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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

de mi madre y de mí misma; y ese ejemplo será un tormento para mi alma, hará manar lágrimas de sangre á mi corazón y sufrir como el réprobo á quien permitieran ver la beatitud de los que entre los ángeles les reciben la recompensa de sus virtudes!

—No exageres, no hables de nosotros, piensa en tí, piensa en Dios, y dí con una gran pecadora: <<¡Qué dulce es para el alma el pensar que al arrancarse al mal y esforzarse á vivir en Dios, se prepara á dejar este mundo antes de estar obligada por la muerte inevitable!>>[1]

–Os pido, pues, y no me lo negaréis, el rincón más humilde de vuestra morada de bendición, para implorar de Dios el perdón de mis culpas, orar por mi santa madre, y ayudaros, como la última sierva, en las piadosas ocupaciones de esos establecimientos de caridad que tienen tan virtuosos y dignos protectores. Y al toque del alba, iré cada día descalza[2] á la casa de Dios, que no de otro modo ha de penetrar allí una gran pecadora arrepentida, á llorar sobre sus altares y purificar con su incienso la atmósfera

  1. Mademoiselle de la Valliére.
  2. Histórico