La lucha por la vida I: 073
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La lucha por la vida I Tercera parte | Pío Baroja |
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De pronto vio venir el Pastiri un grupo de paletos con sombrero ancho y calzón corto.
Aluspiar, que ahí vienen unos pardillos, y puede caer algo -dijo, y se plantó delante de los paletos con su tablita y sus cartas, y comenzó el juego.
El Bizco apuntó dos pesetas y ganó; Manuel hizo lo mismo, y ganó también.
-Este hombre es un primo -dijo Vidal, en voz alta, y dirigiéndose al grupo de los campesinos-. Pero ¿han visto ustedes el dinero que está perdiendo? -añadió-. Aquel militar le ha ganado seis duros.
Uno de los paletos se acercó al oír esto, y viendo que Manuel y el Bizco ganaban, apostó una peseta y ganó. Los compañeros del paleto le aconsejaron que se retirara con su ganancia; pero la codicia pudo más en él, y, volviendo, apostó dos pesetas y las perdió.
Vidal puso entonces un duro.
-Un machacante -dijo, dando con la moneda en el suelo-. Acertó la carta y ganó.
El Pastiri hizo un gesto de fastidio.
Apostó el paleto otro duro y lo perdió; miró angustiado a sus paisanos, sacó otro duro y lo volvió a perder.
En aquel momento se acercó un guardia y se disolvió el grupo; al ver el movimiento de fuga del Pastiri, el paleto quiso sujetarle, agarrándole de la americana; pero el hombre dio un tirón y se escabulló por entre la gente.
Manuel, Vidal y el Bizco salieron por la plaza del Rastro a la calle de Embajadores.
El Bizco tenía cuatro pesetas, Manuel seis y Vidal catorce.
-¿Y qué le vamos a devolver a ése? -preguntó el Bizco.
-¿Devolver? Nada -contestó Vidal.
-Le vamos a apandar la ganancia del año -dijo Manuel.
-Bueno; que lo maten -replicó Vidal-. Pa chasco que nos fuéramos nosotros de rositas.
Era hora de almorzar, discutieron adónde irían, y Vidal dispuso que ya que se encontraban en la calle de Embajadores, la Sociedad de los Tres en pleno siguiera hacia abajo hasta el merendero de la Manigua.
Se tuvo en cuenta la indicación, y los socios pasaron toda la tarde del domingo hechos unos príncipes; Vidal estuvo espléndido, gastando el dinero del Pastiri, convidando a unas chicas y bailando a lo chulo.
A Manuel no le pareció tan mal el comienzo de la vida de golfería. De noche, los tres socios, un poco cargados de vino, subieron por la calle de Embajadores, tomando después por la vía de circunvalación.
-¿Adónde iré a dormir? -preguntó Manuel.
-Ven a mi casa -le contestó Vidal.
Al acercarse a Casa Blanca, se separó el Bizco.
-Gracias a Dios que se va ese tío -murmuró Vidal.
-¿Estás reñido con él?
-Es un tío bestia. Vive con la Escandalosa, que es una vieja zorra; es verdad que tiene lo menos sesenta años y gasta lo que roba con sus queridos; pero bueno, le alimenta y él debe considerarla; pues nada, anda siempre con ella a puntapiés y a puñetazos y la pincha con el puñal, y hasta una vez ha calentado un hierro y la ha querido quemar.
Bueno que la quite el dinero; pero eso de quemarla, ¿para qué?
Llegaron a Casa Blanca, que era como una aldea pobre, de una calle sola; Vidal abrió con su llave una puerta, encendió un fósforo y subieron los dos a un cuarto estrecho con un colchón puesto sobre los ladrillos.
-Te tendrás que echar en el suelo -dijo Vidal-. Esta cama es la de mi chica.