Las mil y una noches:192

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Las mil y una noches - Tomo II​ de Anónimo
Capítulo 192: Pero cuando llegó la 161ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 161º NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... el secreto que se me ha confiado. Al contrario, si mis palabras han podido convenceros, no hay sacrificio al cual no esté dispuesto para seros grato, pues emplearé todos los medios que pueda para proporcionaros la satisfacción que deseáis, y hasta os ofrezco mi casa para que recibáis en ella, ¡oh mi señor! a la hermosa Schamsennahar".

Cuando el joven joyero hubo dicho estas palabras, el príncipe Alí sintió tal alegría que notó que las fuerzas le reanimaban el alma, e incorporándose besó al joyero, y le dijo: "¡Alah te ha enviado!, ¡oh Amín! ¡Por eso me confío a ti enteramente y sólo espero mi salvación de tus manos!" Volvió a repetirle las gracias, y se despidió de él llorando de alegría.

Entonces el joyero se retiró con la joven. La condujo a su casa, y le dijo que en lo sucesivo allí tendrían sus entrevistas los dos, lo mismo que la que proyectaba entre el príncipe Alí y Schamsennahar. Y la joven, después de haber aprendido el camino de la casa, no quiso diferir por más tiempo el enterar a su ama de lo ocurrido. Prometió, pues, al joyero volver al día siguiente con la contestación de Schamsennahar.

Y efectivamente, al otro día llegó a casa de Amín, y le dijo: "¡Oh Amín! mi señora ha llegado al límite de la alegría al saber lo bien dispuesto que estás en nuestro favor. ¡Y me encarga que venga en tu busca para llevarte a sus aposentos de palacio, donde quiere darte personalmente las gracias por tu espontánea generosidad, y por tu interés hacia unas personas cuyos designios nada te obligaba a proteger!"

El joyero, al oír estas palabras, en vez de demostrar prisa por satisfacer el deseo de la favorita se sintió sobrecogido de un gran temblor, se puso muy pálido, y acabó por decir a la joven: "¡Oh hermana mía! ya veo que ni Schamsennahar ni tú habéis pensado bien el paso que me pedís. Olvidáis que soy un hombre del vulgo, y que carezco de la amistad que poseía Abalhassan con los eunucos de palacio.

Yo no conozco para nada las costumbres de esas gentes. ¿Cómo he de atreverme a marchar a palacio, cuando me asombraba el oír los relatos de las visitas de Abalhassan? ¡Me falta valor para desafiar ese peligro! ¡Pero puedes decirle a tu ama que mi casa es el sitio más a propósito para las entrevistas; y que si se digna venir, podremos conversar a gusto, sin riesgo alguno!"

Pero como la joven instase para que la siguiera, y hasta le había decidido a levantarse, le sobrecogió de pronto tal temblor que se le doblaban las piernas. Y entonces la esclava tuvo que ayudarle para que se sentase de nuevo, y le dió a beber un vaso de agua fresca a fin de que se tranquilizase.

Y cuando vió que era imprudente insistir, la esclava dijo: "¡Tienes razón! Mucho mejor es, en interés de todos, decidir a Schamsennahar a que venga aquí. Voy a intentarlo, y seguramente la traeré. ¡Aguárdanos sin moverte para nada!"

Y como lo había previsto, en cuanto la confidente manifestó a la favorita la imposibilidad en que se encontraba el joyero de ir a palacio, Schamsennahar se levantó, y envolviéndose en su gran velo de seda, siguió a su esclava, olvidando la debilidad que hasta entonces la había paralizado en los almohadones. La confidente fué la primera que entró en la casa para enterarse de si su señora se expondría a que la viesen los esclavos o gente extraña, y preguntó a Amín: "¿Habrás echado fuera a los criados?"

Y él contestó: "Vivo solo aquí, con una negra vieja que me arregla la casa". Ella dijo: "¡De todos modos, hay que evitar que entre aquí ahora!" Y ella misma fué cerrando todas las puertas, y corrió después a buscar a la favorita.

Schamsennahar entró, y a su paso las salas y corredores se llenaban milagrosamente con el perfume de sus vestidos. Y sin decir palabra ni mirar en derredor, fué a sentarse en el diván, y se apoyó en los cojines que el joven joyero se apresuraba a colocar detrás de ella. Y así permaneció inmóvil, durante un buen rato, muy débil y sin poder apenas respirar. Por fin, cuando hubo descansado de aquella larga caminata, pudo levantarse el velillo y despojarse del manto. Y el joven joyero, deslumbrado, creyó que el mismo sol había entrado en su casa. Schamsennahar le miró un instante y le preguntó al oído a la esclava: "¿Este es el joven de quién me has hablado?" Y cuando la esclava le contestó afirmativamente, la favorita dirigió un expresivo saludo al joyero.

Y éste contestó: "¡Loado sea Alah! ¡Plegue a Alah guardarte y conservarte como el perfume en el oro!"

Ella le preguntó: "¿Eres casado o soltero?" El contestó: "¡Por Alah! ¡Soltero, o mi señora! Y no tengo padre, ni madre, ni pariente alguno. De modo que no tendré más ocupación que consagrarme a servirte; y tus menores deseos los pondré sobre mi cabeza y sobre mis ojos.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.