Memorias de Lord Thomas Cochrane/Introducción

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Lord Cochrane y la Independencia de Chile y Perú. Cristián Guerrero Lira, Universidad de Chile.[editar]

1. Experiencias navales durante la Patria Vieja.[editar]

Durante la Patria Vieja (1810-1814), la suerte de las pocas iniciativas navales independentistas no fue alentadora. Iniciada la guerra, Valparaíso pronto conoció el bloqueo establecido por la Warren y la Vulture, que obedecían al virrey Abascal. José Miguel Carrera encomendó al gobernador de Valparaíso, Francisco de La Lastra (quien más tarde llegaría a ser Director Supremo del país), la tarea de organizar una fuerza naval capaz de romper el cerrojo que las naves realistas imponían sobre el puerto, dificultando las operaciones comerciales. Para ello se pretendió utilizar a la fragata Perla (de 16 cañones) y al bergantín Potrillo. Sin embargo, una vez que estas naves estuvieron listas para iniciar sus operaciones. En mayo de 1813 las tripulaciones, sobornadas, se amotinaron y partieron rumbo al Callao, en vez de enfrentarse a la Warren.

Samuel Burr Johnston, uno de los tipógrafos norteamericanos de la Aurora de Chile, quien se había enrolado en la tripulación del Potrillo, cuenta con las siguientes palabras lo ocurrido:

“El lunes tres de mayo se señaló al fin como día de nuestra salida, pero el dos, el Warren (corsario limeño que por algún tiempo había estado cruzando en las afueras del puerto), se detuvo y disparó un cañonazo en son de desafío. Era la hora de la comida, a la que asistían los americanos que residían entonces en Valparaíso, los oficiales de La Perla y al­gunos amigos chilenos, que habían sido invi­tados por el capitán Barnewall en la inteligencia de que nuestra salida tendría lugar el siguiente día. En el acto se propuso que se enviase al Gobierno una petición firmada por todos los oficiales, pidiendo autorización pa­ra salir a presentar combate a la Warren, ple­namente convencidos, en vista de la superio­ridad de nuestras fuerzas, que podríamos apo­derarnos esa noche del buque enemigo. Se consiguió el permiso. La Perla cortó sus ama­rras y salió. Levantamos el ancla a fuerza de brazos, y como diez minutos más tarde que­damos también en franquía. Pusimos proa en derechura al corsario, pero nos sobresalta­mos grandemente al ver que La Perla se ale­jaba de nosotros con todas sus velas desple­gadas. Incapaces de explicarnos tan extraña maniobra, que en un principio se atribuyó al deseo del capitán de adiestrar a sus hombres para los puestos que debían ocupar y, a la vez, distraer al enemigo; largamos todas las velas con el propósito de ponernos al habla con él y conocer sus designios, en vista de que no respondía a nuestras señales para que vi­rase y empeñase la acción. Cuando enfrenta­mos al corsario, comenzó a dispararnos con sus cañones de proa y lo continuó por más de una hora, hasta enterar ochenta y siete dis­paros, sin matar ni herir un solo hombre, con muy pocos daños en las velas o el aparejo. En­derezamos hacia La Perla a toda fuerza de velas, pero continuó alejándose de nosotros, y tan luego como la alcanzamos comenzó a dis­pararnos sus cañones de caza de popa, cuyos tiros caían tan lejos de nuestro buque, que todavía abrigábamos la esperanza de que ha­cía esa maniobra para atraer al enemigo; has­ta que, habiendo llegado a tiro de fusil, nos pudimos cerciorar de que iban dirigidos con­tra nosotros. Luego nos hallamos al habla, y al inquirir la causa de semejante actitud, re­cibimos por respuesta tres descargas de mosquetería, acompañadas de grandes hurras a Fernando VII, rey de España, y al Virrey de Lima, que fueron en el acto contestadas por los españoles y portugueses de nuestra tripulación con las mismas voces. Estupefacto de horror ante tan villana conducta de parte de La Perla, y encontrándonos en un pequeño bergantín con dos grandes buques a sus costa­dos y con nuestra propia tripulación amoti­nada, determinamos hacer fuerza de velas y procurar ganar otra vez el puerto de Valparaíso. Notamos entonces que las drizas de la vela mayor estaban cortadas, y que la tripula­ción se negaba a volver a Valparaíso, gritando a una "¡A Lima, a Lima!" El amotinamiento se había hecho general. Los soldados apunta­ban sus fusiles cargados a mi pecho, gritándo­me que me rindiera si quería escapar con vi­da. Al pedir ayuda a mis paisanos, no tuve respuestas, como que ya habían sido supedi­tados por el número y encerrados en el casti­llo de proa. Noté entonces que los dos cañones de proa estaban apuntados a popa y pues no me quedaba esperanza alguna, me rendí a los amotinados, que me condujeron a la cáma­ra, en la que hallé preso a nuestro contador don Pedro Garmendia”.

