La lucha por la vida III: 112
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La lucha por la vida III Tercera parte | Pío Baroja |
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Una tarde, después de comer, estaba Manuel regando las plantas de su huertecillo, cuando se presentó Roberto.
-¡Hola, chico!, ¿qué tal? ¿Estás de jardinero?
-Ya ve usted. ¿Y la señorita Kate?
-Muy bien. Allí, en Amberes, con su madre. Hemos hablado mucho de ti.
-¿Sí? ¿De veras?
-Te recuerdan con verdadero cariño.
-Son muy buenas las dos.
-Tengo ya un chico.
-¡Hombre! ¡Cuánto me alegro!
-Es un pequeño salvaje. Su madre lo está criando. ¿Y tus negocios? ¿Qué tal van?
-No tan bien como yo quisiera; no le voy a poder devolver el dinero tan pronto como yo creía.
-No importa. Cuando puedas. ¿Qué te pasa? ¿No marcha el negocio?
-Sí, va muy despacio; pero, me matan los obreros socialistas.
-¿Los socialistas?
-Sí. Está uno atado de pies y manos. Las sociedades hacen ya en todos los oficios lo que quieren, ¡con un despotismo! Uno no puede tener los obreros que se le antoje, sino los que ellos quieran. Y se ha de trabajar de esta manera, y se ha de despachar a éste, y se ha de tomar al otro. Es una tiranía horrible.
-Y con esto, tu tendencia anarquista se habrá aumentado.
-Claro que sí. Porque si hay que hacer la revolución social, que la hagan de una vez; pero, que le dejen a uno vivir... ¿Quiere usted subir un rato, don Roberto?
-Bueno.
-Subieron los dos y pasaron al comedor. Roberto saludó a la Salvadora.
-¿Tomará usted café, don Roberto?, ¿eh? -le preguntó Manuel.
-Sí.
Le trajeron una taza de café.
-¿Tu hermano es también anarquista? -preguntó Roberto.
-Mucho más que yo.
-Usted debe curarles de ese anarquismo -dijo Roberto a la Salvadora.
-¿Yo? -preguntó ella ruborizándose.
-Sí, usted, que seguramente tiene más buen sentido que Manuel. Al artista no le conozco. A éste, sí, desde hace tiempo, y sé cómo es: muy buen chico; pero, sin voluntad, sin energía. Y no comprende que la energía es lo más grande; es cómo la nieve del Guadarrama, que sólo brilla en lo alto. También la bondad y la ternura son hermanas; pero son condiciones inferiores de almas humildes.
-Y si yo soy humilde, ¿qué le voy a hacer?
-¿Ve usted? -replicó Roberto dirigiéndose a la Salvadora-. Este chico no tiene soberbia. Luego es un romántico, se deja arrastrar por ideas generosas; quiere reformar la sociedad...
-No me venga usted con bromas. Yo ya sé que no puedo reformar nada.
-Eres un sentimental infecto. Luego añadió, dirigiéndose también a la Salvadora:
-Yo, cuando hablo con Manuel, tengo que discutir y reñirle. Perdone usted.