tantas en la aristocracia, que habria tenido tanto más gusto en presentarla, cuanto tenía mayores títulos que los desconocidos de tantas rastaquoéres de origen dudoso y aun conocidamente poco recomendables.
Bien aconsejada y dirigida, habría tomado con moderación los placeres mundanos, observando cortés y prudente conducta con las damas peligrosas, sin intimarse con ninguna, gozar de las fiestas y halagar su amor propio, tan natural á su edad. Esa moderación habría hecho que cuando acudiese á una fiesta, tuviese para ella más novedad que si fueran cotidianas, dejándole gustar los goces tan bellos y tranquilos del hogar doméstico, que imponen tan gratas ocupaciones, y encontrar en el seno de la familia el contento y la paz del corazón que no puede procurar el ruido mundano.
Pero la picó la tarántula del chic y la descompuso la máquina del cerebro como la de un reloj en que, roto el muelle, corre á escape la cuerda hasta que salta. En su inexperiencia por la edad y por no haber vivido en París, no veía el riesgo del contagio que la llevaría á una conducta que ciertamente no buscaba ni sospechaba, hay que hacerle esa justicia; pero