Tras este inesperado fracaso, y hasta la caída de la revolución en la batalla de Rancagua (1º y 2 de octubre de 1814), las fuerzas chilenas sólo realizaron acciones de abordaje sobre naves realistas, entre las que se destacaron la efectuada sobre el buque-prisión San José, en el que se hallaban recluidos 157 prisioneros capturados en la batalla de Yerbas Buenas, y la captura de la fragata Santo Domingo de Guzmán, también conocida con el nombre de Thomas, en junio de 1813. En esta última operación participó Ramón Freire, quien más tarde tomaría parte activa en las operaciones corsarias lideradas por Guillermo Brown y en el cruce de la cordillera por el Ejército de los Andes.

Como se comprenderá fácilmente, estas acciones no llegaron siquiera a inquietar al poderío realista, el que controlando el mar podía seguir asfixiando al comercio y también decidir la remisión de tropas al país. En otras palabras, quien se imponía decidiría dónde y cuándo se iniciarían las hostilidades. No hubo combates ni grandes batallas navales en esta época, salvo el protagonizado por la fragata norteamericana Essex y las inglesas Phoebe y Cherub, en 1814.

Respecto de este enfrentamiento, Vicente Pérez Rosales anotó lo siguiente:

“Recuerdo que en la tarde del día 28 (de marzo), cuando estaban en lo mejor vaciando algunas botellas en casa de los Rosales algunos oficiales de la ‘Essex’ que habían bajado en busca de provisiones frescas, el repentino estruendo de un cañonazo de ésta les hizo a todos lanzarse a sus gorras, y sin más despedida que el fantástico “adiós para siempre” del alegre y confiado calavera, saltar, echando que calculaban que iba a pasar, y vimos que la ‘Essex’, aprovechando de un viento fresco y confiada en su superior andar, se disponía a forzar el bloqueo, ya que no le era posible admitir el desigual combate que se le ofrecía, cuando las naves inglesas, temerosas de que les escapase la codiciada presa, la atacaron en el mismo puerto. Faltóle el viento a la ‘Essex’ en su segunda bordada, quedando en tan indefensa posición, que llegamos a creerla encallada, y allí, a pesar de los disparos de nuestras fortalezas, para que los ingleses no siguieran su obra de agresión dentro de nuestras mis mas aguas, fue la ‘Essex’ despedazada y rendida”.

Johnston, que ya había recuperado su libertad y retornado a Valparaíso, había obtenido del capitán de la Essex, David Porter, un nombramiento de teniente de la infantería de marina, único medio de embarcarse en ella para poder retornar a los Estados Unidos. Lamentablemente, en su relato, que adoptó la forma de cartas, no es detallista y remite a su imaginario corresponsal al parte oficial de la acción contra los ingleses, pero endereza duras críticas a las autoridades nacionales por haber dejado actuar impunemente a Hillyard, el comodoro que comandaba la Phoebe. Dice Johnston:

“Usted ha de ver el parte oficial de esta bri­llante acción y es así innecesario que intente describirla. Debo solamente hacer notar que esta carnicería de héroes americanos, llevada a cabo bajo el alcance de los cañones de una batería que debió sostener su neutralidad cas­tigando a los que violaban, se verificó a causa de la imbecilidad de Lastra, y por obra del que servía el gobierno de Valparaíso en esos días, cierto capitán Formas, que había caído en des­gracia de Carrera por cobarde. Si un atentado de esta naturaleza se hubiese intentado cuan­do los Carrera estaban en el mando, no trepi­do en afirmar que la neutralidad del puerto habría sido mantenida inviolablemente”.

En definitiva, durante la Patria Vieja quedó demostrada la necesidad de contar con una fuerza naval para evitar la acción realista en Chile y para poder llevar a cabo cualquier operación sobre el Perú. Por ello fue que una vez recuperado el control del territorio, a partir de 1817, las autoridades independentistas se dieron a la demorosa tarea de organizarla, mientras se extendían algunas patentes de corso.

