Las mil y una noches:401
CUANDO LLEGO LA 401ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"... Así, pues, ¡oh mi señora! en caso de que ocultes en tu corazón alguna cosa, no temas confiármela; porque si es un secreto lo guardaré intacto de toda divulgación ¡y nadie como yo sabrá servirte con sus ojos y su cabeza para satisfacer tus menores deseos y llevar discretamente tus misivas!"
Cuando Rosa-en-el-Cáliz hubo oído estas palabras de su nodriza, sintió que la alegría le arrebataba la razón; pero retuvo en su alma cualquier palabra imprudente que revelase la causa de la turbación que la agitaba, diciendo para sí: "Nadie conoce todavía mi secreto; y para mayor seguridad, más vale no informar de nada a esta mujer mientras no posea pruebas ciertas de su fidelidad".
Pero ya añadía la nodriza: "¡Oh hija mía! la noche última vi a un hombre que se me apareció en sueños y me dijo: "¡Has de saber que tu joven señora y Delicia-del-Mundo están enamorados uno de otro, y a ti te incumbe favorecer la aventura y encargarte de sus misivas, haciéndoles toda clase de servicios con gran discreción, si quieres disfrutar tranquilamente una porción de ventajas!" Yo ¡oh mi señora! te cuento lo que he visto. ¡Tú serás ahora quien decida!"
Rosa-en-el-Cáliz contestó: "¡Oh nodriza! ¿te sientes verdaderamente capaz de callar secretos?" La nodriza dijo: "¿Cómo puedes dudarlo ni un instante, cuando soy una esencia entre las esencias de los corazones selectos?"
Entonces ya no dudó la joven, exhibiéndole el papel en que había escrito los versos y se lo entregó, diciéndole: "¡Date prisa a llevar esto a Delicia-del-Mundo y a traerme la respuesta!" La nodriza se levantó al punto y se presentó en casa de Delicia-del-Mundo, empezando por besarle la mano para luego cumplimentarle con las expresiones más amables y corteses. Tras de lo cual le entregó el billete.
Delicia-del-Mundo desdobló el papel y lo leyó. Luego, cuando se enteró bien del contenido, escribió al dorso de la hoja los versos siguientes:
- ¡Exaltado por el amor, late mi corazón apasionadamente, y en vano trato de contener su ímpetu tumultuoso! ¡El estado en que me hallo descubre mis sentimientos!
- Si mis lágrimas se desbordan, le digo a mi censor: "¡Es porque tengo los ojos malos!" Así creo engañarle acerca del verdadero motivo, ocultándole mis intimidades.
- ¡Libre aún ayer de toda ligadura y con el corazón tranquilo, yo ignoraba el amor! ¡Y he aquí que me despierto con el corazón dominado por el amor!
- ¡Voy a revelaros mi estado y a contaros mi cuita de amor, a fin de que vuestro corazón se compadezca del desgraciado que arde de pasión y a quien tortura la suerte!
- ¡Con las lágrimas de mis ojos trazo aquí este lamento, para con ello daros una prueba del amor a que obedece!
- ¡Preserve Alah de toda asechanza a un rostro que la belleza se encargó de cubrir con su velo, y ante el cual se inclina la luna, honrándole las estrellas cual esclavas!
- ¡Como hermosura, no he visto nada parecido! ¡Oh, su talle! ¡Las flexibles ramas aprenden a ondular viéndolo balancearse!
- ¡Ahora, si no os fastidia, me atrevo a suplicaros que vengáis a verme! ¡Oh, eso tiene para mí un valor muy grande!
- ¡No me resta ya más que haceros don de mi alma, con la esperanza de que acaso la aceptéis! ¡Vuestra llegada será para mí el Paraíso, y la Gehenna vuestra repulsa!
Después de escribir lo anterior, dobló la hoja, la besó y se la entregó a la nodriza, diciéndole: "¡Madre mía, cuento con tu bondad para predisponer en mi favor la voluntad de tu señora!" Ella contestó: "¡Escucho y obedezco!" Cogió el billete y volvió a toda prisa al lado de su señora, a quien se lo entregó.
Al tomar el billete, Rosa-en-el-Cáliz se lo llevó a los labios y luego a la frente, lo desdobló y lo leyó.
Y cuando se hubo enterado bien de su contenido, escribió debajo los siguientes versos:
- ¡Oh tú cuyo corazón se prendó de nuestra belleza, no te arrepientas de unir la paciencia al amor! ¡Tal vez sea un medio de llegar a poseernos!
- ¡Cuando hemos advertido que tu amor era sincero y que tu corazón sufrió los mismos tormentos que nuestro corazón, sentimos un deseo igual a tu deseo de vernos por fin unidos; pero nos retuvo el temor a nuestros guardianes!
- ¡Sabe que, al descender sobre nos la noche llena de tinieblas, se exalta tanto nuestro ardor, que se encienden hogueras en nuestras entrañas!
- ¡Las tiránicas torturas del deseo que nos llama a ti ahuyentan de nuestra cama el sueño entonces, y de nuestro cuerpo se apodera el dolor!
- ¡Pero no olvides que el primer deber de los enamorados es ocultar a los demás su amor! ¡Guárdate, pues, de descorrer ante extrañas miradas el velo que nos protege!
- ¡Y ahora quiero gritar que mis entrañas se hallan rebosando amor a cierto jovenzuelo! ¡Oh! ¿por qué no se quedó para siempre en nuestra morada?
Cuando acabó de escribir estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.