La lucha por la vida I: 075

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda

Pág. 075 de 97
La lucha por la vida I Tercera parte Pío Baroja


El origen de esta palabra Pérquique, que no se encuentra en el diccionario, era el siguiente: Los pastelillos rellenos de crema que vendía el del gorro blanco los daba al precio de cinco céntimos y los voceaba: ¡A perra chica! ¡A perra chica! De vocearlos perezosamente suprimió la A primera y convirtió en e las otras dos, transformando su grito en ¡Perre chique! ¡Perre chique! Después, Perre chique se convirtió en Pérquique.

El guardián de la ropavejería, hombre de carácter jovial, tenía la especialidad en los pregones, los matizaba artísticamente; iba de las notas agudas a las más graves, o al contrario. Comenzaba, por ejemplo, en un tono muy alto, gritando:

-¡Miren, a real! ¡Miren, a real! ¡Calcetines y medias a real! ¡Miren, a real! -Luego bajaba el diapasón, y decía gravemente: -¡Chalequito de Bayona muy bonito! -Y, por último, en voz de bajo profundo, añadía: -¡A cuatro perra orda!

El Tío Pérquique conocía la Sociedad de los Tres, y daba al Bizco y a Vidal algunos consejos.

Más seguro y mucho más productivo que el trato con los peristas de la ropavejería era el procedimiento de Dolores la Escandalosa, la cual vendía las cintas y encajes robados por ella a buhoneros que pagaban bien; pero los socios de la Sociedad de los Tres querían cobrar sus dividendos pronto.

Hecha la venta se iban los tres a una taberna del final del paseo de Embajadores, esquina al de las Delicias, que llamaban del Pico del Pañuelo.

Tenían los socios especial cuidado de no robar en el mismo sitio y de no presentarse juntos por aquellos parajes de donde había temor de una vigilancia molesta.

Algunos días, muy pocos, que la rapiña no dio resultado, se vieron los tres socios obligados a trabajar en el Campillo del Mundo Nuevo, esparciendo montones de lana y recogiéndola, después de aireada y seca, con unos rastrillos.

Otro de los medios de subsistencia de la Sociedad era la caza del gato.

El Bizco, que no atesoraba ningún talento, su cabeza, según frase de Vidal, era un melón calado, poseía, en cambio, uno grandísimo para coger gatos. Con un saco y una vara se las arreglaba admirablemente. Bicho que veía, a los pocos instantes había caído.

Los socios no distinguían de gato flaco o tísico, ni de gata embarazada; todos los que caían se devoraban con idéntico apetito. Se vendían las pieles en el Rastro; el tabernero del Pico del Pañuelo fiaba el vino y el pan, cuando no había fondos con qué pagarlos, y la Sociedad se entregaba al sardanapalesco festín...

Una tarde de agosto, Vidal, que había estado merendando en las Ventas con su prójima el día anterior, expuso ante sus socios y compañeros el proyecto de asaltar una casa abandonada del camino del Este.

Se discutió el proyecto con seriedad, y al día siguiente, por la tarde, fueron los tres a estudiar el terreno.

Era domingo; había novillos en la plaza; pasaban por la calle de Alcalá ómnibus y tranvías llenos de bote en bote, manuelas ocupadas por mujeronas con mantones de Manila y hombres de aspecto rufianesco.

En los alrededores de la plaza el gentío se amontonaba; de los tranvías bajaban grupos de gente que corrían hacia la puerta; los revendedores se abalanzaban sobre ellos voceando; brillaban entre la masa negra de la multitud los cascos de los guardias a caballo. Del interior de la plaza salía un vago rumor, como el de la marea.

Vidal, el Bizco y Manuel, lamentándose de no poder entrar allí, siguieron adelante, pasaron las Ventas y tomaron el camino de Vicálvaro.

El viento sur, cálido, ardoroso, blanqueaba de polvo el campo; por la carretera pasaban y se cruzaban coches de muerto blancos y negros, de hombres y de niños, seguidos por tartanas llenas de gente.

Vidal mostró la casa: hallábase a un lado del camino; parecía abandonada; por delante la rodeaba un jardín con su verja; por la parte de atrás se extendía un huerto plantado de arbolillos sin hojas, con un molino para sacar agua. La tapia del huerto, baja, podía escalarse con relativa facilidad; ningún peligro amenazaba; ni vecinos curiosos ni perros; la casa más próxima, un taller de marmolista, distaba más de trescientos metros.



Primera parte - I - II - III - IV

Segunda parte - I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX

Tercera parte I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII

Índice de artículos