La creación de la marina militar no resultaba fácil, puesto que se carecía de los elementos materiales y humanos: no se contaba con tripulaciones preparadas y la capacidad de los astilleros no permitía la construcción de embarcaciones militares. Para más, la situación económica, por efectos de la misma guerra de independencia, era bastante compleja. Pese a las dificultades, y gracias a numerosas gestiones, finalmente se logró el objetivo. En 1817 se capturó al bergantín español Águila (posteriormente llamado Pueyrredón). Ese mismo año fueron adquiridas la corbeta Chacabuco y el bergantín Araucano; en 1818 llegó a Valparaíso la fragata Windham (de 34 cañones), adquirida en Londres gracias a gestiones realizadas por Álvarez Condarco, y que fue rebautizada con el nombre de Lautaro; más tarde arribó la Cumberland, un navío de 64 cañones cuya nueva denominación fue San Martín, se capturó la fragata española María Isabel, y su nombre fue cambiado por O’Higgins. En Estados Unidos se construyó la corbeta Independencia, y por otras vías de adquisición, vinculadas al gobierno de Buenos Aires, llegaron los bergantines Galvarino e Intrépido.

Paralelamente se trabajaba en la composición de la marinería, asunto que también resultaba dificultoso: por lo común las tripulaciones se mostraban reacias al enrolamiento, dado que la actividad corsaria rendía mayores beneficios. Por ello no es de extrañar que muchos tripulantes y la gran mayoría de los oficiales fuesen extranjeros, principalmente ingleses.

El primer comandante de la marina chilena fue Manuel Blanco Encalada, nacido en Buenos Aires el 21 de abril de 1790. Sus estudios navales los realizó en la Academia de Marina de la isla del León en Cádiz, España. Pasó a Chile desde Montevideo en 1812 con la fragata Paloma. Al año siguiente ingresó al Ejército como capitán de artillería. Fue apresado después de la batalla de Rancagua y sometido a proceso en el que se le condenó a muerte, pena que fue conmutada por la de destierro en la isla de Juan Fernández. De ahí fue rescatado en 1817 junto a otros confinados. En junio de 1818 fue nombrado Comandante General de Marina y jefe de la escuadra, cargo que entregó posteriormente a Lord Cochrane, y que recuperó en 1823 cuando éste abandonó el país. Años después, Blanco participó en la campaña de Chiloé (1826) y en la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana. Fue Senador entre 1849 y 1858 y Ministro plenipotenciario ante el gobierno francés. Su avanzada edad no fue obstáculo para que con motivo de la guerra naval contra España (1865) ofreciera sus servicios (a esa fecha contaba con más de 70 años). Entre 1868 y 1869 comandó la fuerza naval chilena que repatrió los restos del Libertador O’Higgins desde el Perú. Murió en Santiago en 1876.

2. Lord Thomas Alexander Cochrane[editar]

Hijo de Archibald Cochrane, noveno conde de Dundonald, y de Ana Gilchrist, Thomas Alexander nació en diciembre de 1775. A los 17 años, esto es en 1793, se incorporó como guardiamarina a la tripulación del navío Hind, para luego pasar a la Thetis. También sirvió como tercer teniente en la marina norteamericana, a la que prestó servicios hasta 1798.

En 1800 obtuvo su primera comisión como comandante de una embarcación de la marina real británica, la corbeta Speedy, y se le encargó la persecución de corsarios y naves enemigas en el Mediterráneo. En cumplimiento de su cometido logró capturar 50 naves, 122 cañones y tomar 524 prisioneros. En mayo de 1801 se apoderó de la fragata española Gamo, que desplazaba 600 toneladas, portaba 44 cañones y era tripulada por 319 hombres. Para valorar esta experiencia basta con señalar que la Speedy contaba con una tripulación de sólo 54 hombres, que desplazaba apenas 158 toneladas y que su armamento lo constituían 14 cañones de 4 libras. Agreguemos a ello que las pérdidas ingleses sólo alcanzaron a tres hombres. Esta victoria le valió ser ascendido a capitán.

En 1803 la Speedy y su comandante fueron capturados, pero Cochrane fue canjeado por un prisionero español. Posteriormente comandó el Arab, un mercante acondicionado como nave de guerra. De allí pasó a la fragata Pallas, de 32 cañones, en la que destacó en varias acciones militares. En 1806 pasó a comandar la fragata Imperieuse, que hostilizó a naves francesas y españolas.

