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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

ci la venganza; sólo sufría y lloraba pensando en el dolor del abandono, en la pérdida del caudal, que remataba su desgracia, que nadie compadecería ni nada podría aliviar.

Contando las horas llegó a las doce del día, que recibió una carta del Vizconde; se le nubló la vista, asomaron otra vez las lágrimas, y, trémula, la tuvo unos momentos en las manos, fija la vista en ella y vacilando abrirla; al fin, se decidió y la leyó temblando.

<< Mi querida amiga: la voluntad de mi anciana madre, expresa y tiernamente manifestada, que no quiere morir sin verme casado, me ha decidio a unirme á la señora de Nolar. Usted, con su buen juicio, aprobará esta obediencia filial, que crea una situación que si me aleja de usted, no disminuye en nada la amistad y el sincero aprecio de sus cualidades, que deja en mi corazón un recuerdo imperecedero. Andando el tiempo podrán ambas familias conocerse y quererse con esa cordialidad en las relaciones de quienes abrigan los mismos sentimientos. Y con este grata esperanza, me despido haciendo fervientes votos porque el ciclo dé á usted siempre