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CANTO VIGÉSIMO PRIMERO

152 «¡Amigos! Yo no puedo armarlo; tómelo otro. Este arco privará del ánimo y de la vida á muchos príncipes, porque es preferible la muerte á vivir sin realizar el propósito que nos reúne aquí continuamente y que nos hace aguardar día tras día. Ahora cada cual espera en su alma que se le cumplirá el deseo de casarse con Penélope, la esposa de Ulises; mas, tan pronto como vea y pruebe el arco, ya puede dedicarse á pretender á otra aquiva, de hermoso peplo, solicitándola con regalos de boda; y luego se casará aquélla con quien le haga más presentes y venga designado por el destino.»

163 Dichas estas palabras, apartó de sí el arco, arrimándolo á las tablas de la puerta, que estaban sólidamente unidas y bien pulimentadas, dejó la veloz saeta apoyada en el hermoso anillo, y volvióse al asiento que antes ocupaba. Y Antínoo le increpó, diciéndole de esta suerte:

168 «¡Liodes! ¡Qué palabras tan graves y molestas se te escaparon del cerco de los dientes! Me indigné al oirlas. Dices que este arco privará del ánimo y de la vida á los príncipes, tan sólo porque no puedes armarlo. No te parió tu madre veneranda para que entendieses en manejar el arco y las saetas; pero verás cómo lo tienden muy pronto otros ilustres pretendientes.»

175 Así le dijo; y al punto dió al cabrero Melantio la siguiente orden: «Ve, Melantio, enciende fuego en la sala, coloca junto al hogar un sillón con una pelleja, y trae una gran bola de sebo del que hay en el interior; para que los jóvenes, calentando el arco y untándolo con grasa, probemos de armarlo y terminemos este certamen.»

181 Tal fué lo que le mandó. Melantio se puso inmediatamente á encender el fuego infatigable, colocó junto al mismo un sillón con una pelleja y sacó una gran bola de sebo del que había en el interior. Untándolo con sebo y calentándolo en la lumbre, fueron probando el arco todos los jóvenes; mas no consiguieron tenderlo, porque les faltaba gran parte de la fuerza que para ello se requería. Y ya sólo quedaban sin probarlo Antínoo y el deiforme Eurímaco, que eran los príncipes entre los pretendientes y á todos superaban por su fuerza.

188 Entonces salieron juntos de la casa el boyero y el porquerizo del divinal Ulises; siguióles éste y díjoles con suaves palabras así que dejaron á su espalda la puerta y el patio:

193 «¡Boyero y tú, porquerizo! ¿Os revelaré lo que pienso ó lo mantendré oculto? Mi ánimo me ordena que lo diga. ¿Cuáles fuerais para ayudar á Ulises, si llegara de súbito porque alguna deidad nos lo tra-