Morella

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
MORELLA.


El mismo, por si mismo, con-
sigo mismo, homogéneo eterno.



El afecto que yo esperimentaba hácia mi amiga Morella, era un afecto muy profundo, pero muy estraño. Habiéndola conocido hace muchos años, por casualidad, mi alma desde nuestro primer encuentro ardió en fuego que jamás habia esperimentado. Pero este fuego no era de Eros, y fué para mí un amargo tormento la conviccion creciente de que no podria nunca conocer su carácter ó índole particular, ni regularizar su intensidad errática. Sin embargo, nos convinimos y unimos nuestro Página:Historias estraordinarias - E.A. Poe - traducidas para el Folletin de las Novedades (1860).djvu/108 Página:Historias estraordinarias - E.A. Poe - traducidas para el Folletin de las Novedades (1860).djvu/109 Página:Historias estraordinarias - E.A. Poe - traducidas para el Folletin de las Novedades (1860).djvu/110 lencio de la noche, murmuré á los oidos del santo varon las sílahas Morella? ¿Qué sér mas que diabólico puso en convulsion las facciones de mi hija y las cubrió con los tintes de la muerte, cuando estremeciéndose al oir este sonido apenas perceptible, volvió sus ojos límpidos del suelo al cielo, y cayendo de rodillas sobre el negro pavimento, de nuestro enterramiento de familia, respondió: aqui estoy?

Estas simples palabras cayeron distintas, frias, tranquilamenté distintas en mi oido, y de alli, como plomo derretido, rodaron silbando port mn cerebro. Los años podrán pasar; mas el recuerdo de aquel instante, jamás. ¡Ah! las flores y los pámpanos no eran cosas desconoidas para mí; mas el acónito y el ciprés me hacen sombra de dia y noche.

Perdí todo sentimiento del tiempo y del espacio, y las estrellas de mi destino desaparecieron del cielo, y desde eotonces la tierra se hizo tenebrosa, y todas las figuras de la tierra pasaron sobre mi como sombras chinescas, y entre ellas solo distinguia á una... ¡Morella! Los vientos del firmamento no suspiraron á mis oidos mas que un sonido y el oleaje del mar murmuraba incesantemente: ¡Morella! Pero ella murió, y con mis propias manos, la llevé á su tumba, y reí con amarga y prolongada risa cuando en el nicho donde deposité á la segunda, no descubrí vestigio ninguno de la primera Morella.