Ir al contenido

Las mil y una noches:239

De Wikisource, la biblioteca libre.
Las mil y una noches - Tomo II
de Anónimo
Capítulo 239: Y cuando llegó la 239ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 239ª NOCHE

[editar]

Ella dijo:

... en una vida deliciosa.

Pero ¡ah! lo que está escrito en la frente del hombre por los dedos de Alah, no puede borrarlo la mano del hombre; y aunque la criatura poseyera alas, no le sería posible huir del Destino.

Tal fué la causa de que Feliz-Bello y Feliz-Bella tuvieran que experimentar durante cierto tiempo las vicisitudes de la suerte. Pero de todos modos, la nativa bendición que habían traído consigo a la tierra había de librarles de las desdichas irremediables.

Efectivamente, el gobernador de la ciudad de Kufa había oído al califa hablar de la hermosura de Feliz-Bella, esposa del hijo del mercader Primavera. Y dijo para sí: "¡Sin remedio he de encontrar la manera de apoderarme de esta Feliz-Bella, cuyas perfecciones y arte para cantar me ponderan tanto! ¡Será un magnífico regalo para mi amo el Emir de los Creyentes Abd El-Malek ben-Meruán!"

Por consiguiente, el gobernador de Kufa resolvió un día ejecutar su proyecto, y con tal fin mandó llamar a una vieja muy astuta, que de ordinario estaba encargada de adquirir e instruir especialmente a las esclavas jóvenes. Y le dijo: "¡Te ruego que vayas a casa del mercader Primavera y hagas conocimiento con la esclava de su hijo, la joven Feliz-Bella, de la cual se dice que está muy versada en el arte del canto, y que es muy hermosa! Y de cualquier manera has de traérmela aquí, porque quiero enviarla como regalo al califa Abd El-Malek".

La vieja respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y se fué inmediatamente a hacer los preparativos necesarios.

A primera hora de la mañana se vistió de estameña, y se echó al cuello un enorme rosario de millares de cuentas, se ató una calabaza a la cintura, cogió una muleta, y se dirigió con lento paso a casa de Primavera, parándose a cada momento para suspirar muy devota: "¡Alabado sea Alah! ¡No hay más Dios que Alah! ¡Sólo a Alah es preciso recurrir! ¡Alah es el más grande!" Y no dejó de proceder del mismo modo durante todo el camino, con gran admiración de los transeúntes, hasta que llegó a la puerta de la casa en que vivía Primavera.

Llamó, y dijo: "¡Alah es generoso! ¡Oh Donador! ¡Oh Bienhechor!"

Entonces fué a abrirle el portero, que era un anciano respetable, antiguo servidor de Primavera. Vió a la vieja devota, y después de examinarla no le pareció su aspecto muy tranquilizador, sino muy al contrario. Y por su parte él también desagradó mucho a la vieja, que le dirigió una mirada atravesada. Y el portero sintió instintivamente la mirada, y también instintivamente, y para conjurar el mal de ojo, formuló con el pensamiento: "¡Mis cinco dedos en tu ojo izquierdo!" Después, y en alta voz, le preguntó: "¿Qué quieres, mi anciana tía?" Ella respondió: "Soy una pobre vieja que no piensa más que en rezar. Y como veo que se acerca la hora de la oración, quisiera entrar en esta morada para hacer mis devociones este día santo".

El buen portero se indignó, y le dijo con brusquedad: "¡Vete! ¡Esta casa no es mezquita ni oratorio, sino el hogar del mercader Primavera y su hijo Feliz-Bello!" La vieja respondió: "¡Ya lo sé! Pero ¿hay mezquita ni oratorio más digno de la oración que la morada bendita de Primavera y su hijo Feliz-Bello? Sabe también, ¡oh portero de cara seca!, que soy mujer conocida en Damasco, en el palacio del Emir de los Creyentes. Y he salido de allí para visitar los santos lugares y rezar en todos los sitios dignos de veneración".

Pero el portero contestó: "Bueno es que seas una devota; pero ésa no es razón para que entres aquí. Sigue tu camino". Pero la vieja se resistió e insistió tanto tiempo, que el rumor de su voz hubo de llegar a oídos de Feliz-Bello que salió para enterarse de la causa del altercado, y oyó a la vieja que decía al portero: "¿Cómo se puede impedir a una mujer de mi categoría entrar en la casa de Feliz-Bello, hijo de Primavera, cuando las puertas más cerradas de los emires y los grandes siempre se me abren de par en par?"

Al oír estas palabras, Feliz-Bello sonrió, según su costumbre, y rogó a la vieja que entrara. Entonces la vieja le siguió, y llegó con él a la habitación de Feliz-Bella. Y le deseó la paz de la manera más sentida, y a la primera ojeada quedó estupefacta de su belleza.

Cuando Feliz-Bella vió entrar a la santa vieja, se apresuró a levantarse en honor suyo, y le devolvió su zalema con respeto, y le dijo: "¡Sea de buen agüero para nosotros tu venida, buena madre! ¡Dígnate descansar!" Pero ella contestó: "Acaban de anunciar la hora de la oración, hija mía. ¡Déjame rezar!" Y volviose enseguida en dirección a la Meca, y se arrodilló en actitud de orar. Y así estuvo hasta la noche sin moverse, y nadie se atrevía a interrumpir su función augusta. Y además parecía tan sumida en el éxtasis, que no hacía caso alguno de lo que ocurría a su alrededor.

Por fin, Feliz-Bella se atrevió, y acercose tímidamente a la santa, y le dijo con voz dulce y respetuosa: "¡Madre mía, da descanso a las rodillas, aunque no sea más que una hora!" La vieja contestó: "¡El que no cansa el cuerpo en este mundo no puede aspirar al reposo reservado a los puros y elegido en lo futuro!" Feliz-Bella, extremadamente deificada, repuso: "¡Por favor, oh madre nuestra honra nuestra mesa con tu presencia y consiente en compartir con nosotros el pan y la sal!" La vieja respondió: "No me hagas caso, y ve a reunirte con tu esposo. Vosotros, que sois jóvenes y hermosos, ¡comed, bebed y sed felices...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.