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JÓSE MANUEL HIDALGO


es bien placentero la que voy á comunicaros, sin que tenga yo necesidad de insistir en que mi cariño y mi razón están en consonancia. Dos partidos se ofrecen á Irene...

Ella se estremeció, miró asombrada á su padre, y bajó los ojos.

- ¿Te sorprendes, hija mía? Es natural; para una joven es un momento tan nuevo, tan solemne... Voy á decirte quiénes son; tú elegirás el que quieras, y desde ahora te aseguro que tu elección será la mía.

Y esto lo dijo con un aire de magnanimidad, como si fuese Irene la que hubiese dispuesto de su mano.

Con respeto, pero con una resolución propia de su carácter, respondió:

- No los nombre usted, papá mío.

- ¿Qué? dijo asombrado; ¿intentas oponerte á la voluntad de tu padre, que no quiere más que tu bien?

- Lo sé, y el respeto y gratitud filial se confunden en mi corazón, pero éste ya no me pertenece.

- ¡Cómo! dijo airado; ¿te lo han pedido sin mi consentimiento?