>> preciso muchos años de arrepentimiento para borrar una falta á los ojos de los hombres; una sola lágrima basta á Dios. >>
No quiso hablar más. Yolande la besó y, por la primera vez, la dejó marcharse sin decirle una palabra de cariño, y darle ese beso, tan puro goce para el alma de una madre, y sin seguirla ya, como antes, con ojos amorosos hasta que la perdia de vista.
Yolande salió de allí conmovida y pensativa, porque si por un lado sentía sinceramente que su madre sufriera por ella, por otro se sentía abochornada de verse cogida en las faltas que más desgarradora impresión podía producir en el corazón de madre tan cristiana, y se fué echando periquitos contra el tio Benito que, por meterse en camisa de once varas, había descubierto lo que, sin él, no habría jamás sabido su madre.
Afectada, pero no arrepentida, volvió al torbellino mundano, pero tan nerviosa, que las listas de sus amigas se percibieron y creyeron que su tirano lo