Lope de Aguirre el traidor

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IX


Lope de Aguirre el traidor


Asusta y da temblor de nervios asomarse al abismo de la conciencia de algunos hombres. El sólo nombre de Lope de Aguirre aterroriza.

Fecundísimo en crímenes y en malvados fué para el Perú el siglo xvi. No parece sino que España hubiera abierto las puertas de los presidios y que, escapados sus moradores, se dieron cita para estas regiones. Los horrores de la conquista, las guerras de pizarristas y almagristas, y las vilezas de Godines, en las revueltas de Potosí, reflejan, sobre los tres siglos que han pasado, como creaciones de una fantas{ia calenturienta. El espíritu se resiste á aceptar el testimonio de la historia.

Entre los aventureros que con el capitán Perálvarez llegaron al Perú en 1544, hallábase Lope de Aguirre, mancebo de veintitrés años, y reputado por uno de los mejores jinetes. Aunque oriundo de Oñate, en Guipúzcoa, y de noble familia, que lucía por mote en su escudo de armas esta leyenda:—Piérdase todo, sálvesa la honra,—había pasado gran parte de su juventud en Andalucía, donde su destreza en domar caballos, y su carácter pendenciero y emprendedor le habían conquistado poco envidiable fama.

En la rebelión de Gonzalo Pizarro, tomó partido por éste; y cuando, al arribo del licenciado La Gasca se vió en 1549, forzado Gonzalo á alejarse de Lima, encomendó á Aguirre, como uno de los capitanes de más confianza, que con cuarenta hombres de caballería cubriese la retirada.

Apenas emprendido el movimiento, Lope de Aguirre retrocedió con su fuerza y entró en Lima gritando:—¡Viva el rey! ¡muera Pizarro, que es tirano!

Y alzando bandera por La Gasca, asesinó en la ciudad á dos partidarios de Gonzalo, y en toda la campaña hizo ostentación de ferocidad. Lope de Aguirre se entusiasmaba como el tigre con la vista de la sangre; y sus camaradas, que lo veían entonces poseído de la fiebre de la destrucción, lo llamaban caritativamente:—El loco Aguirre.

Cuando, terminada la guerra, llegó la hora de recompensar á los realistas, La Gasca el Justiciero estimó en poco los servicios de Aguirre. Resentido éste, se retiró á Potosí, y en 1553, después del asesinato del corregidor Hinojosa, se alzó con Egas de Guzmán, y fué uno de los jefes de aquel destacamento que, en una semana, cambió tres veces de bandera:—por el rey, contra el rey y por el rey. El mariscal don Alonso de Alvarado, pacificador de esos pueblos, á quien se unió Aguirre, tomó á empeño ahorcar al traidor; pero como los pícaros hallan siempre valedores, el mariscal tuvo que guardarse en el pecho la intención.

Combatió después contra Francisco Girón, y recibió una herida en la pierna, de la cual quedó un tanto lisiado.

El marqués de Cañete vino al fin, en 1555, como virrey del Perú, á estirpar abusos, ahogando todo germen de revuelta. El buscó ocupación á los espíritus inquietos, destinando á unos á la empresa de desaguar la laguna en que, según la tradición, existe la gran cadena de oro de los Incas, y empleando á otros en la exploración del estrecho de Magallanes.

En Moyobamba, y con aquiescencia del virrey, preparaba el bravo capitán Pedro de Urzua, natural de Navarra, una expedición á las riberas del Marañón, en busca de una tierra que, según noticias, era tan abundante en oro, que sus pobladores se acostaban sobre lechos del precioso metal. Grande fué el número de codiciosos que se alistaron bajo la bandera de Urzua, capitán cuyas dotes como soldado y hazañas en el nuevo reino de Granada le habían granjeado positiva popularidad.

La curiosa crónica titulada Carnero de Bogotá, escrita por un contemporáneo de Urzua, nos pinta la heroicidad de este caudillo, á la par que la nobleza de su corazón. Pedro de Urzua fué el fundador de Pamplona, una de las más importantes ciudades de Colombia.

Lope de Aguirre se presentó á Urzua, acompañado de una hija, niña de once años de edad. A Urzua seguía también en la expedición la bellísima doña Inés de Atienza, limeña é hija del conquistador Blas de Atienza, favorito del marqués Pizarro, y algunas otras mujeres, entre las que se encontraba una aragonesa llamada la Torralba, manceba de Aguirre.

Las fatigas de los expedicionarios aumentaban sin encontrar el país del oro. Vino luego la desmoralización propia de gente allegadiza, y una noche estalló un motín encabezado por Aguirre. Pedro de Urzua y su querida doña Inés fueron asesinados.

