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JOSÉ MANUEL HIDALGO.


esfuerzos, ya inútiles, ya con éxito, y otras, si no son las más, encuentran la escusa en la conducta de los maridos, casi siempre responsables de la de sus mujeres. Pero no ha de decirse que una madre no puede morir por eso; todos han conocido y recuerdan á la Condesa de *** que murió de pesadumbre que le causaron las caduveradas del único hijo que tenía, por el que sentía el mismo amor idólatra que la madre de Yolande por su hija. Cada uno tiene su manera de sentir, de comprender los deberes sociales, los que impone la religión y, sobre todo, el temor de Dios, que en un alma creyente y una imaginación exaltada, puede llevar á la pérdida de la razón ó al sepulcro.