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JOSÉ MANUEL HIDALGO.


SEGUNDA PARTE.


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Muchos años y muchas cosas habían pasado desde que se dió punto á la primera parte de esta historia.

Yolande se había desarrollado ventajosamente: era guapa, bien formada, simpática y había aprovechado con inteligencia de la instrucción que se le había dado. Este y su caudal hacían que fuera la joven más á la moda, codiciada y observada en su provincia, que los pretendientes fueran muchos y las envidias numerosas.

Pero á la par se había desarrollado en la madre ese cariño, esa pasión, ese frenesí, ese delirio por su hija, que no conoció más límite que el cielo, porque no podía ir más allá. Si no fuera creyente tan fervorosa, piadosa tan tierna, cristiana tan convencida y temerosa de Dios, le habría olvidado para no tener más deidad en la tierra, más culto idólatra que rendir, sino á su hija que había avasallado su corazón,