La lucha por la vida III: 063
VII
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La lucha por la vida III Segunda parte | Pío Baroja |
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Bastante tiempo después de la partida de Jesús, una noche, desde casa de Manuel, se oyeron tiros.
-¿Qué habrá pasado? -se preguntaron todos.
-Quizá sean matuteros -dijo la Ignacia.
-También se ha dicho que andaban unos ladrones robando alambre del telégrafo -advirtió Manuel.
Pasados unos días, se supo que los guardias habían sorprendido a unos cuantos ladrones en el cementerio de la Patriarcal. Al huir, les echaron el alto, y viendo que no se paraban, dispararon. A los disparos, los merodeadores se detuvieron asustados, y los guardias prendieron al Corbata y al Rubio, y como no declaraban, les arrimaron a cada uno de ellos una paliza monumental, hasta que cantaron de plano.
Por la noche, al volver Manuel a casa, se encontró en la puerta con un hombre, cuya presencia le sobrecogió. Era Ortiz, el polizonte, vestido de paisano.
-¡Hola, Manuel! ¿Qué tal estás? -le dijo.
-Bien -contestó Manuel secamente.
-Ya sé que trabajas, que vas marchando. ¿Y la Salvadora?
-Está buena.
-¿Y Jesús?
-Ya hace unos días que no le hemos visto.
-¿Sabes que han robado en ese cementerio?
-No; no sabía nada.
-¿No habéis notado algo desde vuestra casa?
-No.
-Pues ya llevan mucho tiempo robando. Es raro que...
-No, no es raro; porque yo no me ocupo de lo que hacen los demás.
¡Adiós!
Y Manuel se metió en el portal.
-Si preguntan por aquí algo -le dijo Manuel a la Salvadora y a la Ignacia-, no digáis ni una palabra.
Todo el barrio se conmovió con la noticia. Se volvió a hablar de muertos robados, y se supieron detalles cómicos y macabros. Un larguero de mármol de una sepultura había ido a parar a una tienda de quesos; las letras de bronce de los nichos estaban en algunos escaparates de tiendas lujosas. Se dijo que Jesús y el señor Canuto eran los directores de la banda.
Por la noche, el jorobado le dijo a Manuel: -He tenido carta del señor Canuto. -¿Sí?, ¿dónde está?
-En Tánger, con Jesús; de buena se han escapado los dos.
-Pero robaban, ¿eh?
-Sí, hombre. Todo lo que podían. El señor Canuto vivía ahí hecho un príncipe. Ahora, yo, a los de la policía, les he dicho que no sabía nada.
Que averigüen ellos si pueden. El señor Canuto había convertido el cementerio en un paraíso.
-Sí, ¿eh?
-¡Ya lo creo! Tenía su cosecha de plantas medicinales que vendía a los herbolarias, y con las malvas su mujer hacía emplastos y bizmas. En una época, el señor Canuto y Jesús hicieron el suministro de caracoles para los ventorrillos, hasta que acabaron con todos los del cementerio. ¡Las cosas que no han pensado! ¡Qué puntos! En un charco tenían galápagos, y sanguijuelas en otro. Luego se les ocurrió poner conejos para criarlos y cogerlos a lazo, pero se les escapaban por los agujeros de los nichos.