Montalván
Las haciendas de Montalván y Cuiva, en el valle de Cañete, y la de Ocucaje en la provincia de Ica, formaban parte de la cuantiosa fortuna del señor don Juan Fulgencio Apesteguía, segundo marqués de Torrehermosa.
El título de Castilla de marqués de Torrehermosa fué concedido á don Juan Fermín Apesteguía y Ubago, acaudalado vecino do Lima, el 14 de Abril de 1753, libre perpetuamente del pago de lanzas y medias-anatas, por el virrey conde de Superunda, en virtud de las facultades acordadas á éste por reales cédulas de 30 de Abril y 14 de Septiembre de 1747 y 19 de Julio de 1748. Fernando VI confirmó la concesión.
Por muerte de don Juan Fermín, recayó el título en su primogénito don Juan Fulgencio que era, en lo físico, un feo con efe de fonda de chinos, y en lo moral un cándido de los de sombrero con cuña.
— ¿Qué se vende en esta tienda? — Cabezas de borrico, contestó amostazado el mercader. — Si la de usted es la de muestra, no compro, y sigo mi camino.
El cuentecito podría aplicársele al de Torrehermosa. Pero como todo burro sabe irse al buen pasto, nuestro don Fulgencio escogió para esposa A la más linda muchacha de la aristocracia limeña.
Juanita Erze dio al bobalicón de su marido dos retoños que, por la pinta, denunciaban de á legua que en lo de la paternidad no hubo trampa. Las dos chicas salieron más feas y más tontas, si cabía, que el señor marqués.
11
Llegó a Lima, por los años de 1779, el señor doctor don Manuel Antonio de Arredondo y Pelegrín, natural del reino de Asturias, con el carácter de Oidor de esta Real Audiencia de Lima; de la cual llegó a ser Regente desde 1786 hasta 1816, año en que se jubiló. En este lapso de tiempo fue hecho por Su Majestad caballero de la Orden de Carlos III, camarista del Consejo de Indias y marquiés de San Juan Nepomuceno, amén de que a la muerte del virrey inglés, acaecida en Marzo de 1801, Arredondo, como presidente de la Real Audiencia,
gobernó el Perú hasta Noviembre del mismo año, en que llegó el nuevo virrey Avilés. Dicen que, en esos ocho meses dé mando interino, lo hizo muy regularcito.
Era el de Arredondo un buen mozo a carta cabal, y hombre de clarísima inteligencia; pero gozaba la triste reputación de no ser escrupuloso de conciencia, tratándose de adquirir dinero. No se paraba en barras y atropellaba por todo.
Casó, en primeras nupcias, con doña Juana Micheo Jiménez y Lobatón, de la familia de los marqueses de Rocafuerte, la cual doña Juana, era viuda del Oidor Rezabal y Ugarte, que funcionó en la Audiencia de Lima y más tarde fue Regente de la de Chile. La plazuela de la Micheo, vecina á la de San Juan de Dios, debió su nombre a la circunstancia de estar situada en ella la casa de esta noble dama, que fue notable por su belleza y virtudes. Quizá por lo último, el de Arredondo encontraba algo sosa la breva matrimonial, y se echó a merodear en el cercado ajeno. La mujer del marqués de Torrehermosa fue para él la fruta de tentación ; y como don Fulgencio vino al mundo predestinado para serlo, y mansísimo, la cosa marchó a pedir de boca. El de Arredondo pasaba sin tropiezo de los brazos de una Juana a los de otra Juana. Todo quedaba entre tocayas.
Afectóse la señora Micheo al tener, por una oficiosa amiga, noticia de la jugarreta del cónyuge, y a tal extremo se la melancolizó el ánimo, que en breve fue al hoyo, dejando libre y viudo al flamante marqués de San Juan Nepomuceno.
Ocurriósele a éste entonces, pensar que la aritmética divina no anduvo muy atinada en la regla de división; pues a un tetelememe como el de Torrehermosa le había asignado, aparte de muchas casas en la ciudad, las valiosísimas haciendas de Montalván, Cuiva y Ocucaje, con mil quinientas piezas de ébano (esclavos) para el cultivo de las tres. Nada más hacedero que enmendarle a Dios la cuenta.
Empezaba ya el runrún de la emancipación americana, y los nombres de Washington, y de Iturbide, y de Miranda, y de San Martín, y de Bolívar y de otros proceres bullían en todas las bocas, ensalzados por unas y deprimidos por otras. El marqués don Fulgencio (que hasta en eso fue cándido) dio en la flor de echarla de patriota, si bien su patriotismo no pasaba de boquiminí; y el de Arredondo, que era el consejero íntimo del virrey Abascal, encontró, en el patrioterismo del hombre a quien servía de Cirineo, el mejor pretexto para eliminar al compañero. El de Torre-hermosa fue reducido á prisión por insurgente y despachado a España bajo partida de registro; y tan bien despachado que murió en el viaje.