Al producirse la invasión francesa a España (1808), Cochrane centró su actividad en la costa de Cataluña, e incluso realizó incursiones en tierra firme. Al año siguiente, por problemas de salud, viajó a Inglaterra donde se le encargó la ejecución del ataque contra la flota francesa reunida en el fondeadero de la isla de Aix, acción que le valió ser honrado con la Orden del Baño. Paradójicamente, esta acción le costó su alejamiento del servicio activo, dadas las discrepancias políticas surgidas por la iniciativa del Almirantazgo de solicitar un voto de agradecimiento a la Cámara de los Comunes para Lord Gambier, de dudosa actuación como comandante de la escuadra en aquella oportunidad.

Fue por ello que Cochrane se abocó preferentemente a la carrera política que ya había iniciado. En 1805 perdió la elección de diputados por el distrito de Honiton, Devonshire, pero al año siguiente obtuvo el triunfo. En 1807 representó a Westminster. Alamiro de Ávila ha reseñado con los siguientes términos su labor parlamentaria:

“Su voz fue tonante para denunciar en la cámara los abusos de la administración naval y las inmoralidades que se cometían en los ascensos, el mal estado de los hospitales y prisiones, los latrocinios de las cortes de presa, el régimen de los con tratos de los arsenales, etc. Con su actitud, Cochrane irritó más y más al Almirantazgo, que era un duro enemigo, directamente manejado por el partido en el poder. En la cámara era representado, como el más decidido oponente y contradictor de Cochrane, por John Wilson Croker, que era precisamente primer secretario del Almirantazgo”.

Sin duda, dice el mismo autor, por esta actitud fue que se vio involucrado en un proceso por fraude a la Bolsa de Valores de Londres, siendo condenado a un año de prisión, a pagar una multa de 1.000 libras y la pena accesoria de exposición por una hora en la picota. Esta última no se cumplió dada la amenaza de otro diputado de acompañarlo, lo que podría haber provocado un motín popular. Agrega Ávila que es probable que Croker haya tomado parte activa en las presiones que se ejercieron sobre el juez que tuvo a su cargo el proceso. Como consecuencia, además del cumplimiento de las penas indicadas, fue eliminado de la lista naval, expulsado de la Orden del Baño y de la Cámara de los Comunes. Sin embargo, sus electores lo proclamaron inocente y lo reeligieron como su representante.

Entre 1816 y 1818 se destacó en la cámara por insistir constantemente en su inocencia y por adoptar algunas banderas de lucha, tales como la política tributaria que afectaba a la industria y a la agricultura, el excesivo gasto fiscal y la reforma del sistema electoral.

En lo que va dicho, parece indiscutible convenir que su carácter, fuerte, voluntarioso y audaz, lo predisponía al éxito militar, a la par que a verse enfrascado en polémicas de gran revuelo, tal como sucedería posteriormente en su relación con el general San Martín.

3. Las Campañas de Cochrane en el Pacífico.[editar]

En 1817, el tucumano José Antonio Álvarez Condarco, fue enviado como comisionado por el gobierno chileno a Londres. Su misión era adquirir embarcaciones e implementos náuticos y procurar contratar a algunos oficiales navales. Por ello fue que se entrevistó con Cochrane, quien anotó en sus Memorias lo siguiente: “En el año de 1817, don José Álvarez, agente acreditado del gobierno de Chile, no reconocido aún por las potencias europeas, me propuso encargarme de organizar en aquel país una fuerza naval capaz de hacer frente a los españoles, quienes a pesar de la feliz sublevación de los chilenos por parte de tierra, eran aún señores de las aguas del Pacífico”.

El contrato correspondiente le garantizaba a Cochrane la jefatura de la escuadra, con el sueldo y las regalías correspondientes al grado de almirante inglés, la integración de una fragata a vapor a la fuerza naval que comandaría y otros puntos referidos a su traslado y alojamiento. Finalmente, arribó a Valparaíso en noviembre de 1818, siendo recibido al desembarcar por el mismo O’Higgins.

Hasta ese momento, las acciones navales acometidas consideraban la frustrada tentativa emprendida en marzo de 1818 por la Lautaro en contra la fragata española Esmeralda y la captura del mercante San Miguel. Mayor significación tuvo la captura de la fragata María Isabel en octubre y el posterior apresamiento de cinco transportes de tropas.

En enero de 1819 una división de la escuadra comandada por Cochrane, y compuesta por sólo cuatro embarcaciones, zarpó rumbo al Callao dispuesta a batirse con las naves españolas. Aquel puerto contaba con una respetable fuerza naval integrada por dos fragatas, una corbeta, tres bergantines, una goleta, 28 lanchas cañoneras y seis mercantes armados, esto sin considerar las defensas de la fortaleza del puerto.

