los matrimonios Renfijo y Fleurance hicieron decir una misa por el alma de la virtuosa señora, cuyo punzante recuerdo no se apartaba de ellos, pero no convidaron á nadie. Movidos de un sentimiento de generosa piedad y pensando en que sería un escándalo se supiese que no había asistido, escribieron á Yolande una esquela, un simple aviso, sin decir quien lo envíaba : ella asistió á la misa con tupido velo, y apartada en la iglesia del resto de la familia, bien que debiere ocupar el primer lugar con su marido, y asistió y rezó con buena voluntad.
Pero al día siguiente, ya se creyó con derecho de volver á la vida mundana, y lo acogió con la alegría que se oye repicar la gloria del Sábado Santo, después de tristezas y oraciones.
El tiempo pasaba sin que á Yolande se le ocurriese que todo podía tener un término; creía que su bonita cara, el caudal, la salud, y sobre todo el amor del Vizconde, todo había de ser eterno, y que ni los años pasarían por ella: era una embriaguez,