La vuelta de Martín Fierro (1879)/9

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De ella fueron los lamentos
Que en mi soledá escuché—
En cuanto al punto llegué
Quedé enterado de todos
Al mirarla de aquel modo
Ni un instante tutubié.

Toda cubierta de sangre
Aquella infeliz cautiva,
Tenia dende abajo arriba
La marca de los lazazos,—
Sus trapos hechos pedazos
Mostraban la carne viva.

Alzó los ojos al cielo
En sus lágrimas bañada,
Tenia las manos atadas
Su tormento estaba claro;
Y me clavó una mirada
Como pidiéndome amparo.

Yo no sé lo que pasó
En mi pecho en ese istante,
Estaba el indio arrogante
Con una cara feroz:
Para entendernos los dos
La mirada fué bastante.

Pegó un brinco como gato
Y me ganó la distancia—
Aprovechó esa ganancia
Como fiera cazadora—
Desató las boliadoras
Y aguardó con vigilancia.

Aunque yo iba de curioso
Y no por buscar contienda,
Al pingo le até la rienda,
Eché mano dende luego,
éste que no yerra fuego,
Y ya se armó la tremenda.

El peligro en que me hallaba
Al momento conoci—
Nos mantubimos ansi,
Me miraba y lo miraba;
Yo, al indio le desconfiaba
Y él me desconfiaba á mi.

Se debe ser precabido
Cuando el indio se agasape—
En esa postura el tape
Vale por cuatro ó por cinco—
Como tigre es para el brinco
Y fácil que á uno lo atrape.

Peligro era atropellar
Y era peligro el jüir;
Y mas peligro seguir
Esperando de este modo,
Pues otros podian venir
Y carniarme alli entre todos.

A juerza de precaucion
Muchas veces he salvado,
Pues en un trance apurado
Es mortal cualquier descuido—
Si Cruz hubiera vivido
No habria tenido cuidado.

Un hombre junto con otro
En valor y en juerza crece—
El temor desaparece,
Escapa de cualquier trampa—
Entre dos, no digo á un pampa,
A la tribu si se ofrece.—

En tamaña incertidumbre
En trance tan apurado,
No podia por decontado
Escaparme de otra suerte,
Sinó dando al indio muerte
O quedando alli estirado.

Y como el tiempo pasaba
Y aquel asunto me urgia,
Viendo que él no se movia,
Me fui medio de soslayo
Como á agarrarle el caballo
A ver si se me venia.

Ansí fué, no aguardó mas
Y me atropelló el salvage—
Es preciso que se ataje
Quien con el indio peleé—
El miedo de verse á pié
Aumentaba su corage.

En la dentrada no mas
Me largó un par de bolazos—
Uno me tocó en un brazo
Si me dá bien, me lo quiebra—
Pues las bolas son de piedra
Y vienen como balazo,

A la primer puñalada
El pampa se hizo un ovillo—
Era el salvage mas pillo
Que he visto en mis correrías,—
Y á mas de las picardías
Arisco para el cuchillo.

Las bolas las manejaba
Aquel bruto con destreza,
Las recogia con presteza
Y me las volvia á largar,
Haciéndomelas silvar
Y mi valor se duplica
Arriba de la cabeza.

Aquel indio, como todos,
Era cauteloso.... ay juna!
Ay me valió la fortuna
De que peliando se apotra—
Me amenazaba con una,
Y me largaba con otra.

Me sucedió una desgracia
En aquel percance amargo,
En momentos que lo cargo
Y que él reculando vá —
Me enredé en el chiripá
Y cai tirao largo á largo.

Ni pa encomendarme á Dios
Tiempo el salvage me dió;
Cuanto en el suelo me vió
Me saltó con ligereza—
Juntito de la cabeza
El bolazo retumbó—

Ni por respeto al cuchillo
Dejó el indio de apretarme—
Alli pretende ultimarme
Sin dejarme levantar—
Y no me daba lugar
Ni siquiera á enderezarme.

