Las mil y una noches:184

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
Las mil y una noches - Tomo II​ de Anónimo
Capítulo 184: Y cuando llegó la 153ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 153ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

Y a una señal de la esclava favorita, aquellas jóvenes tocaron a un tiempo un preludio dulcísimo. Y el príncipe Alí, cuyo corazón estaba lleno del recuerdo de Schamsennahar, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Y dijo a su amigo Abalhassan: "¡Ah, hermano mío, cuán conmovida siento mi alma! ¡Estos acordes me hablan en un lenguaje que la hace llorar, sin saber a punto fijo por qué!"

Abalhassan dijo: "¡Mi joven señor, tranquiliza tu alma y presta toda tu atención a este concierto, que promete sea admirable, gracias a la hermosa Schamsennahar, que seguramente llegará pronto!"

Y, en efecto, apenas Abalhassan había pronunciado estas palabras, cuando las diez mujeres se levantaron a la vez, y unas pulsando las cuerdas, y agitando otras rítmicamente sus panderetillas, entonaron este canto:

¡Azul, nos miras con sonrisa de felicidad! ¡Y he aquí que la luna levanta sus lienzos de nube, para velarse confusa! ¡Y el sol, vencedor, huye también y no brilla!

Y el coro se detuvo aguardando la respuesta, que cantó una de las diez jóvenes:

¡He aquí nuestra luna que avanza! ¡Y viene porque el sol nos ha visitado, un sol juvenil y principesco, que ha venido a rendir tributo a Schamsennahar!

Entonces el príncipe Alí, que representaba aquel sol, miró a la parte opuesta, y vió acercarse doce negras jóvenes, que llevaban en hombros un trono de plata maciza, cubierto con un dosel de terciopelo, y en el cual estaba sentada una joven tapada con un gran velo de seda que flotaba por delante del trono. Y aquellas negras llevaban el pecho desnudo y las piernas desnudas; y una faja de seda y oro, ajustada a la cintura, hacía resaltar las opulentas nalgas de las cargadoras. Y cuando llegaron adonde estaban las cantarinas, dejaron suavemente en el suelo el trono de plata, y retrocedieron hasta debajo de los árboles.

Entonces una mano apartó el velo de seda, y brillaron unos ojos en un rostro de luna: era Schamsennahar.

Llevaba un gran manto azul en fondo de oro, constelado de perlas, diamantes y rubíes, todo ello de una calidad y un precio incalculables. Apartadas las cortinas del trono, Schamennahar se despojó completamente del velo de seda, y miró sonriendo al príncipe Alí, e inclinó levemente la cabeza. Y el príncipe Alí, suspirando, la miró, y con el lenguaje mudo de los ojos se dijeron en pocos instantes más cosas de las que hubieran podido decirse en mucho tiempo.

Schamsennahar pudo por fin separar sus miradas de los ojos de Alí ben-Bekar, para mandar a sus doncellas que cantaran.

Entonces una de ellas se apresuró a templar el laúd, y cantó:

¡Oh Destino! Cuando dos amantes, atraídos entre sí, se encuentran dignos el uno del otro y se unen en un beso, ¿quién tiene la culpa más que tú?

Y la amante dice: ¡Oh corazón mío, dame otro beso! ¡Te lo volveré con el mismo calor que tenga el tuyo! ¡Y si quisieras que tuviera más calor, cuán fácil me sería complacerte!

Entonces Schamsennahar y Alí ben-Bekar suspiraron; y otra joven cantó, obedeciendo a una seña de la hermosa favorita:

¡Oh muy amado! ¡Luz que iluminas el espacio en que están las flores, como los ojos del muy amado!
¡Oh carne que filtras la bebida de mis labios, oh carne tan dulce para mis labios!
¡Oh muy amad! Cuando te encontré la Belleza me detuvo para decirme entusiasmada:
¡Helo aquí! ¡Ha sido modelado por dedos divinos! ¡Es una caricia, es como un bordado magnífico!

Al oír estos versos, el príncipe Alí ben-Bekar y la hermosa Schamsennahar se miraron largo rato, pero ya una tercera cantarina decía:

¡Las horas dichosas, ¡oh jóvenes! corren como el agua, rápidas como el agua! ¡Creedme, enamorados, no aguardéis más!
¡Aprovechad la dicha! ¡Sus promesas son fugaces! ¡Aprovechad la belleza de vuestros años y el momento que os une!

Cuando la cantarina hubo acabado su estrofa, el príncipe Alí exhaló un prolongado suspiro, y sin poder reprimir por más tiempo su emoción, rompió en sollozos. Schamsennahar, que no estaba menos conmovida, se echó a llorar también, y no pudiendo sobreponerse a su pasión, se levantó del trono y se dirigió hacia la puerta de la sala.

