SEXTA PARTE. I
Yolande se retiró á su casa seguida del memo de Estarnay, que había estado con la boca abierta, como si soñara, después de haber cenado, pues como nadie le hacía caso, se desquitaba comiendo de todo. Sólo la inseparable Baronesa vio á Yolande en los primeros días después del entierro, y, pasados algunos, empezó á escribir esquelas á las intimas para que fueran paco á poco á verla, hasta que llegó á fijar horas en que podían ir todos á darla el pésame.
El dolor de Yolande había sido sincero, pero, naturalmente fue fugitivo; el más profundo si no se olvida, lo mitiga el tiempo y se acaba por volver á esa serenidad y esa vida con todas sus preocupaciones y con todas sus distracciones. Dos años después, en los mismos salones, tapizados de negro, en que un día se derramaron lágrimas sobre el ataúd de un ser querido, y en que habían resonado los