es bien placentero la que voy á comunicaros, sin que tenga yo necesidad de insistir en que mi cariño y mi razón están en consonancia. Dos partidos se ofrecen á Irene...
Ella se estremeció, miró asombrada á su padre, y bajó los ojos.
- ¿Te sorprendes, hija mía? Es natural; para una joven es un momento tan nuevo, tan solemne... Voy á decirte quiénes son; tú elegirás el que quieras, y desde ahora te aseguro que tu elección será la mía.
Y esto lo dijo con un aire de magnanimidad, como si fuese Irene la que hubiese dispuesto de su mano.
Con respeto, pero con una resolución propia de su carácter, respondió:
- No los nombre usted, papá mío.
- ¿Qué? dijo asombrado; ¿intentas oponerte á la voluntad de tu padre, que no quiere más que tu bien?
- Lo sé, y el respeto y gratitud filial se confunden en mi corazón, pero éste ya no me pertenece.
- ¡Cómo! dijo airado; ¿te lo han pedido sin mi consentimiento?