Los revoltosos proclamaron por general á don Fernando de Guzmán, hidalgo sevillano, y por maese de campo á Lope de Aguirre. Extendida el acta revolucionaria, firmó con el mayor cinismo—Lope de Aguirre el Traidor.—Un historiador añade que dijo Aguirre que firmaba con este mote de infamia, porque, después de asesinado el gobernador Urzua, habían de pasar siempre por traidores, que el cuervo no podía ya ser más negro que sus alas, y que en vez de justificaciones y penosos descubrimientos, lo que debían hacer era apoderarse del Perú, el mejor Dorado del mundo, que el cielo lo hizo Dios para quien lo merezca, y la tierra para quien la gane.

Los expedicionarios, arrastrados por Aguirre y por las bárbaras ejecuciones que éste realizara con los que le eran sospechosos, reconocieron, no ya sólo por general, sino por príncipe del Perú á don Fernando de Guzmán. Un día reconvino éste á su maese de campo, por el inútil lujo de crueldad que desplegaba con sus subordinados; y no pasó mucho tiempo sin que el vengativo Aguirre asesinase también á su príncipe. Y seguido de doscientos ochenta bandoleros, que él llamaba sus marañones [1], cometió inauditos crímenes en la isla de Margarita, en Valencia y otros pueblos de Venezuela, que entregó al incendio y al saqueo de los desalmados que lo acompañaban.

La bandera de Lope de Aguirre era de tafetán negro con dos espadas rojas en cruz.

Una mañana levantóse el caudillo fuerte, título con que lo engalanaron sus marañones, algo aterrorizado, y llamó á un fraile dominico. Oyólo éste en confesión, y tal sería ella, que se negó á absolverlo. Lope de Aguirre se alzó del suelo, llamó al verdugo, y le dijo con mucha flema:—Ahora mismo, ahórcame á este fraile marrullero.

Por fin, desamparado de los suyos, y acorralado como fiera montaraz, se metió en un rancho con su hija, y la dijo:

—Encomiéndate á Dios, que no quiero que, muerto yo, vengas á ser una mala mujer, ni que te llamen la hija del traidor.

Y aquel infame, que fingía creer en Dios, rechazando á la Torralba, que se le interponía, hundió su puñal en el pecho de la triste niña.

Un soldado llamado Ledesma intimó entonces rendición á Lope, y éste contestó:—No me rindo á tan grande bellaco como vos—y volviéndose al jefe de los realistas, pidió le acordase algunas horas de vida, porque tenía que hacer declaraciones importantes al buen servicio de Su Majestad; mas el, jefe, recelando un ardid, ordenó á Cristóbal Galindo, que era uno de los que habían desertado del campo de Aguirre, que hiciese fuego. Disparó éste su arcabuz, y sintiéndose Aguirre herido en un brazo, dijo:—¡Mal tiro! ¿no sabes apuntar, malandrín?

Hiciéronle un segundo disparo, que lo hirió en el pecho, y Lope cayó diciendo:—¡Este sí es en regla!—Fué también uno de sus marañones el que ultimó al tirano.

Luego le cortaron la cabeza, descuartizaron el tronco, y durante muchos años se conservó su calavera en una jaula de hierro, en uno de los pueblos de Venezuela.

Dice un cronista que Lope de Aguirre tomó por modelo, no sólo en la crueldad, sino en el sarcasmo impío, á Francisco de Carbajal, y que habiendo sorprendido rezando á uno de sus soldados, lo castigó severamente, diciendo:—Yo no quiero á los míos tan cristianos, sino de tal condición, que jueguen el alma á los dados con el mismo Satanás.

Detenido en una de sus excursiones por un fuerte chaparrón, exclamó furioso:—¿Piensa Dios que porque llueve no tengo de hacer temblar el mundo? Pues muy engañado está su merced. Ya verá Dios con quién se las há, y que no soy ningún bachillerejo de caperuza á quien agua y truenos dan espanto.

La carta que dirigió á Felipe II es curiosísimo documento que basta para formarse cabal idea del personaje.

Lope de Aguirre murió en Diciembre de 1561, á los cincuenta años de edad. Era feo de rostro, pequeño de cuerpo, flaco de carnes, lisiado de una pierna y sesgo de mirada, muy bullicioso y charlatán.

Tal es la historia de uno de esos monstruos que aparecen sobre la tierra como una protesta contra el origen divino de la raza humana. Oviedo y Baños, en su curiosa crónica, y Pedro Simón en sus Historiales, son verdaderamente minuciosos en el relato de las atrocidades realizadas por el traidor Lope de Aguirre.

  1. En 1881 tenía el autor escrita gran parte de una larga novela histórica titulada Los Marañones, cuyo manuscrito desapareció en el incendio de Miraflores.