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JOSÉ MANUEL HIDALGO.

ajuar cuyo lujo en Paris suele ser de una exageración tanto mayor, que lo primero que preocupa es el efecto que producirá el día en que se ponga de manifiesto en los salones y lo relaten los periódicos con minuciosa complacencia. Renovó además los muebles, compró vajilla, carruajes y caballos, y puso, en fin, la casa en buen pie, como pueden permitirlo los usos de provincia, cuyo lujo tiene límites que no conocen las grandes capitales, en donde hay cada día necesidades costosas, tentaciones irresistibles, emulaciones insensatas, y en que lo que antes era superfluo, es hoy lujo necesario; así que apenas gastaba la tercera parte de sus rentas.

No era el joven Bonnet, lo que se llama un elegante, pero era presentable é inteligente, modesto, afectuoso y sumiso á su padre con respeto y cariño: la primera impresión que hizo en Norina, ya su esposa, fué la estima. Ella se consideraba feliz y no tenía exigencias de ninguna clase; y si al bueno del viejo Bonnet no se le hubiere ocurrido que viniesen a París á distraerse en la luna de miel, ni uno ni otro lo habrían solicitado.

Pero en el cazarro de Bonnet había más que el deseo de que se distrajeran en París; la segunda