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CANTO VIGÉSIMO PRIMERO

242 Hablando así, entróse por el cómodo palacio y fué á sentarse en el mismo sitio que antes ocupaba. Luego penetraron también los dos esclavos del divinal Ulises.

245 Ya Eurímaco manejaba el arco, dándole vueltas y calentándolo, ora por esta, ora por aquella parte, al resplandor del fuego. Mas ni aun así consiguió armarlo; por lo cual, sintiendo gran angustia en su corazón glorioso, suspiró y dijo de esta suerte:

249 «¡Oh dioses! Grande es el pesar que siento por mí y por vosotros todos. Y aunque me afligen las frustradas nupcias, no tanto me lamento por las mismas—pues hay muchas aqueas en la propia Ítaca, rodeada por el mar, y en las restantes ciudades,—como por ser nuestras fuerzas de tal modo inferiores á las del divinal Ulises que no podamos tender su arco: ¡vergonzoso será que lleguen á saberlo los venideros!»

256 Entonces Antínoo, hijo de Eupites, le habló diciendo: «¡Eurímaco! No será así y tú mismo lo comprendes. Ahora, mientras se celebra en la población la sacra fiesta del dios, ¿quién lograría tender el arco? Ponedlo en tierra tranquilamente y permanezcan clavadas todas las segures, pues no creo que se las lleve ninguno de los que frecuentan el palacio de Ulises Laertíada. Mas, ea, comience el escanciador á repartir las copas para que hagamos la libación, y dejemos ya el corvo arco. Y ordenad al cabrero Melantio que al romper el día se venga con algunas cabras, las mejores de todos sus rebaños, á fin de que, en ofreciendo los muslos á Apolo, célebre por su arco, probemos de armar el de Ulises y terminemos este certamen.»

269 De tal suerte se expresó Antínoo y á todos les plugo lo que proponía. Los heraldos diéronles aguamanos y unos mancebos llenaron las crateras y distribuyeron el vino después de ofrecer en copas las primicias. No bien se hicieron las libaciones y bebió cada uno cuanto deseara, el ingenioso Ulises, meditando engaños, les habló de este modo:

275 «Oídme, pretendientes de la ilustre reina, para que os exponga lo que en mi pecho el ánimo me ordena deciros; y he de rogárselo en particular á Eurímaco y al deiforme Antínoo que ha pronunciado estas oportunas palabras: dejad por ahora el arco y atended á los dioses, y mañana algún numen dará bríos á quien le plazca. Ea, entregadme el pulido arco y probaré con vosotros mis brazos y mi fuerza: si por ventura hay en mis flexibles miembros el mismo vigor que anteriormente ó ya se lo hicieron perder la vida errante y la carencia de cuidados.»