Las mil y una noches:214

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
Las mil y una noches - Tomo II​ de Anónimo
Capítulo 214: Y cuando llegó la 191ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 191° NOCHE[editar]

Ella dijo:

... el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la palangana consabida contenía una cantidad enorme de sangre, y dijo para sí: "¡Este es un indicio de que la contrincante tiene una salud maravillosa y una expansión leal y franca!" Y pensó también: "¡Advierto con certeza en todo esto la mano del visir!"

Después volvió apresuradamente junto a Kamaralzamán, exclamando: "¡Veamos ahora la sortija! Y la cogió, y le dió vueltas y más vueltas, y luego se la devolvió a Kamaralzamán, diciendo: "Es una prueba que me confunde por completo". Y permaneció una hora sin decir palabra. Después se lanzó pronto sobre el visir, y le gritó: "¡Tú eres el que ha armado toda esta intriga, viejo alcahuete!"

Pero el visir cayó a los pies del rey, y juró, por el Libro Noble y por la Fe, que no se había metido en nada de aquello. Y el eunuco hizo el mismo juramento.

Entonces el rey, que cada vez lo entendía menos, dijo a su hijo: "¡Sólo Alah puede aclarar este misterio!" Pero Kamaralzamán muy conmovido, replicó: "¡Oh padre mío! ¡Te suplico que hagas pesquisas y gestiones para devolverme a la deliciosa joven cuyo recuerdo me alborota el alma, y te conjuro a que tengas compasión de mí y hagas que se la encuentre, o moriré!"

El rey se echó a llorar, y dijo a su hijo: "¡Ya Kamaralzamán! ¡Sólo Alah es grande, y sólo él conoce lo desconocido! ¡A nosotros no nos queda sino afligirnos ambos: tú por ese amor sin esperanza, y yo por tu propia aflicción y por mi impotencia para remediarla!"

Enseguida el rey, muy desconsolado, cogió de la mano a su hijo y se lo llevó desde la torre hasta el palacio, en donde se encerró con él. Y se negó a ocuparse en los asuntos de su reino para quedarse llorando con Kamaralzamán, que se había metido en la cama lleno de desesperación por amar a una joven desconocida, que después de tan señaladas pruebas de amor, había desaparecido.

Después, el rey, para verse más libre aun de las cosas y gente de palacio, y no preocuparse más que en cuidar a su hijo, a quien tanto quería, mandó edificar en medio del mar un palacio, unido sólo a la tierra por una escollera de veinte codos de anchura, y lo hizo amueblar para su uso y el de su hijo. Y ambos lo habitaban solos, lejos del mundo y de las preocupaciones, para no pensar más que en su desgracia. Y a fin de consolarse un tanto, Kamaralzamán no encontraba nada como la lectura de buenos libros acerca del amor y el recitar versos de los poetas inspirados, como los siguientes entre otros mil:

¡Oh guerrera hábil en el combate de las rosas! ¡La sangre delicada de los trofeos que adornan tu frente triunfal tiñe de púrpura tu profunda cabellera, y el vergel natal de todas sus flores se inclina para besar tus pies infantiles!
¡Tan suave es ¡oh princesa! tu cuerpo sobrenatural, que el aire encantado, se aromatiza al tocarlo; y si la brisa curiosa penetrase debajo de tu túnica, en ella se eternizaría!
¡Tan bella es tu cintura, ¡oh hurí! que el collar de tu garganta desnuda se queja de no ser tu cinturón! ¡Pero tus piernas sutiles, cuyos tobillos están cercados de cascabeles, hacen crujir de envidia a las pulseras de tus muñecas!

Todo eso en cuanto a Kamaralzamán y a su padre el rey Schahramán.

Vamos ahora con la princesa Budur.

Cuando los dos genios la dejaron en su lecho del palacio de su padre el rey Ghayur, casi había transcurrido la noche. A las tres horas apareció la aurora, y Budur se despertó. Sonreía todavía a su amado y se desperezaba de gusto, en ese momento delicioso de semisueño al lado del amante, a quien creía junto a ella. Y al alargar los brazos vagamente para rodearle el cuello antes de abrir los ojos, no cogió más que el vacío. Entonces se despertó del todo y ya no vió al hermoso adolescente, al cual había amado aquella noche, y le tembló el corazón hasta casi perder el juicio, y exhaló un grito agudo que hizo acudir a las diez mujeres encargadas de su custodia, y entre ellas a su nodriza.

Rodearon ansiosas el lecho, y la nodriza le preguntó con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?"

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.


Aclaración[editar]

El traductor une en este capítulo las noches 189, 190 y 191.