Inmediatamente Alí ben-Bekar corrió en la misma dirección, y al llegar detrás del cortinaje que cubría la puerta se encontró con su amada. Fué tan grande su emoción al besarse y tan intenso su delirio, que se desmayaron uno en brazos de otro; y seguramente se habrían caído al suelo si no los hubiesen sostenido las doncellas que habían seguido a cierta distancia a su ama.

Las esclavas se apresuraron a llevarlos a un diván, donde les hicieron volver en sí a fuerza de rociarlos con agua y flores y con perfumes vivificantes.

Y Schamsennahar, al volver en sí, sonrió dichosa al ver a su amigo Alí ben-Bekar; pero como no viese a Abalhassan ben-Taher, preguntó ansiosamente por él.

Y Abalhassan, por discreción, se había retirado de allí temiendo las consecuencias desagradables que pudiese tener aquella aventura si llegaba a divulgarse por el palacio. Pero en cuanto se enteró de que la favorita preguntaba por él, avanzó respetuosamente y se inclinó ante ella.

Y Schamsennahar dijo: "¡Oh Abalhassan! ¿Cómo podré agradecerte tus buenos oficios? ¡Gracias a ti he conocido lo más digno de ser amado que hay entre las criaturas, y he gozado unos instantes incomparables en que el alma se llena de felicidad! ¡Sabe, oh Ben-Taher, que Schamsennahar no será ingrata!"

Y Abalhassan se inclinó profundamente ante la favorita, pidiendo a Alah que le concediese todos los deseos que pudiera sentir su alma.

Entonces Schamsennahar se volvió hacia su amigo Alí ben-Bekar, y le dijo: "¡Oh mi señor! ya no dudo de tu cariño, aunque el mío supere a todo lo que puedas sentir hacia mí. Pero ¡ay! ¡El Destino es muy cruel al tenerme sujeta a este palacio, y no serme posible dar entera satisfacción a mi ternura!"

Alí ben-Bekar contestó: "¡Oh mi señora! ¡Tu amor ha penetrado en mí de tal suerte, que forma parte de mi alma, hasta el punto que después de mi muerte seguirá unido a ella! ¡Cuán desdichados somos al no podernos amar libremente!"

Y dicho esto, las lágrimas inundaron como una lluvia las mejillas del príncipe Alí y las de Schamsennahar. Pero Abalhassan se acercó a ellos discretamente, y les dijo: "¡Por Alah! No entiendo nada de ese llanto, ahora que estáis juntos. ¿Qué sería si estuvierais separados? ¡El momento no es para estar tristes, sino para alegraros y pasar el tiempo agradablemente!"

Y la bella Schamsennahar, al oír estas palabras de Abalhassan, cuyos consejos estimaba en mucho, se secó las lágrimas e hizo señas a una de sus esclavas, que salió en seguida, volviendo después con varias criadas que llevaban grandes bandejas de plata con toda clase de viandas de aspecto tentador. Y colocadas las bandejas en la alfombra entre Alí ben-Bekar y Schamsennahar, se alejaron las criadas y permanecieron inmóviles junto a la puerta.

Entonces Schamsennahar invitó a Abalhassan a sentarse con ellos frente a los platos de oro cincelado, donde aparecían las frutas redondas y maduras y los sabrosos pasteles. Y con sus propias manos, la favorita se puso a servirles de cada plato, y colocaba los bocados en los labios de su amigo Alí ben-Bekar.

Cuando hubieron comido, apresuráronse los criados a llevarse las fuentes de oro, y les presentaron un jarro de oro fino en una palangana de plata cincelada, y se lavaron las manos con el agua perfumada que les echaron. Después se sentaron de nuevo, y las esclavas negras les ofrecieron copas de ágata de varios colores llenas de un vino exquisito, que alegraba los ojos y ensanchaba el alma. Lo bebieron lentamente mirándose largo rato, y vacías ya las copas, Schamsennahar despidió a todas las esclavas, quedando solamente las cantarinas y tañedoras de instrumentos.

Entonces, teniendo deseos de cantar, la favorita mandó a una de las esclavas que preludiase el tono, y la esclava templó su laúd, y cantó dulcemente:

¡Alma mía, cómo te agotas! ¡Las manos del amor te agitaron en todos los sentidos, arrojando a todos los vientos tu misterio!
¡Alma mía! ¡Te guardaba delicadamente en mi pecho, y te escapas para correr hacia el que te hace sufrir!
¡Corred, lágrimas mías! ¡Os escapáis de mis párpados, para correr hacia el cruel! ¡Lágrimas mías, vosotras estáis enamoradas de mi muy amado!

Entonces Schamsennahar alargó el brazo, llenó una copa, bebió de ella, y luego se la ofreció al príncipe Alí que bebió también, poniendo los labios en el mismo sitio que habían tocado los labios de su amiga...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aproximarse la mañana, y se calló discretamente.