frido; le dolia haber sido causa de su muerte, y ese
dolor fué sincero como fueren sus lágrimas; pero no
le vino la idea de jurar ante el cadáver de su madre
que observaría en adelante otra conducta, haciendo
todo lo que fuera posible humanamente para alcanzar
su perdón en el cielo y que desde allí viese su
enmienda. No se le ocurrió hacer por su voluntad,
lo que hizo hace pocos años una gran dama, que
obligó á su nuera á ponerse de rodillas en el salón,
en presencia de toda la familia y de todos los criados,
y pedir perdón á Dios y á los hombres del escandalo
que había dado [1].
No faltará quien crea inverosimil esa muerte, diciendo
que el mundo está lleno de madres de familia
que no sólo no han muerto pero ni han tenido siquiera
una jaqueca, al verla vituperable conducta de sus
hijas, lo que es verdad. El mundo está lleno de
madres de familia á quienes sus propios recuerdos
ó la tibieza de sus creencias hacen indulgentes;
otras lo deploran y tienen que callarlo; otras hacen