Viudo el Regente y viuda la marquesa se unieron in facie eclesiae ambas viudedades, y empezó el de Arredondo a manejar como propia la ingente fortuna de las dos niñas herederas de Apesteguía. Pero las muchachas, aunque feas como espantajos de maizal, y tontas como charada de periodista ultramontano, podían encontrar marido, por amor a sus monedas, y reclamar la paterna herencia, idea que bastaba para que el señor padrastro frunciera el entrecejo.
III
Mucho murmurábase en Lima de que el Regente pasara con su familia largas temporadas en Montalván, con daño de los asuntos a la Audiencia encomendados; pero, ¿quién podría hacer entrar en vereda a tan alto personaje?
En una de esas prolongadas residencias en la hacienda, sucedió ,que, estando las dos chicas en el corredor de la casa, se las presentó una mujer del vecino pueblo de Cañete, vendiendo mates de fréjoles colados. Las muchachas, que eran golosas por ese dulce, compraron un matecito y una hora después eran presa de convulsiones y dolores atroces en el estómago, siendo inútil para salvarles la vida, la ciencia toda, que no sería gran cosa, del matasanos ó médico de Montalván.
Sobrentendido está que el Regente ordenó á cualquier gobernadorcillo ó alcalde de monterilla que levantase sumario, que se llenó la fórmula, que no fue habida la dulcera y que, por falta de datos, se abandonó la causa. La voz pública, si bien creía a la marquesa libre de culpa en el doble envenenamiento, no era tan benévola para con su señoría el de San Juan Nepomuceno.
Así quedó doña Juana Erze de Arredondo como heredera universal de la sucesión de Apesteguía. Pero ella, que vio quizá sin sentimiento la muerte de su primer marido, no fué de estuco ante la violenta desaparición de las hijas de sus entrañas, y a poco tiempo dejó de existir, instituyendo por heredero a su marido, acto que, sin duda, no fue muy claro y legal, porque, andando el tiempo, vinieron de España deudos de doña Juana, y entablaron pleito á la señora doña Ignacia Novoa, viuda del brigadier don Manuel de Arredondo y Miaño, sobrino y heredero del Regente. Fue éste muy ruidoso litigio, del que prescindimos para no herir susceptibilidad de contemporáneos.
El Regente murió en 1821, tres ó cuatro meses después de entrada la patria. Sus bienes se secuestraron por el gobierno independiente, y más tarde las haciendas de Montalván y Cuiva fueron obsequiadas por el Congreso al general don Bernardo 0'Higgins, ex director Supremo de la República de Chile.
En la época de la Consolidación (1851 á 1853) se reconoció ese famoso crédito en favor de la señora Novoa, reconocimiento que motivó las históricamente famosas Cartas de Elías que fueron como la campanada de la revolución que derrocó al gobierno del presidente constitucional general Echenique.
Sépase, pues, que Montalván significa hasta una guerra civil.
IV
Que sobre Montalván ha pesado siempre algo de fatídico y misterioso, acabaremos de probarlo con la historia de sus últimos poseedores hasta 1870.
Dos o tres años después de establecidos en el fundo don Bernardo O'Higgins y su hermana doña Rosa, ésta dio a luz un niño, que recibió en las aguas bautismales el nombre de Demetrio. ¿Quién fué el padre del infante? i Misterio! Nosotros no hemos de repetir los decires de la maledicencia o de la calumnia.
Montalván, heredado por don Demetrio á la muerte de doña Rosa, progresó muchísimo y enriqueció al joven, quien se echó a viajar desplegando más boato que Montecristo. A su regreso de Europa, se encontró con que los administradores habían abusado de su confianza y descuidado la hacienda. Don Demetrio tuvo que volver á consagrarse á la faena agrícola. Pasaba tres ó cuatro meses en Montalván y uno ó dos en Lima, á donde lo atraían sus relaciones amorosas con una bella criatura.
Una tarde recibió O'Higgins, por un expreso, carta de la capital, en que le participaban que su amada Carmen había muerta al dar á luz una niña, vivo retrato de don Demetrio. Inmediatamente contrató pasaje en el vaporcito que debía zarpar al otro día de Cerro-Azul para el Callao.
Aquella noche murió don Demetrio O'Higgins envenenado con esencia de almendras amargas, en una copa de aguardientle.
¿Fué casualidad? ¿Fué suicidio? ¿Fué crimen cometido por persona interesada en que muriese el propietario de Montalván? ¡Misterio y siempre misterio!