á felicitarle de haberse establecido en Paris y echándose en la sociedad elegante, para la que, le decían, estaba tallado y debía obrar como los demás.
— Vamos, amigo — le decía Bozel — es preciso se vista usted de otro modo; eso está muy mal hecho.
— Muy mal — repetían los otros en coro, haciéndole girar sobre los talones, tirándole por todas partés para examinarlo.
— ¿Quién le viste á usted?
— En el Old England ó en las «Montañas rusas».
— ¡Horror! — exclamaban en coro.
— ¿Y no pertenece usted á un club?
—No.
—No pertenece á un club — repetía el coro, levantando los brazos al techo.
—¿Y no juega usted al bacará?
—No.
—No juega al bacará— volvió á entonar el coro.
—¿Y no ha distinguido usted á una mujer elegante?
—No— dijo muy humilde.
—No ha distinguido á una elegante — repitió coro con los brazos en el aire.