La lucha por la vida III: 083
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La lucha por la vida III Tercera parte | Pío Baroja |
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Había dicho el médico que Juan se encontraba enfermo de gravedad; le recomendó que estuviese el mayor tiempo posible al aire libre; casi todos los días que hacía bueno salía a pasear.
Juan tosía mucho; tenía grandes fiebres y sudaba hasta derretirse.
Mientras estuvo así, la Salvadora y la Ignacia no le dejaron salir de casa.
La Ignacia dijo que si sus amigos, los anarquistas, iban a visitarle, ella los despacharía a escobazos.
La Salvadora y la Ignacia cuidaban a Juan, le instaban para que descansara; no le dejaban trabajar.
A Manuel, entonces, se le ocurrió si la Salvadora estaría enamorada de su hermano. En este caso, él era capaz de marcharse de casa, decir que se iba a América y pegarse un tiro.
Tenía Manuel con esta idea una gran preocupación moral y se sentía inquieto. Si su hermano quería también a la Salvadora, ¿qué debía desear él? ¿Que viviese o no? Estas dudas y casos de conciencia le perturbaban.
Le obsesionaba la enfermedad de Juan, y cuando se libertaba de esta idea, le asaltaba la- otra, el temor por la marcha de la imprenta, o un miedo pueril por un peligro lejano.
Juan, a pesar de las recomendaciones del médico, no reposaba. Se había agenciado veinte o treinta libros anarquistas, y continuamente estaba leyendo o escribiendo. Se veía que ya no vivía mas que por su idea.
Sin decir a nadie nada, había vendido Los Rebeldes y el busto de la Salvadora, y el dinero lo había dado para la propaganda.
Manuel, muchas veces, en la calle, se encontraba con algunos obreros desconocidos, que se le acercaban tímidamente:
-¿Cómo está su hermano? -le preguntaban.
-Está mejor.
-Bueno, eso quería saber. ¡Salud! -y se marchaban.
-Mira -le dijo un día Juan a Manuel-, vete al Círculo del Centro y diles que mañana por la tarde iré a La Aurora, y que hablaremos.
Manuel fue a un Círculo que estaba próximo a la calle del Arenal. Una porción de gente, a quien no conocía, le preguntó por Juan; al parecer, tenían por él un gran entusiasmo. Vio al Libertario, al Madrileño y a Prats.
-¿Cómo está Juan? -le dijeron.
-Ya va mejor. Mañana os espera en la taberna.
-Bueno; ¿qué, te vas?
-Sí.
-Espera un momento -le dijo el Libertario.
Estaban discutiendo una huelga de canteros. Manuel se cansó de una discusión que para él no tenía interés y dijo que se marchaba.
-Nos iremos nosotros también.
Salieron con Manuel, Prats, el Libertario y el Madrileño.
Estos dos últimos tenían que andar siempre juntos mortificándose.
El anarquismo del catalán era, sobre todo, catalán, y Barcelona el modelo ideal de anarquismo, de industria, de cultura; en cambio, al Madrileño, bastaba que una cosa fuera catalana para que le pareciera mala.
-Allá no hay mas que pacotilla -decía el Madrileño-; desde los géneros de punto, hasta el anarquismo, todo es ful.
-Y aquí, ¿qué hay en este pueblo indecente? -replicó Prats-. Si esto debían convertirlo en cenizas.
-¿Aquí? Aquí hay la mar de sal