La lucha por la vida III: 018
Pág. 018 de 127
|
La lucha por la vida III Primera parte | Pío Baroja |
---|
-¿En dónde vive?
-En el Hotel de París.
-Pues iré a verle. ¡Qué! ¿Te vas ya?
-Sí; mañana vendré.
Se fue Juan, y la Ignacia, la Salvadora y Manuel hicieron largos comentarios acerca de él. La Ignacia era la que más escamada estaba con la llegada; suponía si trataría de vivir a costa de ellos; la Salvadora lo encontraba simpático; Manuel no decía nada.
-La verdad es que viene hecho un tipo raro -pensó-; en fin, ya veremos qué le trae por aquí.
Al día siguiente, al llegar Manuel a casa, se encontró con su hermano, que charlaba en el comedor con la Ignacia y la Salvadora.
-¡Hola! ¿Te quedas a cenar?
-Sí.
-A ver si ponéis alguna cosa más -dijo Manuel a la Ignacia-. Éste estará acostumbrado a comer bien.
-¡Quiá!
Manuel notó que en poco tiempo Juan había logrado hacerse agradable a las dos mujeres; el hermano de la Salvadora hablaba con él como si lo hubiese conocido toda su vida.
Encendieron la luz, pusieron la mesa y se sentaron a cenar.
-¡Qué agradable es este cuarto! -dijo Juan-. Se ve que vivís bien.
-Sí -contestó Manuel con cierta indiferencia-; no estamos mal.
-Éste -replicó la Ignacia- nunca te dirá que está bien. Todo lo de fuera de casa le parece mejor. ¡Ay, Dios bendito! ¡Qué mundo tan desengañado!
-Qué desengañado, ni qué nada -replicó Manuel-; yo no he dicho eso.
-Lo dices a cada paso -añadió la Salvadora.
-Bueno. ¡Qué opinión tienen de uno las mujeres! Aprende aquí, Juan.
No vivas nunca con ninguna mujer.
-Con ninguna mujer decente, quiere decir -interrumpió la Salvadora con amable ironía-; si es con una golfa, sí. Ésas tienen muy buen corazón, según dice éste.
-Y es verdad -repuso Manuel.
-Ya se desengañará -exclamó la Ignacia.
-No le haga usted caso -murmuró la Salvadora-; habla por hablar.
Manuel se echó a reír de tan buena gana, que los demás rieron con él.
-Tengo que hacer un busto de usted -dijo de pronto el escultor a la Salvadora.
-¿De mí?
-Sí, la cara solamente; no se alarme usted. Cuando tenga usted tiempo de sobra, lo empezaremos. Si lo concluyera en este mes, lo llevaría a la Exposición.
-¿Pues qué, tiene mi cara algo de particular?
-Nada -dijo Manuel burlonamente.
-Ya, ya lo sé.
-Sí tiene de particular, sí, mucho. Ahora que será muy difícil coger la expresión.
-Sí que será difícil, sí -dijo Manuel.
-¿Por qué? -preguntó la Salvadora algo ruborizada.
-Porque tienes una cara especial. No eres como nosotros, por ejemplo, que siempre somos guapos, elegantes, distinguidos...; tú, no; un día estás fea y desencajada y flaca, y otro día de buen color, y casi, casi hasta guapa.