La niebla, característica de Lima y de su puerto, le impidió realizar el ataque proyectado, por lo que decidió imponer un bloqueo y retirarse, no sin antes hacer una demostración de fuerza, “porque el retirarnos sin disparar un solo tiro —anotó Cochrane en sus Memorias— podía producir en el ánimo de los españoles un efecto contrario al que se esperaba, teniendo suficiente experiencia en cosas de guerra para saber que el efecto moral, aunque sea el resultado de un cierto grado de temeridad, no deja a veces de suplir el lugar de una fuerza superior”.

Blanco Encalada quedó al mando de las naves que mantendrían el bloque al puerto peruano, mientras Cochrane zarpó rumbo al norte. El 29 de marzo desembarcó en Huacho y dos días después se apoderó de Huara, procediendo al reabastecimiento de sus naves.

A inicios del mes siguiente se apoderó de Supe, y posteriormente se dirigió hacia Huarmey y Paita, puerto este último que ocupó tras combate. Retornó hacia el sur, arribando finalmente a Valparaíso.

En septiembre siguiente, Cochrane inició su segunda campaña. Esta vez capturó al navío Victoria e intentó un ataque con cohetes “a la Congreve” sobre Callao, el que no dio los resultados esperados por fallas técnicas en la fabricación de los artefactos. Luego partió en busca de la fragata Perla. En Pisco tuvo noticias de que esta nave había zarpado hacia el norte, por lo que emprendió su persecución llegando hasta el río Guayas sin lograr su objetivo puesto que la embarcación enemiga se había internado por aquel curso fluvial. Aún así, en cierto grado la empresa resultó beneficiosa pues capturó dos fragatas más.

Desde Guayaquil tomó rumbo hacia el sur con la intención de apoderarse de Valdivia. Este ataque imponía un alto grado de planificación debido a la existencia de un complejo sistema defensivo que controlaba la entrada a la plaza por el río del mismo nombre.

La ciudad era custodiada por los castillos de Corral, Niebla y Mancera y varias baterías más. Estas fortificaciones eran consideradas inexpugnables, lo que era bastante cierto si se pensaba en un ataque por mar, pero no tanto si se planificaba una operación anfibia. Así, los defensores de estas fortificaciones no fueron capaces de resistir la embestida de las fuerzas de infantería de marina que iban a bordo de las embarcaciones, y la ciudad finalmente fue ocupada el 4 de febrero de 1820. Con ello se privó a las fuerzas realistas de una segura base de operaciones que controlaban desde 1812. A los pocos días, Cochrane intentó un asalto al fuerte de San Carlos en la isla de Chiloé, pero no tuvo igual fortuna.

El 20 de agosto de 1820, la Expedición Libertadora del Perú zarpó desde Valparaíso, lo que posibilitó el posterior accionar militar del general San Martín, que culminó con la proclamación de la independencia del país el 28 de julio de 1821.

4. Cochrane y San Martín.[editar]

Resulta lato e inútil entrar en el detalle las dificultades que surgieron en el Perú y que enturbiaron las relaciones entre el almirante Cochrane y el Libertador San Martín. Por ello es que solamente esbozaremos un intento de explicación que dé cuenta de los puntos de conflicto entre ambos. En las relaciones entre ambos es posible distinguir dos etapas. La primera de ellas, marcada por lo que parece ser una amistosa convivencia, se extiende desde la llegada del marino inglés a Valparaíso hasta la ocupación de Lima, hecho que se convierte en el hito inicial de la segunda, caracterizada fundamentalmente por el desacuerdo. Si buscamos las razones de fondo de este cambio, resulta evidente que se encuentran en el carácter y personalidad de cada uno, puesto que ambos eran poseedores de fuertes temperamentos. Esta característica sin duda contribuyó a que los desacuerdos adquirieran un grado de mayor relevancia.

Según se desprende del relato que Cochrane hace en sus Memorias, un primer factor de conflicto lo hallamos en la divergente consideración del grado de participación que les cupo al Ejército Libertador del Perú y a la escuadra en el logro de la independencia de aquel país. De hecho, Cochrane señala claramente que el primero desempeño un papel bastante reducido en comparación con la acción desarrollada por las fuerzas navales, lo que no habría sido suficientemente reconocido por San Martín una vez que encabezó el nuevo gobierno del Perú.

