de Londres, y viene a España en la época de la guerra de la Independencia. Como en aquellos tiempos el dinero no estaba muy seguro en España, don Fermín deja su fortuna en el Banco de Londres, y una de las veces trata de retirar una cantidad grande, para comprar propiedades, ya a Inglaterra con la sobrina de un primo suyo y único pariente, llamado Juan Antonio. Esta sobrina -y Roberto señaló un círculo en el papel- se casa con un señorito irlandés, Bandon, y muere a los tres años de casada. El cura don Fermín decide volver a España, y manda girar su fortuna al Banco de San Fernando, y antes de que se haga el giro, don Fermín muere. Bandon, el irlandés, presenta un testamento en que el cura deja como heredera universal a su sobrina, y además prueba que tuvo un hijo de su mujer, que murió después de bautizado. El primo de don Fermín, Juan Antonio, el de Labraz, le pone pleito a Bandon, y el pleito dura cerca de veinte años, y muere Juan Antonio, y el irlandés puede recoger una parte de la herencia.
»La otra hija de Juan Antonio se casa con un primo suyo, comerciante de Haro, y tiene tres hijos, dos varones y una hembra. Ésta se mete monja, uno de los varones muere en la guerra carlista y el otro entra en un comercio y se va a América.
»Éste, Juan Manuel Núñez, hace una fortuna regular, se casa con una criolla y tiene dos hijas: Augusta y Margarita. Augusta, la menor, se casa con mi padre, Ricardo Hasting, que era un calavera que se escapó de su casa, y Margarita, con un militar, el coronel Buenavida. Vienen todos a España en muy buena posición, mi padre se mete en negocios ruinosos, y ya arruinado, no sé por dónde averigua que la fortuna del cura Núñez de Letona está a disposición de los herederos; va a Inglaterra, hace su reclamación, le exigen documentos, saca las fes de bautismo de los antepasados de su mujer y se encuentra con que la partida de nacimiento del cura don Fermín no se encuentra por ningún lado. De pronto, mi padre deja de escribir y pasan años y años, y al cabo de más de diez recibimos una carta participándonos que ha muerto en Australia.
»Margarita, la hermana de mi madre, queda viuda con una hija; se vuelve a casar, y el segundo marido resulta un bribón de marca mayor, que la deja sin un céntimo. La hija del primer matrimonio, Rosa, sin poder sufrir al padrastro, se escapa de casa con un cómico, y no sabe más de ella.
» Si has seguido -añadió Roberto- mis explicaciones, habrás visto que no quedan más parientes de don Fermín Núñez de Letona que mis dos hermanas y yo, porque la hija de Margarita, Rosa Núñez, ha muerto.
»Ahora, la cuestión está en probar este parentesco, y ese parentesco está probado; tengo las partidas de bautismo que acreditan que descendemos en línea directa de Juan Antonio, el hermano de Fermín.
Pero ¿por qué no aparece el nombre de Fermín Núñez de Letona en el libro parroquial de Labraz? Eso es lo que a mí me preocupó y eso es lo que he resuelto. Bandon, el irlandés, cuando murió su contrincante Juan Antonio, envió a España un agente llamado Shaphter, y éste hizo desaparecer la fe de bautismo de don Fermín. ¿Cómo? Aún no lo sé.
Mientras tanto, yo sigo en Londres la reclamación, sólo para mantener la causa en estado de litigio, y los Hasting son los que llevan el proceso.
-¿Y a cuánto asciente esa fortuna? -preguntó Manuel.
-Entre el capital y los intereses, a un millón de libras esterlinas.
-¿Y es mucho eso?
-Sin el cambio, unos cien millones de reales; con el cambio, ciento treinta.
Manuel se echó a reír. .
-¿Para usted solo?
-Para mí y para mis hermanas. Figúrate tú, cuando yo coja esa cantidad, lo que van a ser para mí estos cochecitos y estas cosas. Nada.
-Y ahora, mientras tanto, no tiene usted una perra.
-Así es la vida; hay que esperar, no hay más remedio. Ahora que nadie me cree, gozo yo más con el reconocimiento de mi fuerza que gozaré después con el éxito. He construido una montaña entera; una niebla profunda impide verla; mañana se desgarrará la niebla y el monte aparecerá erguido, con las cumbres cubiertas de nieve.
Manuel encontraba necio estar hablando de tanta grandeza, cuando ni uno ni otro tenían para comer, y, pretextando una ocupación, se despidió de Roberto.