Al día siguiente ya Yolande era chic de veras.
Al saberse ciertas faltas, suele uno encontrar en
seguida no la justificación, sino la explicación que
atenúa ó compadece, pero de otras se dice uno ¿por
qué? Yolande se había casado á su gusto, era
feliz, dueña de su voluntad y de la de su marido, el
ídolo de su madre; no cedió á la pasión que ciega y
extravía, no tuvo venganza que satisfacer, no tuvo
ni la excusa de la tontera, no necesitaba dinero, no
la dominó el temperamento, ¿qué fué entonces? El
contagio del ejemplo que día por día hizo en ella lo
que la continua gota de agua en la roca, que acaba
por perforarla ¡La impunidad alcanzada por las galas
de la elegancia! En las virtudes como en los vicios,
el ejemplo tiene grandísima influencia; y es preciso
ser una triste excepción, para no imitarlas primeras
y aferrarse en los segundos. Por desgracia, Yolande
no tuvo el marido que podia y debía dirigirla. La
conducta é influencia de los maridos son casi siempre decisivas en la felicidad ó desgracia de los matri-