En forma reiterada, el almirante insiste en que San Martín procuró no involucrar a las fuerzas militares en operaciones directas contra el ejército realista. Debido a esta inercia, las unidades navales emprendieron acciones sobre Arequipa, las que en definitiva, y en su opinión, habrían obligado al virrey La Serna a solicitar el armisticio que posteriormente permitió la ocupación pacífica de Lima. A esto se refiere la frase de Cochrane respecto de San Martín, a quien atribuyó una “habilidad indisputable de volver en provecho suyo las proezas de los otros”. A idéntica evaluación responden sus objeciones, manifestadas al Libertador con motivo de la acuñación de una medalla conmemorativa en la que figuraba la siguiente leyenda: “Lima obtuvo su independencia el 28 de julio de 1821, bajo la protección del general San Martín y el Ejército Libertador”. Cochrane objetaba la exclusión que se hacía de la escuadra y del Estado de Chile.

Un segundo punto de quiebre lo supuso el aprovisionamiento y reparación de las embarcaciones y el retraso en el pago de los sueldos de la oficialidad y de la marinería. En efecto, la formación de la escuadra había implicado ingentes gastos al erario chileno, y se había prometido cancelar los emolumentos y los premios correspondientes a la captura de embarcaciones enemigas contra la caja de Lima, una vez que esta ciudad fuese controlada por las fuerzas independentistas.

Cochrane reitera en su relato que, por orden de San Martín, estos pagos no se efectuaban, lo que lo obligó, ante los síntomas y manifestaciones de insubordinación que se empezaban a presentar en las naves, a apropiarse de ciertas cantidades de dinero que se encontraban embarcadas en el yate Sacramento y en un mercante, anclados en Ancón.

Además de estas situaciones militares, es posible encontrar un elemento político en las desavenencias que venimos tratando, el que básicamente se manifestó en dos situaciones bastante concretas. En primer lugar, el almirante se mostró bastante crítico respecto del hecho de que el general San Martín asumiera el poder político como protector del Perú. Señala Cochrane:

“Los habitantes de Lima estaban en un estado de gran contento al ver terminado el dominio de los españoles, que había durado siglos; y al ver que su independencia de acción estaba plenamente reconocida, según lo había estipulado Chile. En testimonio de reconocimiento, una diputación del Cabildo se presentó al día siguiente al general San Martín, ofreciéndole en nombre de los habitantes de la capital, la presidencia de su ahora independiente Estado. Con gran sorpresa de los enviados, se les dijo en pocas palabras que su ofrecimiento era enteramente superfluo, puesto que ya había asumido el mando, el que conservaría todo el tiempo que le pareciera, y que entretanto no permitiría se formasen reuniones para discutir los asuntos públicos. Así es que el primer acto de esa libertad e independencia tan ostentosamente proclamadas la víspera era establecer un gobierno despótico, en donde el pueblo no tenía voto ni parte”.

A este respecto, vale recordar que tanto la Expedición Libertadora, como la escuadra, fueron financiadas por Chile y que el general San Martín iba como comandante de aquella por designación del gobierno chileno, pero sin instrucciones que dirigieran su accionar político una vez llegado al Perú. Esto, a pesar de que en su ocasión el Senado trató de formularlas, pero por intervención de O’Higgins tal iniciativa no prosperó, probablemente por considerar que el haberlas redactado habría sido una suerte de ofensa hacia San Martín. Sin embargo, existen testimonios que permiten afirmar que el interés básico era que el destino político del Perú fuese resorte exclusivo de los peruanos. En una proclama de O’Higgins que había sido enviada a los peruanos junto con la expedición, se advierte claramente que ellos serían los árbitros de su destino político. Dicho texto dice:

“El Supremo Director del Estado de Chile a los Naturales del Perú.

Hermanos y compatriotas:

Ha llegado el día de la libertad de América, y desde el Mississippi hasta el Cabo de Hornos, en una zona que casi ocupa la mitad de la tierra, se proclama la independencia del Nuevo Mundo. México lucha; Caracas triunfa; Santa Fe organiza y recibe considerables ejércitos; Chile y Buenos Aires tocan el término de su carrera, gozan los frutos de su libertad, y considerados por las naciones del universo, se presentan éstas a porfía conduciéndoles el producto de su industria, sus luces, sus armas y aún sus brazos, dando nuevo valor a nuestros frutos y desarrollando nuestros talentos. Ya los empleos, el honor y las riquezas se distribuyen entre nosotros, y no son el patrimonio de nuestros opresores.

