Novelas ejemplares (Calpe)/A Don Pedro Fernández de Castro
En dos errores casi de ordinario caen los que dedican sus obras a algún príncipe. El primero es que en la carta que llaman dedicatoria, que ha de ser breve y sucinta, muy de propósito y espacio (ya llevados de la verdad o de la lisonja), se dilatan en ella en traerle a la memoria no sólo las hazañas de sus padres y abuelos, sino las de todos sus parientes, amigos y bienhechores.
Es el segundo, decirles que las ponen debajo de su protección y amparo, porque las lenguas maldicientes y murmuradoras no se atrevan a morderlas y lacerarlas. Yo, pues, huyendo destos dos inconvenientes, paso en silencio aquí las grandezas y títulos de la antigua y real casa de vuestra excelencia, con sus infinitas virtudes, así naturales como adqueridas, dejándolas a que los nuevos Fidias y Lisipos busquen mármoles y bronces adonde grabarlas y esculpirlas, para que sean émulas a la duración de los tiempos. Tampoco suplico a vuestra excelencia reciba en su tutela este libro, porque sé que si él no es bueno, aunque le ponga debajo de las alas del hipógrifo de Astolfo, y a la sombra de la clava de Hércules, no dejarán los Zoilos, los Cínicos, los Aretinos y los Bernias de darse un filo en su vituperio, sin guardar respeto a nadie. Sólo suplico que advierta vuestra excelencia que le envío, como quien no dice nada, doce cuentos, que a no haberse labrado en la oficina de mi entendimiento, presumieran ponerse al lado de los más pintados. Tales cuales son, allá van, y yo quedo aquí contentísimo por parecerme que voy mostrando en algo el deseo que tengo de servir a vuestra excelencia, como a mi verdadero señor y bienhechor mío.
Guarde nuestro Señor, etc. De Madrid, a catorce de julio de mil y seiscientos y trece.
Criado de vuestra excelencia, Miguel de Cervantes Saavedra.