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JOSÉ MANUEL HIDALGO.



miento á que la llevó una vanidad insensata, satisfecha de modo tan culpable, en vez de recordar lo que tantas veces oyó decir á su santa madre, con la Escritura: <<¡El que busca el peligro le hallará!>>

Sintió tanto dolor como vergüenza, y entonces recordó á su madre, y, presa del delirio, creyó verla en el cielo, orando de hinojos por ella, implorando la misericordia y rogando para que borrase, con el arrepentimiento y la penitencia, la vida de escándalo y las amarguras que por ella hizo gustar al alma de su santa madre! Y se quedó por más de una hora como en éxtasis.

La carta del pérfido Vizconde no podía comprometerle. El rompimiento de unas relaciones, que eran públicas, no podía soprender á nadie, ni habia para qué negarlo. Lo que dijo, así, como de paso, con avieso laconismo, tampoco podría comprometerle, pues no precisando, nadie podria acusarle ni siquiera comprender de que se trataba.

Echó sus cálculos con su acostumbrada malicia, y decidió como el augur Calchás en <<La Bella Elena>> devolver la mitad, es decir las alhajas. Y esto, porque no era posible otra cosa. Venderlas era peligro-