Entre tanto, y cuando la dulce libertad marcha, o tranquila o victoriosa por las regiones del Sur, se ve precisada a suspender sus benéficos y majestuosos pasos, desde las campañas de Quito a Potosí, y a trocar su doble influjo por la aflicción y el dolor que el ocasionan los destrozos de los españoles en Cochabamba, Puno, La Paz, Cuzco, Huamanga, Quito y demás provincias de nuestro delicioso suelo. Allí divisa las tumbas y los ilustres manes de Pumacahua, Angulo, Camargo, Cabezas y otros tantos héroes que hoy son los genios protectores, que ante el trono del Altísimo reclaman vuestra felicidad e independencia; allí presentan vuestros votos y los nuestros contra la impía política con que el español, después de degollaros, arranca vuestros hijos para pelear con sus hermanos, que luchan por la libertad de estos países, obligándonos a destruirnos mutuamente para remachar nuestras cadenas.

Pero llegó la época destinada por el Dios de la justicia y las misericordias a la felicidad del Perú, y vuestros hermanos de Chile han apurado sus últimos sacrificios para protegeros con una escuadra respetable, que asegurando estas costas, os presente recursos en todos los puntos donde escuche vuestras necesidades y el sagrado clamor de la libertad. Inmediatamente ocupará también vuestro suelo un respetable ejército de los valientes de Maipú y Chacabuco, destinado a consolidar el goce de vuestros derechos.

Peruanos, he aquí los pactos y condiciones con que Chile, delante del Ser Supremo, y poniendo a todas las naciones por testigos y vengadores de su violación, arrostra la muerte y las fatigas para salvaros. Seréis libres e independientes, constituiréis vuestro gobierno y vuestras leyes por la única y espontánea voluntad de vuestros representantes; ninguna influencia militar o civil, directa o indirecta tendrán estos hermanos en vuestras disposiciones sociales; despediréis la fuerza armada que pasa a protegeros en el momento que dispongáis, sin que vuestro peligro o vuestra seguridad sirva de pretexto para su permanencia si no lo halláis por conveniente; jamás alguna división militar ocupará un pueblo libre, si no es llamada por sus legítimos magistrados; ni por nosotros, ni con nuestro auxilio se castigarán las opiniones o partidos peninsulares que hayan precedido a vuestra libertad; y prontos a destrozar la fuerza armada que resista vuestros derechos; os rogaremos que olvidéis todo agravio anterior al día de vuestra gloria, y reservéis la más severa justicia para la obstinación y los futuros insultos.

Hijos de Manco Capac, Yupanqui y Pachacutec, estas sombras respetables serán los garantes de las condiciones que por mi voz os propone el pueblo de Chile, así como de la alianza y fraternidad que os pedimos para consolidar nuestra mutua independencia y defender nuestros derechos el día del peligro.

Bernardo O’Higgins”.

Resulta evidente que a esa altura algo había cambiado en el ánimo de San Martín, ya sea como una consecuencia de la experiencia de anarquía política que se vivía en su país en la misma época o, como dicen otros, por influencia de su ministro Bernardo de Monteagudo, quien impulsaba el establecimiento de una monarquía en el Perú.

Sobre el punto en cuestión, y especialmente en lo relativo a la apreciación de Cochrane, consideramos necesario señalar, en todo caso, que ellas provienen de un súbdito inglés que había sido protagonista de parte de una larga y apreciada tradición parlamentaria, y que forman parte de una apreciación que evidentemente hacía referencia a situaciones ideales de convivencia ciudadana, diametralmente distinta de la que en esos momentos se vivían en los países de América Latina, en los que si bien se había avanzado en la consolidación de las formas republicanas, con todo lo que ellas implicaban, la suerte militar y política de sus revoluciones aún no estaba del todo definida.

Un último punto de conflicto, asociado con todos los anteriores, y que Cochrane cuestiona duramente, es el intento de San Martín por formar una fuerza naval peruana. Este punto, según su criterio, explicaría el retraso en cancelar las sumas adeudadas a oficiales y marineros, puesto que simultáneamente se les ofrecía formar parte de la proyectada marina peruana. No está de más recordar que el primer comandante de la marina independiente del Perú fue Martín Jorge Guise, quien antes de ejercer ese cargo había comandado a la Lautaro.