Devalde quiero moverme
Aquel indio no me suelta—
Como persona resuelta
Toda mi juerza ejecuto—
Pero abajo de aquel bruto
No podia ni darme güelta.
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¡Bendito Dios poderoso,
Quien te puede comprender!
Cuando á una débil muger
Le diste en esa ocasion
La juerza que en un varon
Tal vez no pudiera haber—

Esa infeliz tan llorosa
Viendo el peligro se anima—
Como una flecha se arrima
Y olvidando su aflicion,
Le pegó al indio un tiron
Que me lo sacó de encima.

Ausilio tan generoso
Me libertó del apuro—
Si no es ella, de siguro
Que el indio me sacrifica—
Y mi valor se duplica
Con un ejemplo tan puro.

En cuanto me enderece
Nos volvimos á topar—
No se podia descansar
Y me chorriaba el sudor—
En un apuro mayor
Jamas me he vuelto á encontrar.

Tampoco yo le daba alce
Como deben suponer—
Se habia aumentao mi quehacer
Para impedir que el brutazo,
Le pegára algun bolazo
De rabia á aquella muger—

La bola en manos del indio
Es terrible y muy ligera—
Hace de ella lo que quiera
Saltando como una cabra—
Mudos — sin decir palabra,
Peliábamos como fieras.

Aquel duelo en el desierto
Nunca, jamas se me olvida,
Iba jugando la vida
Con tan terrible enemigo,
Teniendo allí de testigo
A una muger afligida.—

Cuanto él mas se enfurecia
Yo mas me empiezo á calmar;
Mientras no logra matar
El indio no se desfoga;
Al fin le corté una soga
Y lo empecé aventajar.

Me hizo sonar las costillas
De un bolazo aquel maldito;
Y al tiempo que le di un grito
Y le dentro como bala,
Pisa el indio, y se refala
En el cuerpo del chiquito.

Para esplicar el misterio
Es muy escasa mi cencia—
Lo castigó, en mi concencia,
Su Divina Magestá—
Donde no hay casualidá
Suele estar la Providencia.

En cuanto trastrabilló
Mas de firme lo cargué,
Y aunque de nuevo hizo pié
Lo perdío aquella pisada;
Pues en esa atropellada
En dos partes lo corté.


Pelea de Martin Fierro con un Indio


Al sentirse lastimao
Se puso medio afligido—
Pero era indio decidido,
Su valor no se quebranta—
Le salian de la garganta
Como una especie de aullidos.

Lastimao en la cabeza
La sangre lo enceguecia;
De otra herida le salia
Haciendo un charco ande estaba—
Con los pies la chapaliaba
Sin aflojar todavia.

Tres figuras imponentes
Formabamos aquel terno:—
Ella en su dolor materno,
Yo con la lengua dejuera,
Y el salvage como fiera
Disparada del infierno.

Iba conociendo el indio
Que tocaban á degüello—
Se le erizaba el cabello
Y los ojos revolvia—
Los labios se le perdian
Cuando iba á tomar resuello.

En una nueva dentrada
Le pegué un golpe sentido,
Y al verse ya mal herido,
Aquel indio furibundo
Lanzó un terrible alarido—
Que retumbó como un ruido
Si se sacudiera el mundo.

Al fin de tanto lidiar
En el cuchillo lo alcé—
En peso lo levanté
Aquel hijo del desierto—
Ensartado lo llevé,
Y allá recien lo largué
Cuando yá lo sentí muerto.—



Me persiné dando gracias
De haber salvado la vida:
Aquella pobre afligida
De rodillas en el suelo,
Alzó sus ojos al Cielo
Sollozando dolorida.

Me hinqué tambien á su lado
A dar gracias á mi Santo—
En su dolor y quebranto
Ella, á la Madre de Dios,
Le pide en su triste llanto
Que nos ampare á los dos.

Se alzó con pausa de leona
Cuando acabó de implorar,
Y sin dejar de llorar
Envolvió en unos trapitos
Los pedazos de su hijito
Que yo le ayudé á juntar.