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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

desa, y en una casa hasta lo gritó á través del elevador á una dama que vió pasar por la escalera.

Volvió á su casa con la esperanza de que todos repetirían en París tal parentesco, y tuvo la audacia ¿qué no da el chic? de escribir á sus primos felicitándolos y esperando que en su nuevo estado se reanudarían unas relaciones que siempre le habían sido tan agradables. Y volvió á salir, y fué a casa de Aucuc á encargar un servicio de vermeil para postres, lo más acabado que pudiera salir, para Raoul, y en casa de Boucherón compró un rico brazalete para Mercedes, comprando también lo que Esternay debía darles.

Le dieron la callada por respuesta, y más tarde tuvo el humillante desengaño de que devolvieran los regalos.

Sin embargo, la familia Renfijo no quiso dar un disgusto á la virtuosa madre de Yolande ni exponerse á imprudencias de ésta y á tonteras del manequí de Esternay, que trajeran historias y disgustos públicos, y resolvieron convidarlos á la boda, salvo á alejarles más tarde; pues no era de su dignidad ni de sus gustos cultivar relaciones con ingratos que les desdeñaban cuando les consideraban pobres y