Cada consejo de esa descocada hacía en Yolande el efecto de un vaso de champaña, y no estando acostumbrada á beber, la trastornaban la cabeza como las de chorlito que había elegido como amigas.
- ¡Ah! ¡que no vaya Esternay á hacer el ocloso! Todas caeriamos sobre él con el ridículo y no le quedaría hueso sano.
- ¡Oh, no! no hay cuidado, yo me encargo de eso.
- Pues hasta la noche, y ya que nos entendemos en todo, vamos á tutearnos, como hacemos entre nosotras y sellemos el pacto con un beso en los labios. Y se besaron como dos palomas.
Ya en la pendiente, Yolande tenía que ir dejando poco á poco los escrúpulos que la educación y el ejemplo que había recibido debían hacerle conservar, y en su vida nueva trataba de ir tan lejos como las otras para no desmerecer de ser chic y exponerse á las burlas de sus buenas amigas.
La corte que le hacía Dozel era ya pública, y á