La lucha por la vida III: 055
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La lucha por la vida III Segunda parte | Pío Baroja |
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Al llegar al final del pasadizo que formaban las tapias de la calle de Magallanes, se oyó un silbido suave, que fue contestado por otro. Después de recorrer la calle oscura, Jesús volvió hacia la izquierda, pasó al lado de la tapia derruida del cementerio; luego se detuvo, miró enderredor, por si le seguían, se encaramó en la cerca y desapareció. Al poco rato, otro hombre hizo la misma operación. Manuel, esperó, por si acaso.
Siguió esperando en su acechadero, y viendo que ya nadie aparecía, se fue acercando al sitio por donde escalaban la tapia. Tuvo la mala suerte de meterse en un barrizal. En los pies se le iban formando pellas de barro y no avanzaba mas que a duras penas. Llegó tras de mucho bregar al sitio del escalo.
La tapia estaba allí rota, dejando un boquete. Manuel se asomó por la abertura. Se veía el cementerio abandonado, con algunas lápidas blancas, que resplandecían a la vaga claridad de las estrellas. No se oía nada. Juzgó Manuel que si se quedaba allí le podían descubrir; volvió sobre sus pasos, y entró en un antiguo patio del cementerio, ya abierto y sin cerca, en donde se levantaban unas casuchas derrudas. Manuel recordaba que por allá había una puerta desvencijada que daba al camposanto. Efectivamente, la encontró; tenía grandes rajaduras y se puso a mirar por una de ellas el interior del cementerio.
En aquel punto sonaron las horas.
Por entre nubarrones apareció en el cielo la luna amarillenta y triste, rodeada de un gran cerco; las nubes iban pasando rápidamente por delante de ella. De pronto, Manuel vio en el cementerio dos bultos; luego el viento trajo un rumor lejano de voces.
Escuchó con atención.
-Tú vas con las letras de bronce a la calle del Noviciado -decía una voz- , y yo iré a la calle de la Palma.
-Bueno -contestó la otra voz.
-Y por la tarde, en el cafetín.
Ya no se oyó más; Manuel vio a la luz de la luna, un hombre encaramado sobre el sitio derruido de la tapia, y luego otro; después pasaron dos sombras rápidamente por el camino. Resonaron sus pasos recatados y se alejaron. Muy despacio, Manuel salió del escondrijo y regresó por la calle de Magallanes. En algunas ventanas brillaba la luz de los vecinos madrugadores. Manuel se acercó a su casa. La puerta estaba cerrada, pero el balcón había quedado abierto.
-Vamos a ver si tengo pulso -se dijo Manuel, y se encaramó por la reja del taller de Rebolledo, hasta agarrarse al hierro del bancón; allá, con algún esfuerzo, logró subir. Cerró el balcón y volvió a acostarse...
Al día siguiente Manuel contó a la Salvadora lo que pasaba. La muchacha quedó aterrada.
-Pero ¿será verdad? ¿Habrás oído bien?
-Sí; estoy seguro. ¿Se ha levantado Jesús?
-No; creo que no.
-Bueno; pues cuando se levante, dile a la Ignacia que le siga.
-Bueno.
Al volver Manuel a comer, la Salvadora le dijo que Jesús había ido con un saco oculto en la capa a una prendería de la calle del Noviciado.
-¿Ves cómo es verdad?
-Pues si lo cogen lo llevan a presidio.
-Hay que quitarle la llave, y, además, asustarle.
-Mañana hablad de que se dice por ahí que roban en el camposanto. En la comida, la Salvadora, de sopetón, dijo:
-Ha habido ladrones en los cementerios de al lado estas noches pasadas.
-¿Quién dice eso? -preguntó Jesús inquieto.
-Eso han dicho en la calle unas mujeres.
-Pero ¿qué van a robar ahí? Si no hay nada -murmuró Jesús.