deber de amigo del capataz, venir á Paris, á pesar de que, como aquél, aborrecía esta capital.
Al verla llegar el portero de la viuda de Bonnet con aquella cara, aquel arreo, aquel garrote y un paquete debajo del brazo, que eran bizcochos de su provincia que traía como regalo, lo tomó, asustado, por un anarquista que iba á hacer volar con dinamita la casa, según la destructora usanza de estos días. Al fin llegaron á entenderse, y al tío Benito pudo penetrar en el aposento de la señora Bonnet.
Grande fué su sorpresa al verle.
-¿Usted aquí, en París?
-No vengo á divertirme.
-¿Pues qué vientos lo traen á usted?
-No son los buenos.
-No entiendo, explíquese usted.
-Si usted supiera lo que debe saber, yo no habría venido.
-Acabe usted, por Dios.
El tío Benito, que no entendía de rodeos ni amba-