Prescindiendo de las opiniones personales que sendos protagonistas pudiesen haber expresado, de las motivaciones y propósitos que cada uno haya atribuido al otro y de la justificación de las opiniones propias, es necesario recalcar que todas pueden ser consideradas como pareceres que, tanto en lo político como en lo militar, eran manifestaciones lícitas de dos puntos de vista, expuestos en circunstancias en que el continente sudamericano pasaba por los momentos de los grandes y vertiginosos cambios que la revolución de independencia estaba generando, situación en la que los liderazgos y las diferentes formas de concebir las coyunturas, lógicamente, se ponían en fricción debido a la monumentalidad del proceso de que estaban siendo gestores.

5. Breve Orientación Bibliográfica.[editar]

Las Memorias de Thomas Alexander Cochrane fueron publicadas originalmente con el título de Narrative of services in the liberation of Chili. Perú, and Brazil, from spanish and portuguese domination, by Thomas, Earl of Dundonaid, G.C.B. Admiral of the Red; Rear-Admiral of the Fleet etc., etc., Londres, 1859.

La parte relativa a Chile y Perú fue editada por primera vez en español en 1860 como Servicios Na­vales que en libertar a Chile y el Perú de la dominación es­pañola rindió el conde de Dundonald, texto que fue impreso en Valparaíso por Santos Tornero en la imprenta del Mercurio de aquel puerto. Posteriormente fue reproducida en el tomo XIII de la Colección de Historiadores y de Documentos Relativos a la Independencia de Chile, Guillermo E. Miranda, editor, Santiago, 1905. Existe otra edición, hecha por la Editorial del Pacífico, Santiago, 1954.

Otros interesantes estudios y documentos relativos a Cochrane son los que señalamos a continuación:

Academia Chilena de la Historia, Archivo de don Bernardo O'Higgins. Tomo XXXV. Correspondencia del Comandante en Jefe de la Escuadra Chilena Thomas Alexander Cochrane. "Dundonald Papers". Archivo Edimburgo. Primera Parte. (1818-1820). Santiago, 2001. 330 pp.

Armada de Chile, Archivo Histórico Naval. Volumen I, Vicealmirante Lord Thomas Alexander Cochrane. Tomo I, Mando y organización naval, Valparaíso, 1993, 356 pp. Ilustraciones. Tomo II, Génesis, desarrollo y consecuencias del primer crucero. Valparaíso, 1994. 380 pp. Ilustraciones. Tomo III, Génesis, desarrollo y consecuencias del segundo crucero. Valparaíso, 1995. 316 pp. Tomo IV, Organización, zarpe y operaciones navales durante la Expedición Libertadora del Perú. Valparaíso, 1996. 344 pp. ilustraciones.

Ávila Martel, Alamiro de, Cochrane y la Independencia del Pacífico por… Editorial Universitaria, Santiago, 1976. 306 pp.

Barros Arana, Diego, “Las grandes estafas en la Bolsa de Londres. El caso de Lord Cochrane”. En Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 70. Sociedad Chilena de Historia y Geografía, Santiago, 1930. pp. 123-132.

Bunster, Enrique, Lord Cochrane. (Un estudio con variaciones). Zig-Zag, Santiago, 1942. 208 pp.

Cochrane, Lord, Reseña biográfica de este célebre Contralmirante de nuestra marina de guerra durante la guerra de la Independencia. Traducción del francés del “Diccionario de Contemporáneos”. Anales de la Universidad de Chile, T. XVII, 1860, pp. 263-266.

Cox Balmaceda, Ricardo, La Gesta de Cochrane. Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires-Santiago, 1976.378 pp.

Lopez Urrutia, Carlos, Historia de la Marina de Chile. Editorial Andrés Bello, Santiago, 1969. 446 pp. Uribe Orrego, Luis, Nuestra Marina Militar. Su Organización y Campañas Durante la Guerra de la Independencia. Talleres Tipográficos de la Armada, Valparaíso, 1905. 526 pp.

Worcester, Donald E., El Poder Naval y la Independencia de Chile. Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires-Santiago, 1971. 232 pp.

Zenteno, José Ignacio, Documentos justificativos sobre la Expedición Libertadora del Perú. Refutación de las Memorias de Lord Cochrane en lo concerniente a las relaciones del Vicealmirante con el gobierno de Chile, por…. Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1861, 121 pp. Para esta edición electrónica hemos tenido a la vista tanto la edición de la Colección de Historiadores y de Documentos Relativos a la Independencia de Chile, como la que hiciera posteriormente la Editorial del Pacífico.